Cultura de legalidad vs. Corrupción desmedida
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“Quienes creen que el dinero lo hace todo, terminan haciendo todo por el dinero”
-- Voltaire
Vivir en una sociedad plural nos cuesta tanto, aunque es la forma más cercana a vivir en una sociedad justa. Se nos complica respetar los acuerdos establecidos social y legalmente. Para quedar claros, las sociedades desarrolladas de las que andamos a años luz, se caracterizan por el respeto a los acuerdos establecidos. Donde, para poder convivir se requiere de argumentos racionales y se formulan principios de convivencia que todos están obligados a cumplir a través de consensos. Por supuesto, para que esto suceda los ciudadanos deben de estar ataviados de virtudes públicas como la civilidad, la tolerancia, la racionalidad, la equidad, la justicia, la solidaridad y la libertad. Si esto no se da, el resultado o las consecuencias sociales no se dejan esperar y aparece la práctica de la corrupción, porque algo anda mal, algo se echó a perder.
Hay quienes afirman que la corrupción es un asunto cultural, o bien que es parte de la información genética que tenemos los mexicanos, creo que más bien de todos los seres humanos; sin embargo, algunos se han educado mejor en el carácter y en la voluntad que otros. Thomas Hobbes en el Leviatán, afirma que el “hombre nació ambicioso por naturaleza”. Lo cierto es que tenemos que poner un alto a los niveles tan altos de corrupción, porque hoy las consecuencias saltan a la vista en un estado y una sociedad fragmentada, resquebrajada, debilitada, desintegrada y compleja, a la que no se le ve rumbo, ni proyecto. Convenios sociales, acuerdos establecidos, normas violadas constantemente y leyes que son vulneradas por el afán desmedido de ambición y de poder.
En principio, habrá que reconocer que todos somos directa o indirectamente parte de este problema. Muchos afirman que el problema es ancestral. Cuando los españoles llegaron a Mesoamérica, una vez que se da la Conquista, buscan borrar todo vestigio de cultura, costumbres, cosmovisión, idioma, la agricultura, los conocimientos científicos, la educación, la medicina, las leyes, las instituciones, las normas sociales y su organización, las tradiciones, las costumbres, los hábitos alimentarios, el vestido, los espacios físicos, el arte y la religión. Los conceptos “familia”, “trabajo”, “vida” y “muerte” cambiaron totalmente. Cortés suplanta a Quetzalcóatl y se fragua la idea de la ausencia del alma de los conquistados, lo cual permite el saqueo y la dominación sistemática que se dirime en la famosa Controversia de Valladolid en 1551, donde Bartolomé de las Casas y Francisco de Vitoria, combaten las ideas de Juan Ginés de Sepúlveda en torno a la tutela necesaria que deberían de tener los conquistados en relación a los conquistadores.
Y aunque Paulo III emite una bula donde se reconoce que los nuevos pueblos y sus pobladores son poseedores de dignidad y evidentemente de alma; quienes están al frente de las instituciones reales y pontificias en tiempos de la Colonia, tienen un océano de por medio, para realizar acciones de las que la Corona jamás se enteraría. Es claro, la conquista de México fue una invasión injustificada y un fragante despojo, porque los españoles usaron la ley, la autoridad y las instituciones para su beneficio personal. La obsesión de la riqueza a toda costa, propició la corrupción de los cimientos y las estructuras de la Nueva España. Las bases de la nueva civilización carecieron sobre una sólida base moral y ética.
Ante esta situación, los pueblos indígenas vieron en la corrupción una manera de mantener de alguna forma vivas sus tradiciones y costumbres, y por la otra de, literalmente, sobrevivir. La única forma de hacerse valer en la Nueva España era a través de regalos, de los sobornos y de las dádivas. Los antiguos mexicanos, como dirá Miguel León Portilla; golpeados y estoicos por su condición mantuvieron una actitud sumisa. Cuando tienen que sufrir los embates de la autoridad los sufren y por eso es ladino; cínico y hasta mentiroso cuando se requiere. Puede negociar con la autoridad, las instituciones y las leyes manteniendo una doble actitud y, por supuesto, como el español, un doble discurso. El México que surge comienza a construirse bajo esta dualidad que a la fecha no hemos evitado. Los autores y la historia tienen muchas coincidencias en este sentido.
