Café Montaigne 71

Politicón
/ 22 septiembre 2018
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Los sueños son fuente de revelación divina. No pocos protagonistas hicieron preguntas a Dios en sueños y en sueños recibieron respuestas

¿Son los sueños, el soñar, un género literario en sí mismo? ¿Podría un ser humano no tanto vivir, sino vivir para soñar como verdadera “vida”? ¿Y si acaso esta vida, como la sentimos, es sólo un sueño de nosotros mismos los cuales nos hemos acostumbrado a creer a pie juntillas, como viso de verdad, es nuestra indudable vida luego de soñar? Para Jorge Luis Borges, ese viejo ciego y genial al cual todos abrevar vamos a su río inacabable de sabiduría, dejó dicho a rajatabla: sí, los sueños son un género literario. El eterno viejo sabio de Borges arriesgó en su tirada de naipes. Y le creo. Yo, tipo el cual ha vivido entre el insomnio, la pesadilla, la vigilia y los pocos sueños toda mi vida, le creo. 

El ejemplo clásico de esto es aquel viejo sueño, el microrelato en el cual Chuang Tzu despierta de un sueño y no sabe si soñó ser mariposa o si es una mariposa la cual ahora sueña con ser hombre y ser Chuang Tzu…

¿Dios es un sueño colectivo? ¿Es un sueño placentero o pesadilla? ¿Hay algún extraño, complejo y azaroso motivo para lo siguiente: Dios sólo se manifiesta en sueños a sus fieles y les ordena acciones precisas? ¿Por qué en sueños y sólo en sueños? ¿En usted lector, cuáles son sus sueños y pesadillas? ¿O nunca sueña? El tema, entonces y en voz de Jorge Luis Borges, es un género literario en sí mismo. 

Le digo que este aromático “Café Montaigne” se pone mejor que nunca ahora, al abordar esto: los sueños, soñar. Lo haremos, como siempre, desde diferentes aristas en siguientes textos: el plano literario sobre todo, pero sin faltar la vena teológica, el sentido psicológico, el sueño como pesadilla y creación, el sueño de fantasmas… 

Y usted lo sabe, en el Siglo 4 de nuestra era llamada cristiana, Macrobio cuando comenta el famoso texto “El Sueño de Escipión”, de Cicerón, realiza la primera y canónica tipificación de los diferentes ejemplos de sueños: enigmáticos, proféticos, oraculares, insomnio (las famosas visiones oníricas), sueños de fantasmas… 

Soñar es tan serio y complejo, como vivir. Tal vez sea más complejo a eso llamado vivir. ¿Los sueños son algo material o es pura flama, puro humo? Llega la noche y la penumbra, no pocas veces el poeta, ese ser noctívago por naturaleza, habla de esas vestiduras “bordadas del cielo” para ofrecérselas al ser amado. 

¿No tiene las vestiduras entretejidas de “luz dorada y color plata” disponibles, por ser un infortunado? Pues entonces W.B. Yeats dice, “sólo tengo mis sueños; / he tendido mis sueños a tus pies; / pisa suavemente, pues caminas sobre mis sueños”. 

¿Son algo alado o algo material? O tal vez sea eso, sueños y nubes los cuales se convierten en partitura para luego ser sonido y furia, ópera y concierto. Stravinsky tardó dos años en componer “La Consagración de la Primavera” inspirada en un sueño… 

ESQUINA-BAJAN

Usted lo sabe: los sueños son fuente de revelación divina. No pocos protagonistas hicieron preguntas a Dios en sueños y en sueños recibieron respuestas. 

Los escritores, esos prófugos de la vida real, son verdaderos profetas, reciben en su seno sueños proféticos y de creación, los cuales rivalizan con aquellos viejos santones del Antiguo y Nuevo Testamento. Franz Kafka, ese poeta y eterno atormentado en una anotación de su diario del 3 de octubre de 1911, dejó unas líneas perturbadoras y claras: sus capacidades poéticas son mayores en la mañana, después de despertar o de noche, antes de dormirse, cuando sus sueños “irradian… ya sobre la vigilia”.

Y usted como buen lector de Kafka ha percibido ese fuerte tufo de pesadilla en toda su obra, iniciando por esa metáfora acaso no del todo ficticia, de amanecer convertido en una cucaracha, en un repugnante insecto… 

Tiene entonces razón Francisco de Goya: los sueños de la razón producen monstruos. 

¿Los sueños cuando estamos despiertos son más feroces que aquellos a los cuales tenemos en la hora del lobo, cuando la noche y la penumbra nos rodean y es imposible escapar de la fiera carnicera del insomnio? 

Un día, en una charla la cual espeté ante un parco auditorio en una pequeña ciudad cercana a Puebla, invité a hacer una dinámica de contar un sueño.

 Sólo contarlo: sin agregarle ni quitarle nada. Lo poco o mucho lo cual se recordase. 

Reticentes a hablar, poco a poco fueron soltando la lengua. Un hombre maduro, envuelto en sí mismo, dijo de un sueño recurrente: corría, siempre corría. En ocasiones en su plantación de maíz y hortalizas. En otra ocasión, en una gran estepa.

 En otra ocasión, dentro de un bosque no oscuro, pero sí enfadoso por su follaje. 

Pero siempre corría. ¿Iba corriendo a algún lugar o huía de algún peligro? El tipo se encogió de hombros. Era un tácito: “no lo sé, ni me interesa”.

 Retomé la palabra y les conté que aquello no era una interpretación de los sueños, sino su exploración y encajarla dentro de la literatura. No pocas veces, dije sin mucho convencimiento, nos llevamos nuestras andanzas diarias a la cama y los sentimientos que nos afloran a esas horas, entre la vigilia, el sueño y el descanso, se nos manifiestan como una vida más, un estado vívido y con latido propio. 

Fue entonces que el señor envuelto en sí mismo me interrumpió. Dijo no entender mucho, pero quería agregar una cosa: en una ocasión que soñó, de tanto correr, sintió que su bota izquierda se separaba de su pie y se quedaba a la vera del camino. No le dio importancia. Sólo que al amanecer a un lado de su cama, al calzarse su par de botas para irse a la labor…

LETRAS MINÚSCULAS

Sólo había un zapato. El derecho. Nunca, nunca encontró su bota izquierda… todos enmudecimos. 

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