¿Delincuencia organizada es terrorismo?
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Estampas del horror. Fragmentos de realidad. Botones de muestra de la descomposición. Son relatos de quienes pertenecieron a grupos delictivos en México:
"Nosotros agarrábamos a los niños de las escuelas y los entregábamos a los que vendían sus órganos. Les inyectábamos una cosa para que se quedaran dormidos y no se enteraban de más".
"A mí me entrenaron durante seis o siete meses en la sierra. Ahí había varios morritos como yo. La primera vez que agarré una pistola, porque me obligaron, fue para matar un perro, después a un ser humano. Él sujetó mi mano y me obligó a jalarle al gatillo. Tenía como unos nueve años. La primera persona que matas es la más difícil, ya después te acostumbras".
"A mí me entrenaron a matar niños, mujeres embarazadas y sacerdotes. Antes había códigos: con la familia no. Hoy ya no existen esas reglas. Si tú la cagas te chingan hasta a tus hijos".
"En este trabajo si sientes algo te matan. La primera vez sí sientes feo, pero luego tu corazón se muere y ya no sientes nada. Los demás son más fácil".
"Yo estaba encargado de la casa de seguridad. Ahí me traían a las personas que íbamos a ejecutar y ahí mismo las cortábamos y en tambos de ácido las deshacíamos. Nunca se volvía a saber de ellos".
"El negocio no está sólo en la venta de la droga. Sacas también una buena feria del secuestro y de la prostitución de las mujeres y niñas. El mercado ya está más complicado que antes. Hoy ya se permiten más cosas".
La realidad de la delincuencia organizada en México es muy distinta a la de hace un par de décadas. La guerra contra el narco que inició el expresidente Felipe Calderón generó una problemática mayor. No sólo agravó la descomposición y radicalizó a los grupos criminales, sino que los obligó —y se les permitió— a reagruparse y generar códigos y nuevas conductas. En los ochenta y noventa los grupos detectados como narcotraficantes tenían "códigos" de conducta y no se aterrorizaba a la sociedad como ahora. En todo caso, había disputas entre bandas rivales, pero la ciudadanía permanecía en la mayoría de los casos, ajena.
Desde la fallida guerra contra el crimen organizado, se comunica la violencia con cartulinas sobre cuerpos desmembrados, se observan personas colgadas en puentes y los cuerpos se apilan en camionetas. Es parte del nuevo paisaje del dolor. Hoy quedan registrados en video los atroces asesinatos. Se viralizan imágenes de espacios destinados a entrenar a niños que matan. Atestiguamos el horror.
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La tragedia del asesinato de integrantes de la familia LeBarón en los límites de Sonora y Chihuahua, generó tensión en la relación entre México y Estados Unidos. Donald Trump ha dicho que clasificará como organizaciones terroristas a los cárteles de la droga mexicanos que han crecido sin control alguno en las últimas décadas sangrando a nuestro país.
La respuesta de México ha sido una sola: no se aceptará la intervención de EU, ha dicho lo mismo el presidente López Obrador, que el canciller Marcelo Ebrard.
Las cifras existen. La realidad ahí está. Los mexicanos vivimos los días más violentos de la historia reciente. Estados Unidos ha brindado apoyo a México, con recursos técnicos y económicos, durante varios años a través de Iniciativa Mérida. El problema de narcotráfico es un problema bilateral, de eso no hay duda. La droga va de un lado a otro de la frontera, pero también las armas. Cientos de miles de armas de fuego cruzan de EU a nuestro país, y aquí provocan muerte y dolor.
Más allá de narrativas y diálogo —y hasta disputas— diplomáticas, las autoridades deben implementar una estrategia clara e integral para combatir los actos que tienen aterrorizados a los habitantes de buena parte de nuestro país.