Desigualdades y derechos

Politicón
/ 10 junio 2018

Nunca en la historia como hoy se han reconocido tantos derechos humanos. Las leyes, constituciones y tratados parecen competir por garantizar infinitos inventarios de prerrogativas sobre la dignidad humana. Y sin embargo, nunca en la historia el movimiento por los derechos humanos ha estado en una crisis tan grave como la actual.

En una época en que las democracias occidentales se retraen hacia discursos nacionalistas y radicales, los promotores de los derechos olvidan dilucidar en sus demandas las condiciones de desigualdad y las fuerzas económicas que han seducido a las mayorías a decantarse por posturas políticas personificadas en líderes plutócratas o autócratas cuyas visiones afrontan dichos derechos.

Entre estos aspectos se encuentra el hecho que la narrativa que justifica la existencia misma de los derechos humanos está fundamentalmente unida a una especial condición de justicia social que permite las condiciones no sólo para conseguir dichos derechos, sino para evitar la subsecuente violación de otros.

Lo contrario significa desconocer los ejemplos históricos que muestran cómo los derechos humanos son las primeras víctimas de revueltas justificadas o no contra las clases económicas o políticas dominantes. Tal vez las indeseables consecuencias de que el discurso de los derechos se desprenda del de la justicia social se muestran de forma más reveladora en la literatura histórica.

En su obra más conocida, “Michael Kohlhaas”, el escritor alemán Heinrich von Kleist narra entre historia y ficción la búsqueda de justicia del personaje histórico del mismo nombre del siglo 16 contra el abuso cometido por el gobernador de Sajonia, Alemania: el autócrata, usando su poder, agravia al protagonista cobrando un impuesto inexistente y dañando injustificadamente sus propiedades y sirvientes.

Kohlhaas, buscando reparación al injusto cometido, primero acude a las instancias judiciales a su alcance. Desde los tribunales de la región hasta la corte del Príncipe, sin embargo, las querellas del comerciante sólo encuentran corrupción e injustos cada vez graves. 

No satisfechas sus demandas, acude al último recurso disponible para un hombre con ansias de justicia: “No quiero permanecer ni un momento más en un país en el cual no se me protege en mi derecho. Si he de ser pisoteado, mejor quiero ser un perro que un hombre”.

Vendidas sus propiedades, convocados a los adeptos de su causa y formado un ejército privado, Kohlhaas se rebela contra todas las autoridades del país bajo la excusa de haber sido expulsado de su patria: pues expulsado es, según el protagonista, “a aquel a quien se le niega la protección de la ley”.

La historia termina con un castigo al autócrata y la condena a muerte para el protagonista. El camino justiciero del mercante se convirtió en una marcha de venganza que destruyó más vidas y bienes, justificada por el daño sufrido. Ni el llamado de Lutero al protagonista surte efectos: “La guerra que yo llevo a cabo contra la comunidad de los hombres es un delito si no hubiera sido expulsado de ella”.

La famosa cita del final de la “Crítica de la razón práctica” de Immanuel Kant alude a una noción que conduce los hechos narrados en el cuento de Kleist: “La ley moral en mi corazón y el cielo estrellado sobre mí”, alude a una correlación entre las normas éticas y las leyes terrenales. Cuando las leyes humanas atajan las desigualdades del mundo, la ética de los derechos ha cumplido su propósito.

Al contrario, cuando el mundo se muestra corrupto y arbitrario, las posibilidades de aquellos cuyas demandas de justicia no son satisfechas se ven como moralmente ilimitadas, necesarias y justificadas: “En medio del dolor que le causó ver hasta qué punto el desorden se había apoderado del mundo, una alegría le recorrió al considerar que el orden reinaba al menos en su pecho”, relata Kleist.

El movimiento de los derechos humanos inexorablemente debe atender el desafío de las desigualdades actuales. Hasta que el discurso, la norma y la práctica de los derechos humanos no integren en su núcleo lo necesario para la consecución de la justicia social, las leyes, constituciones y tratados vigentes no podrán asegurar el firmamento de igualdad sustantiva y dignidad humana que pregonan.

@jfreyes

El autor es investigador en la Academia IDH.

Este texto es parte del proyecto de Derechos Humanos  de VANGUARDIA y la Academia IDH.ROS

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