Café Montaigne 191

Politicón
/ 27 febrero 2021

La pandemia del bacilo chino vino a confinar a los museos, como a la vida toda y en todo el mundo. Simplemente esto no es vida, pero así es necesario seguir y al parecer, por un largo tiempo en el calendario. Iniciamos. El arte –sin adjetivos– nunca es fácil. Reescribo: el gran arte nunca nace o se incuba en la facilidad. El buen arte como la buena literatura –ya con adjetivos; soy víctima de lo ya escrito y sigo reescribiendo letras antes reescritas, las cuales otros ya han escrito mejor– nunca han florecido donde hay facilidad.

¿Extraño lo anterior?, sí; condición “sine qua non”, podría ser. ¿Hay arte moral o inmoral? ¿Hay literatura moral o inmoral? Sin duda alguna, preguntas ya cansadas, al parecer ya superadas de buen tiempo atrás, las cuales para sorpresa de todos, siguen causando malestar, escozor y no pocas veces discusiones bizarras al día de hoy. Oscar Wilde (¿quién más?) habría espetado con su singular sarcasmo e ironía: no hay literatura moral o inmoral, o está bien o mal escrita, sólo eso. Siguen preguntas funestas: dónde empieza o termina la moral. Dónde comienza lo inmoral, aquello lo cual transgrede la norma, las leyes de la decencia y su hálito purificador.

“Arte degenerado”. Así fue llamado el gran montaje en contra de artistas y arte promovido por Adolfo Hitler en la Alemania nazi de 1937. Bramaban los horrores de la Segunda Guerra Mundial y un pequeño dictadorzuelo salió a la palestra pública a defender la moral y a reivindicar un arte políticamente correcto. En su combate en contra de este tipo de artistas los cuales practicaban la degeneración, la corrupción y todo tipo de experiencias enfermas según aquel juicio, estaba un artista el cual en lo personal me gusta y llena mis pupilas todo el tiempo: Paul Klee.

Hace dos años, en el 2019 se cumplieron 140 años del natalicio de un pintor el cual figuró en aquella memorable, abyecta y célebre muestra de “Arte degenerado”. El suizo Paul Klee (1879-1940), quien hizo del color su apuesta de vida y obra, arriba lozano y fresco a sus primeros 142 años de ser recordado, valorado y claro, de influir en la obra de pintores y artistas contemporáneos. “Mi abuela, la señora Frick”, escribió Klee en sus cuadernos, “me enseñó desde muy pequeño a dibujar con lápices de colores. Como papel higiénico, usaban para mí, una clase de papel marcadamente suave llamado papel de seda. Unos malos espíritus que dibujaba yo, tomaban inesperadamente realidad. Busqué protección con mi madre y me quejé de que los diablitos se asomaban por la ventana”.

En varios lugares del mundo se programaron muestras de este artista para celebrarlo. En Europa se montaron plásticas de lo más “naive” y menos conocido de su obra. En Paul Klee, según los especialistas de su obra, se pueden rastrear y documentar fácilmente varios periodos en la vida y producción artística de pintor: los primeros años en Suiza, los años en Múnich, luego los años los cuales lo llevarían al grupo “Der Blaue Reiter” (El Jinete Azul) y el tiempo de la Bauhaus.

ESQUINA-BAJAN

Prolífico, tiene más de 9 mil obras pintadas en sus diferentes etapas. Sus cuadros aluden casi siempre a la poesía, la música y los sueños. Muchos de sus cuadros llevan palabras o notas musicales. Sus padres habían estudiado en Stuttgart canto, piano, violín y órgano. El mismo Klee y antes de decantarse por las artes visuales, fue conocido como un niño prodigio para el violín. Un crítico ha dicho: “Klee es el artista el cual ha entendido “la profundidad emocional y de los residuos creativos procedentes de las experiencias de la infancia”. Klee es un maestro del color, el cual descubrió en un viaje a Túnez. Fue su revelación y entonces tomó o definió su paleta de colores. Artista completo, también escribió sus teorías al respecto. “El color me posee, no tengo necesidad de perseguirlo, sé que me posee para siempre… el color y yo somos una sola cosa. Yo soy el pintor”.

Tengo una fotografía del pintor Paul Klee acaso en el ocaso de su vida, hacia 1936, justo cuando se le diagnostica esclerodermia, una enfermedad degenerativa la cual terminará por llevarlo a la tumba. En la fotografía se muestra el pintor encorvado, con la frente amplia y los dedos afilados, señalando en un cuaderno un dibujo el cual caracteriza su pintura y gráfica: figuras geométricas pronto convertidas en óleos; personajes, trenes, personas, ciudades, ecosistemas, vistas nocturnas y toda clase de retratos los cuales harán de éste, una figura insoslayable de la pintura del siglo XX. Klee muestra su rostro fatigado. Cabello en retroceso, ya ralo sobre su frente. 

El retrato de Paul Klee al parecer, fue realizado en su estudio. Atrás de su recortada figura se adivina un cuadro de un formato mayor, el cual apenas se ve como una escenografía la cual enmarca ya la frágil figura del pintor. Pero éste pinta sin descanso, hasta el agotamiento. Cuenta la historia y él mismo, cuando Paul Klee estaba en París, pudo ver las obras de Paul Cezane y Vincent van Gogh, luego de lo cual opinaría las siguientes palabras para la eternidad: “Permitidme tener miedo…” Y este embelesamiento por los colores de los dos genios al igual a él, fueron influencia clave para expresar sus propias emociones o simplificar o distorsionar sus dibujos, llegando a lo grotesco como atributo, no como lastre. Su arte hoy es admirado y mereció en 2019 atención mundial. 

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Seis años después de su muerte, sus cenizas por fin reposaron al lado de las de su mujer. Pero hoy, todo lo anterior está en el olvido y los grandes museos son paquidermos infectados de desesperanza e ignorancia.

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