Disyuntiva Bioética

Politicón
/ 28 abril 2020
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En los esfuerzos para reducir la curva de la pandemia originada por el coronavirus en el mundo entero, intervienen epidemiólogos, médicos en general, expertos en química, entre otras especialidades, además de economistas y analistas dedicados a buscar las mejores fórmulas para disminuir los efectos financieros, sociales y laborales derivados de esta catástrofe sanitaria que ha producido un auténtico terror planetario.

Si bien es cierto que han concurrido en el combate de la pandemia los diversos expertos antes mencionados, debemos obligatoriamente integrar a filósofos, sociólogos y psicólogos, además de políticos y ciudadanos, en general, que cooperen en la solución de la disyuntiva bioética. Me explico:

Ante la pavorosa expansión de la enfermedad, en buena parte originada por la irresponsabilidad o la incapacidad del actual gobierno que hasta la fecha no ha invitado a los especialistas de otros países a ayudarnos a abatir la peste, nos empezamos a enfrentar con severos conflictos éticos derivados de la ausencia de camas, de respiradores artificiales, equipos y expertos en la operación de sofisticados aparatos. En concreto: ¿quién en los sanatorios decidirá a quién sedar ante la imposibilidad de recibir la debida atención médica?

Supongamos que en un hospital yacen un joven de 25 años y un hombre de 76, ambos próximos a la agonía. ¿A quién salvar de los dos? La edad será el criterio prevaleciente? ¿Y si personaje de 75 años es un destacado investigador que enfermó cuando estaba a punto de descubrir la vacuna en contra del coronavirus? ¿Y si el muchacho en cuestión es el hijo de un famoso narcotraficante? Entiendo que me estoy ubicando los extremos, sí, pero trato de demostrar que la edad de ninguna manera puede ser la única razón para sedar a un ser humano.

En casos de extrema urgencia como cuando se hundía el Titanic, el capitán decidió privilegiar el rescate de las mujeres y de los niños, antes que los hombres de cualquier edad y profesión. ¿Cómo cuestionarlo en semejante caso de extrema urgencia?

Nuestros abuelos y padres, los constructores del México de nuestros días, esos grandes médicos, arquitectos, empresarios, artistas, maestros y hasta algunos políticos que nos heredaron el país que disfrutábamos, con toda su salvedades, hasta la catastrófica llegada de la 4T, ésos hombres y mujeres, hoy en día en la tercera edad, pueden todavía transmitirnos cataratas de conocimientos producto de su experiencia. ¿Vamos a privar de la vida a aquellos con quienes tenemos una deuda histórica contraída, cuando podrían hacer mucho para ayudarnos a salir de esta terrible experiencia? ¿Vamos a privilegiar a las rémoras, en casos extremos, sálvese quien pueda, que viven de los despojos ajenos sin beneficiar a nadie la sociedad? ¡Claro que para nuestra buena fortuna existen una cantidad incuantificable de jóvenes promisorios para sacar adelante este país con 130 millones de habitantes!

De acuerdo a lo anterior, y con el ánimo de que la decisión de sedar a un paciente no se reduzca única y exclusivamente al edad, sería conveniente la creación de un consejo ciudadano establecido en una ley que sería el encargado de dictar y imponer el criterio selectivo. Es obvio que este consejo tendría que existir de manera inmediata en todos los estados de la Federación. La propia ley tendría que definir quienes integrarían este órgano de carácter bioético. Resulta por demás evidente que la toma de estas decisiones tienen un enorme grado de dificultad y pueden ser cuestionadas desde cualquier ángulo en el que difícilmente llegaremos todos a un acuerdo. Solo que el procedimiento de sedación no puede quedar en manos de un par de personas que podrían tomar en cuenta elementos indeseables como el color de la piel, la edad, la religión, la filiación política o el sexo, entre otros componentes imprescindibles para decidir lo procedente.

¿Cómo decidir quién sí y quién no? Un conflicto ético de muy compleja solución, más difícil aún si una sola persona será la que decidirá la suerte fatal de los enfermos. Un consejo ciudadano podría ayudar de manera notable y eficiente a la solución de esta injusta disyuntiva bioética.

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