Defensa de la poesía
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Defensa de la poesía
Dejad en paz la clámide de Acuña,
y no escandalicéis más a ese busto:
mirad entre las ramas del arbusto
clandestina estirarse la pesuña
burocrática y el polvo en la uña,
aspirada quizá más de lo justo:
no aumentéis al poeta tal disgusto,
y que la eternidad su estatua bruña.
Al fin que su mesada en Medicina
ni en sueños alcanzó el millón de pesos:
suelte la cápsula y con la pistola
asalte a estos rufianes de oficina
que viven de lamer sus santos huesos:
la Poesía se defiende sola.
Villanela de la que no he vuelto a ver
Se mostró en el tumulto del mercado
el rostro de la vida que se oculta,
un cuerpo que jamás habré tocado.
Surgió del laberinto del pasado
el rostro de la vida que se oculta,
la vi de frente y me rozó el costado,
nadie habrá de borrar lo que he mirado,
un volumen que la memoria ausculta,
un cuerpo que jamás habré tocado.
Todo lo que caduca lo sepulta
el tiempo, ya que lo ha banalizado;
el rostro de la vida que se oculta
está debajo y es cuanto resulta,
un cuerpo que jamás habré tocado
escapándose entre la turbamulta.
Túmulo del milagro fue el mercado
y teatro de las máscaras del hado:
el rostro de la vida que se oculta,
un cuerpo que jamás habré tocado.
Villanela del último día
En la estación de paso hay lluvia y luto;
me acostumbré a vivir en la agonía,
en la urgencia del último minuto.
Pero en vano la oscuridad escruto,
me acostumbré a vivir en la agonía,
entre sombras de un sueño irresoluto,
en la inmutable luz me mudo y muto
sabiendo que es la luz del postrer día,
en la urgencia del último minuto.
Arden lámparas de melancoholía,
aunque su aceite quema, lo disfruto,
me acostumbré a vivir en la agonía,
en la luz que de pronto se vacía
en la urgencia del último minuto,
cuando el tiempo colapsa y desvaría.
Todo pasa, estación de lluvia y luto,
es transitorio cualquier absoluto:
me acostumbré a vivir en la agonía,
en la urgencia del último minuto.