Cuando dejamos de importarnos (Segunda parte)

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Hay un listado larguísimo de causas por las que la indiferencia ha permeado de manera tan alarmante en nuestro País, y usted que hace favor de leerme las conoce de memoria, como son la corrupción imperante, la lejanía de la clase política de la sociedad a la que dicen servir, las promesas incumplidas, el desempleo y, sobre todo, la ausencia de condiciones que se generan desde el gobierno para que éste se dé, el arribo de muchos políticos que llegan a cargos para los que simple y llanamente no están preparados, y si a esto le suma su falta de formación interior, es decir, su ausencia de valores y principios éticos, es lógico que la gente rechace a la política y a los políticos, y esto obra en detrimento directo de la democracia. Estamos tan saturados de noticias que tienen que ver con sinvergüenzadas y raterías por parte de los políticos que llega el momento en que te vuelves sordo a semejante avalancha, o si la oyes, se digiere, se olvida y que venga la que sigue para pasarla por el mismo cedazo. Hace falta reaccionar ya. Los cambios que transforman a una nación se gestan desde la sociedad, no desde el gobierno. La participación de ésta es la que los provoca.
Ante las nuevas realidades que enfrenta México en temas de bienestar, ya no queda otra alternativa más que dejar ser pasivos y apáticos. Tenemos que abandonar el letargo y empezar a preocuparnos y, sobre todo, a ocuparnos de lo que pasa a nuestro alrededor. Por lo general sólo nos interesa el problema cuando lo sufrimos de manera directa, si no es así, no existe. La falta de unidad ha traído consigo esta realidad de la que tantos nos quejamos intramuros, pero no actuamos para solucionarla. Y no se trata de convertirnos en la versión moderna del charro negro, vengador a ultranza de las causas perdidas, sino de sumar esfuerzos para exigir a la autoridad que cumpla con su responsabilidad y se ocupe de generar un clima de paz y tranquilidad que nos garantice estabilidad a quienes aquí vivimos. Tenemos que aprender a comportarnos como lo que somos, parte sustantiva de nuestra comunidad, y esto significa que estoy consciente de que lo que le pasa al de al lado también me puede pasar a mí, de modo que nobleza obliga nobleza, solidaridad obliga solidaridad.
Uno de los flagelos más duros que hoy está padeciendo nuestro País es la situación de violencia estructural vinculada con la que genera el crimen organizado –y vaya que están organizados– y desorganizado también, público, privado y clandestino, que no es más que una guerra abierta por el dominio de territorio de las diferentes bandas criminales dedicadas al narcotráfico y al trasiego del mismo.
Esta guerra lo que ha venido exhibiendo es el ayuntamiento desvergonzado entre delincuentes y gobiernos. Este amasiato ha vuelto ineficaces e insuficientes las políticas públicas implementadas para resolver la problemática, y abonado con creces al descrédito de las instituciones públicas. Eso en mucho contribuyó a la llegada de Andrés Manuel López Obrador a la Presidencia de la República. Y aquí tenemos su respuesta: “Abrazos, no balazos”. Y a pie juntillas está implementándola. Asimismo, tanta violencia y la pobre respuesta de la autoridad a su solventación ha dado lugar a la articulación de grupos en torno al reconocimiento de igualdad y de justicia a víctimas de la misma. Infortunadamente en ese río revuelto se cuela de todo, como lo hemos visto en las manifestaciones de algunos colectivos que agreden y dañan patrimonio público y privado amparados en capuchas y contando con la absoluta impunidad.
Tenemos el deber de modificar patrones de nuestro comportamiento si queremos que México perviva para las generaciones de niños y jóvenes que ya están aquí y las que vendrán. Para ello debemos de abandonar nuestra mentalidad de individualismo consumista, nuestra inclinación por lo superfluo y el “úsese y deséchese”. Migrar de un liderazgo de poder basado en la voracidad del poder y del dinero, por el liderazgo de autoridad, ese que abreva en el espíritu de servicio y el compromiso a favor del bien común. E instaurar una cultura basada en los méritos, no en los compadrazgos ni en los padrinazgos. Es una de las maneras más inteligentes de sanear al País de tanto inútil y sinvergüenza, y como se alcanza un auténtico desarrollo.
Convirtámonos cada uno de nosotros en protagonistas de la construcción de un México en el que imperen la justicia y la equidad, uno en el que vivir bien todos deje de ser asignatura pendiente y se convierta en realidad del hoy y el siempre.