Escalera al ¿cielo?

Politicón
/ 6 agosto 2019
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Saltillo, Saltillito, Saltiyork de mis amores.

A veces me pareces el lugar más costumbrista y predecible sobre la Tierra y cuando te damos por sentado –¡zas! – nos dejas sencillamente boquiabiertos, rascándonos la cabeza y pensando que jamás te acabaremos de conocer.

Pasa nuestro pequeño terruño de lo abúlico a lo psicodélico con una facilidad pasmosa, y la semana pasada recalibró nuestra capacidad de asombro cuando nos enteramos que un ciudadano de esta Saraperópolis se propuso y se puso a construir una escalera hasta la cima de la montaña de la Sierra de Zapalinamé.

Siendo honestos, no es la intención del buen hombre lo que nos dejó perplejos, sino que la obra ya casi está concluida y se la aventó él solito, un escalón a la vez, hasta completar más de dos mil.

Raúl de la Peña es el nombre de este “don” (como se refieren los millennials a sus mayores) y el proyecto ya fue bautizado por la prensa con el emblemático y rockeril nombre de la Escalera al Cielo (“oh… and it makes me wonder…”).

Y como los simpáticos habitantes del Springfield norestense que somos, ya nos estamos dando un sabroso agarrón en redes entre quienes piensan que don Raúl está cometiendo un ecocidio y aquellos que por el contrario aplauden su iniciativa y sobre todo su discreto tesón y no pueden esperar a que termine su sueño para celebrarlo como un Rocky II, que vence contra todo pronóstico (aunque en realidad ya era un tanto previsible luego de perder en la primera parte).

Muy a propósito de Hollywood, ya quisiera la Meca del Cine los derechos de esta historia para hacer una película con el veterano Richard Gere, como el “don gringo” que hizo una escalera hasta la cima de la sierra para allí construir un altar para su difunta esposa (en realidad don Raúl le quiere hacer una estatua a San Francisco de Asís, pero nos podemos tomar algunas libertades con el guion para efectos dramáticos) y, digamos, Paul Giamatti como el agente de la Semarnat que quiere impedir a toda costa la construcción de esa escalera por el daño al medio ambiente que representa (aunque en realidad odia las escaleras porque su padre murió rodando en una cuando el agente era todavía muy pequeño). Bueno, ahí que lo afine el cuerpo de escritores, yo ya les hice toda la obra negra.

Los entusiastas de la Escalera al Cielo critican la ahora timorata y mocha postura de la autoridad que otrora ha consentido atentados más graves contra el entorno y en particular contra nuestra abrupta serranía, que no sólo es nuestro pulmón y valla de contención contra las inclemencias meteorológicas, sino también nuestro cada vez más desmadrado termostato.

¿De qué lado han estado las autoridades en materia de protección al ambiente federales, estatales y hasta municipales, cuando las pedreras obtienen permisos para socavar la sierra destruyendo fauna y flora a la vez que rompen para siempre nuestro otrora envidiable y delicado equilibrio ambiental?

¿Para dónde han volteado a ver cada vez que los planes de desarrollo urbano le comen otro cacho de cerro al cerro para construir la enésima ampliación de ese hermoso sector habitacional conocido como Tinacolandia?

Pero si bien han brillado por ausencia u omisión ante estas y otras catástrofes ecológicas propiciadas por la interacción humana, no podemos suponer que ello nos autoriza legal o moralmente para hacer con la sierra lo que nos dicte la divina inspiración, así esté avivada por San Francisco de Asís o el Santo Niño de los Elotes con Crema.

No podemos caer en la tentación de romantizar la acción de Raúl de la Peña, quien asegura que el turismo en lo que se supone es un área protegida creará conciencia y ayudará a su cuidado.

La experiencia nos dicta todo lo contrario: “Allí donde el ser humano posare su huella, mismo lugar que chetos valiere”.

Tristemente, la presencia del hombre sólo deja basura, ahuyenta a la fauna (en el feliz caso de que no se proponga darle captura y muerte) y en general pone en riesgo de destrucción cualquier hábitat.

A mí también como primate superior me apena admitirlo, pero cualquier santuario natural está y estará mejor sin nuestra presencia. La mentada escalera sólo es una puerta hacia la catástrofe ambiental para un ecosistema que ya ha sufrido demasiados menoscabos.

Además, si el “don” como quiera iba a hacer la maldad, de perdido hubiera instalado una escalera eléctrica, digo, para los que somos flojos.

petatiux@hotmail.com

facebook.com/enrique.abasolo

 

No podemos caer en la tentación de romantizar la acción de Raúl de la Peña, quien asegura que el turismo en lo que se supone es un área protegida creará conciencia y ayudará a su cuidado"

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