El encanto de la serpiente

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“Todos los dictadores se parecen en algo, sobre todo en el desprecio absoluto por la gente de opiniones contrarias”.
–Iñaki Martínez
Algo sucede en el funcionamiento de la mente humana, tanto a nivel individual como colectivo, por la proclividad a deificar personajes a quienes les otorgan un valor del que carecen. Y esto ha sido motivo de investigación y estudio de quienes se dedican al análisis del pensamiento psicoanalítico.
En las diferentes épocas y países hay personajes que resultan muy atractivos para la población, aunque su actuar sea desde la perspectiva racional digno de rechazo y hasta de castigo.
José Stalin fue y sigue siendo venerado por millones de rusos, no importa que “El Padrecito”, como le decían, haya cometido genocidio en Ucrania y en toda Rusia, veinte millones de personas fueron asesinadas durante su gobierno. Me he preguntado ¿cómo pudieron los alemanes, tan cultos, tan preparados, dejarse embaucar por un individuo como Adolf Hitler? El principal talento del Führer era componer discursos, de modo que se abocó a ello, sus arengas les gustaban a los alemanes resentidos y desilusionados con el resultado de la Primera Guerra Mundial.
Se iba contra los judíos, los capitalistas y otros supuestos malandros, y prometía devolverle su grandeza a Alemania dada la superioridad de la raza aria, llamada a ser la número uno del mundo.
¿Qué circunstancias obraron a su favor? El historiador Ian Kershaw responde a la interrogante: “Sin una guerra perdida, sin una revolución y sin un sentido predominante de humillación nacional, Hitler hubiese seguido siendo un don nadie”.
Y no olvidemos a Francisco Franco, que hasta la fecha sigue teniendo su corte de fieles, nada más la que se ha armado con la tentativa de su exhumación del Valle de los Caídos.
Llegó al poder en el momento en que España tenía urgencia de estabilidad frente a la pasada Guerra Civil, y a la vinculación de esta con el desprestigio de la política.
Según el maestro en Ciencias Políticas, don José Cazorla, no obstante la represión de que hizo uso, “les permitió, incluso a los derrotados, vivir con cierta normalidad” y eso operó para considerarlo como “buen dictador” y “el único referente de donde algo bueno podía venir en medio de una realidad moral y materialmente miserable”. Hágame el “refabrón cabor”, con su permiso, don Armando.
Y en lares hispanoamericanos. Cuando Fidel Castro –48 años en el poder– hace su entrada triunfal a La Habana, a bordo de un Jeep, el 8 de enero de 1959, hecho con el que se consolida el derrocamiento de Fulgencio Batista, y lanza su primer discurso ante cientos de miles de admiradores en el cuartel militar del dictador vencido, con la firmeza y la vehemencia que le eran propias, en medio de la liberación de palomas blancas, símbolo de la paz en Cuba, y una de ellas se posa en su hombro, la multitud al unísono coreó su nombre.
Muchos de los cubanos ahí reunidos y otros tantos que veían el evento por televisión, vieron en ello una señal de que el joven guerrillero era su mesías salvador. Y nomás mire el costo que tuvieron que pagar.
Nadie debiera ser objeto de culto sin previa revisión de su historial –al final del día ni a quien le interese conocerlo, dada nuestra displicente idiosincrasia– pero así de irracional es el proceso de entronización.
Bueno, saliéndome un poco del perfil del dictador, pero refiriéndome a hombres nefastos del pasado y del presente, el matón de Al Capone fue un héroe, a Pablo Escobar lo siguen adorando muchos colombianos y pregunte por el Chapo Guzmán en Sinaloa… es veneración. Y vuelvo al punto.
Hugo Chávez Frías, alumno y admirador de Castro, lo elevaron a un podio inmerecido, no supo multiplicar la riqueza de su pueblo, al contrario, la destruyó, obstaculizó el proceso de industrialización y construcción de infraestructura tan necesaria para el desarrollo integral de una nación… y sigue “iluminando” Venezuela a través de su hijo putativo.
Los dictadores son obsesivos, controladores, egocéntricos. Castro, por ejemplo, determinaba desde el color del uniforme de los soldados hasta como iba a ser la supervisión de un programa para criar una “superraza” de vacas lecheras.
Todo gira en torno suyo, son el núcleo principalísimo de cuanto sucede o vaya a suceder. Su gabinete tiene el triste papel de comparsa. El discurso del dictador es por lo general paternalista.
En México también sabemos de esas desdichas y de sus resultados, hemos tenido dos, y la “dicta blanda” de los 70 años.
Sería verdaderamente lamentable que permitiéramos la presencia de uno más.
Las condiciones de corrupción e impunidad están que ni pintadas para el surgimiento de un cuarto espécimen. El mexicano tiene proclividad por los caudillos, permanece en la genética el gusto por el brillito de las lentejuelas y los espejitos. Hay evidencias contundentes de tan infausta propensión.