Lo cierto es que la corrupción ha sido una práctica constante de una buena parte de la población en nuestro País, más que en otros y consiste en el olvido de los valores de la ética cívica. Lo explico: los valores de la ética cívica son la libertad responsable, la igualdad cívica, la solidaridad para todos, el respeto activo y la apertura al dialogo. Es decir, no existe una libertad sin responsabilidad (en el entendido de que la responsabilidad es la capacidad no solo de prever, sino de asumir las consecuencias de nuestras acciones). Luego, es importante que tengamos en claro que todos somos iguales ante la ley y las instituciones. En seguida, la solidaridad, ni es beneficencia, ni es altruismo, es hacer sólido al otro, es fortalecerlo, sin crear dependencias. En el caso del respeto activo, no se trata solo de tener buenas intenciones, hay que tratar al otro como nos gustaría que nos trataran a nosotros, así reza la regla de oro, y finalmente la apertura al dialogo, que es un elemento fundacional de la democracia. Si no hay diálogo, no hay democracia.
Quien se encarga de medir la corrupción en el mundo es Transparencia Internacional, que coloca a México en 2016, en el lugar 95 de 168 países. El informe se publicó el 27 de enero 2016, y ubica a Dinamarca como el país menos corrupto del mundo. Los más corruptos son Somalia y Corea del Norte. En América Latina, Venezuela es el último y el menos corrupto es Uruguay, en el lugar 21. Es importante aclarar que para la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE, por sus siglas en español), México ocupa el último lugar.
Evidentemente, muchos mexicanos estamos cansados de esta complicada enfermedad, que es fruto de la carencia de un proyecto de nación. Por supuesto, se trata de que comencemos a pensar y a creernos que la autoridad ésta a nuestro servicio para que nos garantice el equilibrio social, porque son eso justamente, servidores públicos. Cuando en nuestro País se elabore un proyecto propio, que sea el anhelo de todos los mexicanos, se hará que las leyes, las instituciones y las autoridades sean más difíciles de corromper.
Pensar que la corrupción solamente se encuentra supeditada a un contexto, es pensar parcialmente. Todos somos responsables. La sociedad y la cultura juegan un papel fundamental en el combate frontal. El desconocimiento de las leyes, la falta de confianza en las instituciones, la pasividad ante las formas ordinarias que utiliza el estado para promover la justicia, el tema de la piratería, el soborno a funcionarios públicos, el abuso de autoridad, el desvío de recursos públicos para programas sociales, la reducción de la calidad en los productos ofrecidos, la falta de confianza en la clase política y la búsqueda intereses personales, de grupo o de partido, los problemas en la impartición de justicia, la deshonestidad, los pagos para la autorización de apertura de un negocio, el dinero que las empresas e individuos destinan a pagos de sobornos parecen ya una práctica habitual y ordinaria de muchos, nepotismo, tráfico de influencias y conflictos de intereses nos han traído enormes costos económicos y sociales.
Convenios hay muchos que el Gobierno Mexicano ha firmado y con los que se ha comprometido en el ámbito internacional en materia de anticorrupción. Agencias, institutos y esfuerzos en territorio nacional saldrán sobrando si sigue dándose el relajamiento de los principios, los valores y la cultura de la legalidad. Recordemos que la legalidad es un valor fundamental de la democracia, porque garantiza a los ciudadanos el ejercicio de sus derechos y el cumplimiento de sus obligaciones. Es el apego a las leyes para que los individuos las acepten y las tomen como suyas. Sirve como criterios de orientación para su actuar cotidiano, en un marco de respeto a la dignidad, la libertad y la igualdad. La cultura de la legalidad hoy más que nunca para los mexicanos, se convierte en una urgencia.