Entre una cerveza y otra
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No soy marxista, pero creo que Marx tenía razón cuando afirmó que todos los asuntos humanos -o casi todos- son cosa de economía, vale decir de pesos y centavos. Aceptar eso no es cinismo: es realismo. Por ejemplo, la mayor parte de los divorcios, contrariamente a lo que se supone, no tienen su origen en la alcoba, sino en la cocina; son resultado no de la falta de amor, sino de la falta de dinero. Por eso no debemos juzgar mal a la muchacha que cuando conoció a un viejo ricachón le preguntó: “¿Cuánto dijiste que te llamabas? Digo, ¿cómo dijiste que te llamabas?”.
He aquí otra pregunta, ésta para hoy. ¿Por qué nuestros paisanos que viven en Estados Unidos celebran más el 5 de mayo que el 15 de septiembre? Porque en septiembre ya hace frío en casi toda la Unión Americana, y no se puede beber mucha cerveza. Son las compañías cerveceras las que en buena parte patrocinan esas celebraciones “étnicas”. En mayo, en cambio, ya hace calorcito, y la venta de la cerveza crece. Hágase a un lado entonces, Padre Hidalgo, y venga Zaragoza.
A mí me llaman mucho la atención los nombres. Cada uno tiene su propia explicación. Yo me llamo Armando -ningún Armando había en la familia de mis padres- porque la noche anterior al día en que me trajo al mundo mi mamá vio la versión cinematográfica de “La dama de las camelias”, y le gustó el nombre del romántico protagonista: Armando.
El perro de don Abundio, extraño can de raza inédita y exótico pelaje de cuatro colores: negro, blanco, amarillo y gris, se llama “El almirante”. Le pregunté al patriarca del Potrero por qué le puso al animal ese sonoro nombre marinero. Me contestó:
-Porque todos se almiran cuando lo ven.
He hablado de aquel señor que conocí en Campeche, llamado Usmail. Parece nombre de arcángel ese nombre. Yo lo creí sacado de la Biblia. Y resultó que no. Su padre había trabajado en una oficina de correos en Estados Unidos, y bautizó a su hijo en agradecimiento al U.S. Mail.
Una señora de Saltillo, muy estimada por su agradable trato y su gran calidad humana, se llamaba Anheuser, el nombre de una compañía cervecera de origen alemán en los Estados Unidos. Según esto su padre laboró para la empresa, y le gustó aquel nombre. A la señora todo mundo le decía “doña Noche”, que es una buena forma de castellanizar tan extranjero apelativo.
En la Escuela Normal tuve una compañera: Igzar. Cierto día le pregunté si su nombre era vascuence, o provenía de alguna lengua indígena. Y resultó que no. Su papá era devoto liberal, y como ella nació un día como hoy, 5 de mayo, con ese nombre, Igzar, el señor rindió homenaje a don Ignacio Zaragoza. Cada quién.
Los apodos son a veces también muy peregrinos. A cierta chica poco agraciada -por no decir fea de solemnidad- los barbajanes de su colonia la apodaron “La culpa”: nadie se la quería echar. Y a una muchacha, trabajadora de una fábrica y dadivosa de su cuerpo, sus compañeros le decían “La pies planos”, porque pisaba con toda la planta. No tiene límites la imaginación de los lenguaraces para poner apodos.
Armando FUENTES AGUIRRE
‘Catón’ Cronista de la Ciudad
PRESENTE LO TENGO YO