El otro don Benito (II)
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Benito Canales, guanajuatense, alcanzó la inmortalidad en la letra y la música de un corrido popular. De él empecé a hablar ayer.
“... Andaba de tienda en tienda / buscando tinta y papel / para escribirle una carta / a su querida Isabel...’’.
Vivía Isabel en Zurumuato, poblado que hoy se llama Pastor Ortiz. Benito Canales estaba enamorado de ella. Lo estuvo desde que la conoció en la feria de Puruándiro. Se prendó de los negros ojazos de Isabel, de sus luengas trenzas de ébano, de su modo de andar como gacela.
Huérfana de padre y madre, la muchacha no tenía más arrimo que el de unos tíos que la recibieron en su casa por caridad. Benito, entonces de 24 años, era ya mozo de rumbo. Ganaba muy buenos pesos en su talabartería, y los gastaba sin ver cuántos le quedaban en la bolsa. Jinete famoso en la comarca, gran jugador de gallos, enamorado y cantador, era una buena prenda.
Pero estaba muy comprometido Benito. Dos años antes se había “arrejuntado’’ con una mujer de Guadalajara. Se llamaba Luciana, pero todos le decían Lucha. Cuando el joven talabartero vio a Isabel, en el punto la tapatía salió de su corazón, y lo ocupó la michoacana. Todo lo dejó Benito -trabajo, querida, parrandas con amigos- y fue tras Isabel como el milano tras la paloma. Bien pronto la muchacha cedió -se dio- a la embestida de aquel animal joven, y Benito hizo suya a la muchacha.
La sacó de donde sus tíos y se la llevó con él. Pero antes echó de su casa a aquella Lucha, y la mandó con viento próspero a donde quisiera irse. La mujer, despechada y herida en su amor propio, se fue a vivir en el poblado de Abasolo. Benito e Isabel ocuparon la casa de Zurumuato.
Después de que Canales mató al jefe político en aquel día de diciembre de 1910, juntó unos cuantos hombres y se proclamó alzado contra el Gobierno. Al grito de: “¡Viva Madero!” -el grito más limpio y más fuerte que ha sonado en este país- se le fueron uniendo más rebeldes. Bien pronto Benito capitaneaba ya una fuerza regular con la cual empezó a asolar las poblaciones ocupadas por tropas federales. Caía sobre ellas por sorpresa y las saqueaba para hacerse de víveres y municiones. Lo mismo hacía en las haciendas, que atacaba con especial encono. Después de sus acometidas se metía en las fragosidades de la sierra, y sus perseguidores no lo podían hallar.
Así pasaron los meses. Cuando Madero llegó a la Presidencia de la República, Benito Canales no dejó su lucha.
-Mi guerra es contra las haciendas -decía-. Aunque Madero ya sea Gobierno yo voy contra la Acordada y contra los hacendados.
Cayó Madero, fue asesinado y subió al poder Victoriano Huerta. Las nuevas autoridades emprendieron una feroz persecución contra Canales.
Un día, cuando estaba remontado en las alturas de su refugio agreste, un arriero de Cuerámaro, amigo suyo de todas sus confianzas, llegó hasta allá con un recado urgente: Isabel estaba enferma de mucha gravedad, y quería verlo para despedirse de él antes de morir. (Continúa mañana).