El Revolucionario y el Artista

Politicón
/ 15 diciembre 2019
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Primitivamente el símbolo era un objeto partido en dos, del que dos personas conservaban cada uno una mitad. Estas dos partes servían para recordar a los portadores su compromiso o su deuda…

Inaugurada el anterior 27 de noviembre en el Palacio de Bellas Artes, la exposición Emiliano. Zapata después de Zapata “plantea un recorrido por las representaciones visuales del caudillo a lo largo de 100 años y sus desplazamientos entre México y Estados Unidos”, según Bellas Artes.   En su página oficial agrega: “Partiendo de los grandes relatos que han marcado la invención y reinvención del México moderno, la muestra despliega las diversas y a menudo contradictorias transformaciones de las imágenes de Zapata como héroe revolucionario, símbolo racial, guerrillero o bandera de las luchas feministas y los activismos contemporáneos.”    Interesante introducción. Invita a visitar la muestra para contemplar la interpretación que del carismático revolucionario Emiliano Zapata han hecho grandes artistas mexicanos; también para asombrarse ante la transfiguración receptiva, semiótica y plástica de uno de los iconos de la Revolución Mexicana.   Y ya que se habla de “grandes relatos” –como quería Jean-Francois Lyotard-, ¿por qué no mencionar uno, entre otros, que se ha mantenido dolorosamente vivo desde hace siglos en México? Me refiero a la homofobia, y por supuesto, a su metarrelato paralelo, el del llamado “machismo”.   Desde hace unos días, un cuadro del pintor chiapaneco Fabián Cháirez ha desatado una trifulca que tiene que ver con lo anterior. Su obra se llama “La Revolución”, como la obra teatral del venezolano Isaac Chocrón, y forma parte de la muestra que se presenta en Bellas Artes.   Su cuadro ha provocado la ira del nieto de Emiliano Zapata –el señor Jorge Zapata-, la de organizaciones campesinas y la de ciertos sectores de la sociedad. Todos exigen con furia que la obra sea “sacada” de la exposición y amenazan con entablar una demanda contra el pintor, el Conaculta y el Palacio de Bellas Artes. ¿Por qué tanta rabia y tanta cólera? Porque el artista osó pintar al héroe revolucionario de manera digamos irreverente además de escabrosa: Emiliano –o quien sea este personaje- aparece desnudo, montado sobre un caballo blanco, ataviado sólo con un sombrero charro de color rosa iridiscente, una cinta tricolor rodeando su talle y ondeando al viento y unos zapatos cuyos tacones son cañones de pistola.   La actitud corporal del héroe no es menos sugerente: apoyándose en el lomo del equino, Zapata –o quien sea este hombre bigotudo de piel cobriza- baja la mirada como una dama pudorosa no exenta de coquetería y arquea su cuerpo con una sensualidad exquisitamente femenina, una sensualidad definitivamente “drag” para decirlo pronto.   El caballo no es menos “femenino”: parece encabritado, luce un cuello más largo de lo normal y flota en el espacio del cuadro, que es de pequeñas dimensiones. Nada hay en torno, sólo áreas de color difuminado: amarillos suaves y leves naranjas, contrastantes frente la poderosa erección del caballo, que exhibe su pene descomunal como un sable.   La obra de marras parece más la ilustración para un almanaque como los de antaño que una obra de arte estéticamente propositiva –dejando aparte, por supuesto, a Jesús Helguera y a otros espléndidos ilustradores mexicanos y extranjeros. Sin embargo, revisando la obra de Fabián Cháirez, podemos encontrarnos con sorpresas.   Poco tiene que ver “La Revolución” –o “Zapata Gay”, como ya se lo conoce- con otras obras suyas. Lo único que conecta este pequeño cuadro con otros de su autoría es el componente gay. Si repasamos su trabajo, advertiremos no sólo eso sino también un dominio de la figura humana, la composición y el color, lo que no es poco decir.   El pintor afirma que una de sus influencias es el atormentado coahuilense Julio Galán. Puede ser, pero su evidente y gran influjo no es otro, definitivamente, que el del enorme  Saturnino Herrán. Cháirez es un pintor neoclásico de fuertes aspiraciones simbolistas, prerrafaelistas y con una buena dosis de art nouveau, como era de esperar en un artista de estas características. Los aires “drag”, “queer” y “camp” aportan una significación circunstancial pero de suma importancia en este momento.   Artista “tradicional” y de buena formación académica, el “delito” de Fabián Cháirez es pintar la homosexualidad abiertamente y sin mordazas. Quizás en un entorno diferente de éste –América Latina-, su historia sería otra. Pero ya sabemos lo que el falso machismo puede cometer en estos lares.   Y digo “falso” por una razón: en este país muchos son los hombres –heterosexuales- que o han tenido alguna relación homosexual en su vida o las tienen al amparo de la oscuridad. La jotería, la mariconería, la homosexualidad manifiesta: todo eso está muy mal visto en México y en muchas otras latitudes, pero ¿por qué el macho más bragado, el vaquero más viril, el marino y el soldado más masculinos, el mecánico, el alto funcionario, cualquier gran machote –o casi- exhibe sus atributos y propicia o responde al llamado de la jungla otra?   Entonces no hay “nacionalismo”, ¿verdad? Entonces lo único que importa es la carne, el vértigo del placer inminente, la urgencia de sentirse “bien macho”: “¿Entonces qué, chiquito? ¿Te gusta?”. Frases cabalísticas. Palabras mágicas a pesar de su carencia de brillo. “Dale un besito, ¿no? ¿O se te hace muy grandota?...”   Entonces no hay diferencias, ¿eh?: “Siendo agujero, aunque sea de caballero, qué chingaos…”, dice el Macho, esbozando una sonrisa entre cínica y condescendiente. Claro. Pero después de la función las palabras son otras: “Pinche puto de mierda. Pinche lacra. ¡Cabrón, esto ya parece epidemia con tanto maricón!… Hazte p´allá, piche joto; no se me vaya ´pegar…”.   “Los grandes relatos”. Ajá. En estos días, Fabián Cháirez es protagonista de uno de nuestros relatos excelsos, un relato dual, porque sin machismo no habría maltrato y rebeldía gay… Un multirrelato: sin machismo varios de nuestros problemas endémicos –sociales, familiares, políticos, culturales y hasta económicos- se verían saludablemente atenuados.   Increíble que una pintura que de ninguna manera es de lo mejor que ha hecho el artista haya desatado una polémica cuyas aristas punzan algunos de nuestros órganos más enfermos y vulnerables, como el del constructo nacionalista, en nombre del cual tantas tropelías y estafas se han cometido en este país que parece adorar más los símbolos de utilería que el verdadero ensamblaje de las partes: ése es el sustrato etimológico de la palabra “símbolo”.     EPÍGRAFE Javier Treviño Castro http://etimologias.dechile.net

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