El desastre de tener razón y de tener prisa
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Desperté y tenía prisa.
No puedo recordar si alguna vez no tuve prisa por la mañana. El reloj incesante, la luz hiriente y yo implorando cinco minutos de gracia o al menos tres, o al menos uno.
No sé desde cuándo ni cómo empezó esta calamidad, pero un día crucé la frontera sin retorno de los que trabajamos para el puto reloj (sí, dije puto).
Supongo que es la historia de la humanidad y que estamos diseñados conforme a un horario de soles y lunas, un sistema circadiano, una sensación de que el tiempo se acaba porque por más dura que tengamos la sesera, somos unos bichos con conciencia de muerte: nos sabemos finitos, perecederos como cualquier apestoso paquete de embutidos o terca y resistente lata de atún.
Aunque nuestra desesperación vital no es nueva, tengo la sensación de que hemos llevado la prisa, la intolerancia a la frustración, la necesidad de satisfacciones instantáneas a un punto crítico. Podría culpar a Internet que es el diablo al que responsabilizamos de todo porque incorporó a nuestro vocabulario y a nuestra relación con la espera aquello de “la red está lenta” y “no descarga rápido” cuando un portal nos hace esperar dos segundos o la entrega por una compra en línea que viene de otro país demora seis horas más de lo prometido, o bien, cuando el Uber tarda en llegar ¡cuatro minutos! —toda una vida; incluso podría culpar al imperio político que hoy se relata con la inmediatez tuitera de ese showman que es Donald Trump.
Lo cierto es que entre todos estamos erosionando nuestra capacidad de aprendizaje y de forjar la templanza que sólo se obtienen mediante la espera.
Esta prisa rabiosa, esta compulsión por opinar de un evento, de una muerte, de un tropezón banal, de un premio de literatura, de un insignificante meme; esta desesperación por comprar antes que los demás el nuevo Smartphone, el nuevo sabor de lo que alguna vez fue café, los boletos para el concierto; estas ansias por ser el creador de la StartUp más chingona del mundo del emprendimiento antes de cumplir 25 años nos están haciendo pedazos el temperamento, el pensamiento complejo y el deseo.
Decía Schopenhauer que para que las cosas perduren, deben gestarse lentamente. Cuánta verdad hay en ello. Dice también en El arte de tener razón que cuando priorizamos ese objetivo a toda costa, podemos recurrir a un montón de estratagemas perversas donde la verdad no importa una mierda (él lo dice con decencia) porque lo único que queremos, a toda costa, es tener razón. Cito: Si fuéramos por naturaleza honrados, en todo debate no tendríamos otra finalidad que la de poner de manifiesto la verdad.
Pero mi querido Schopi sabía bien que nuestra condición humana es jodida y plantea 38 estratagemas que son joyas reveladoras, más que del ejercicio de pensar, de nuestra capacidad para negar la verdad y salirnos con la nuestra a cualquier precio. Su última propuesta para tener razón consiste de plano, en ser groseros y ofensivos cuando detectemos que el adversario es superior en argumentos. Tal vez su ensayo era un vaticinio sobre nosotros, los dosmileros.
Y yo creo que si Schopenhauer le hubiera agregado a sus 38 estratagemas el elemento inmediatez, El arte de tener razón en lo que dura un trending topic sería el libro más difundido en redes sociales y se vendería como pan caliente y las reimpresiones no se detendrían. Ja.
Pensar y razonar son ejercicios que inevitablemente requieren de tiempo, son procesos de maduración, de preguntas y derivaciones circulares. Ni qué decir del deseo, que es un componente vital de la identidad y que se gesta a su propio ritmo.
Esa premura por atender cinco o más citas a la semana para vivir el consumo humano de Tinder, terminará por convertir el enamoramiento en una lejana emoción que experimentaban los antiguos.
¿Será que nos hacemos adictos a lo impostergable? ¿Será que si opinar se nos volvió urgente, tener razón se convirtió en emergencia y salir con muchas personas es apremiante? Estamos alterando nuestros equilibrios bioquímicos y generando lo que conocemos como resistencia a la sustancia: queremos más y más y cada vez más rápido.
¿Que qué queremos? Ah, pues lo queremos todo. Obviamente.
@AlmaDeliaMC