Diario de un nihilista 25/08/2017
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TEMAS
Noctivagario
El monje hace sonar su campanilla,
busca, sin encontrarla, alguna puerta;
brota la espuma de la luna muerta
en el cielo de mármol sin orilla.
Junto con su joroba, trastabilla
una trémula voz, una luz tuerta;
su cuerpo es como un gong, como una espuerta
donde la muerte pone a arder su astilla.
Ebrio en la encrucijada, es un mendigo,
una estatua de ennegrecida cera,
su alma apenas un cúmulo de escoria.
Se interna, atónito, en el enemigo
fulgor, prende su ron como una hoguera,
y se hunde en los astros de la noria.
Bar La Faena, circa 1997
Esas muchachas eran generalas:
después de una parranda de tres días,
regresaban con las narices frías,
descalzas de otros lujos y otras galas.
Quiero decir también que no eran malas:
tal vez empleadas de zapaterías,
ni regalos ni otras regalías
mermaban su salvaje pudor. Balas
perdidas, el alcohol, la cocaína,
su adolescencia, ese estupefaciente,
el tedio, que devora lo que abroga,
las volvían meseras de cantina.
Cuál escogió el padrote o la cocina,
cuál pastillas, cuál fuego, cuál la soga.
El viejo y las Susanas
Soy mendigo apostado a la puerta de salida:
las niñas ya me inspiran más piedad que deseo,
estuches que despliegan con sedoso apogeo
las joyas con que habrán de comprarse una vida.
Plenas de ella, comprarán un cadáver: decida
cada una, que el tiempo le muestra más de un reo,
sea trivial o sublime; en el umbral sesteo
y una de ellas me arroja una joya fingida.
Trofeos del tiempo son cetro y lepra, el sublime
rayo vuelto rocío que empuja al monumento
a aspirar un oxígeno que acaso lo redime
de naufragar al cabo en el raudo aposento:
que ebria de porvenir, no ignore o subestime
la niña el áureo polvo que pinta este momento.