Incendiar mi biblioteca

Politicón
/ 21 abril 2019

El próximo 23 de abril es el Día Mundial del Libro.

Los festejos de los que tengo conocimiento consistirán en descuentos en librerías, así que decidí hacer mi propia fiesta y escribir desde, y acerca de mi biblioteca personal.

Es un remanso, un pedacito de paraíso, con algunos libreros que lo amurallan. Los libros están ahí, al acecho, mirándome, esperando a que los elija, a que les acaricie el lomo como animales domésticos.

Están ahí para que en algún momento dialogue con ellos. Autores vivos y muertos. En ocasiones prefiero los de autores que ya no existen, los que han probado que, a pesar del paso del tiempo, siguen vigentes.

Son los clásicos, los autores cuyas obras son universales. Me gusta pensar que en alguno de esos libros hay un secreto aguardando para revelárseme. Que encontraré un mensaje, una verdad que cambiará mi vida, que me hará ser mejor persona, mejor padre, mejor esposo, hijo, escritor.

Sé que el cambio es difícil y no es repentino. Ahora mismo leo un libro acerca del cambio personal.  “¿De la violencia de que deseo purga leer?”.

“Un libro es muy poca cosa, y de una realidad risible para la mirada de un cuerpo. No se transporta a la realidad sino en unas dimensiones que solo pueden impresionar a las moscas, exaltar algunas cucarachas”. O servir de pisapapeles. Dicen que uno es lo que lee. Creo que mi biblioteca es aspiracional, ahí está lo que quisiera leer algún día. Sé que no alcanzaré a leer todo lo que me gustaría. El hecho me produce cierta desesperación y tristeza. Los libros que me rodean están ahí para recordarme lo que no sé. 

Para ser hojeados según las circunstancias, lo que requiera alguna consulta o incluso el estado anímico en que me encuentre.

Puede ser que saque a pasear a la mente al leer un cuento. O que lea algo para aplicarlo en algún proyecto o hacer mejor un trabajo. La biblioteca incluye una repisa donde está el México de Fernando del Paso, el de Octavio Paz, el de Ibargüengoitia. El México visto por D.H. Lawrence, por Lowry, el México de McCarthy.

En mi pequeño remanso me rodean algunos monstruos literarios, ahí está Pessoa, Garcilaso, Poe, Chejov, Borges y encima de ellos Shakespeare.

“Hamlet entra leyendo un libro”. Me miran y se burlan de mi manera de escribir. Están ahí, diría Bloom, provocándome la angustia de la influencia, mientras escribo. ¿Cómo atreverse a escribir, si frente a mí, en el rincón de un librero hay obras de poetas chilenos: Teillier, Enrique Lihn, Zurita, Gonzalo Rojas?  ¿Cómo puedes tú lector, leer estas líneas si pudieras estar leyéndolos a ellos? Prestarle a ese enunciado —por un breve instante— tu vida. 

En mi biblioteca me rodean cuentos completos e incompletos, relatos reunidos y sueltos, ensayos y prácticas, aforismos desaforados. Atreverse a escribir es una acrobacia, pudiera estar leyendo títulos como, La historia comienza, Cuaderno de notas, Las virtudes fundamentales, Honrarás a tu padre, Las compañías que elegimos, Pasado negro, El discurso amoroso, El arte de perdurar. O El río de la conciencia, Filosofía medieval, Filosofía de la mente. El tiempo apremia y Se está haciendo tarde. ¡Ay, si mi biblioteca ardiera esta noche! “El fuego arderá siempre en el altar
 este altar es el corazón del hombre
 El libro es la leña de la mañana, la lectura el incendio”.

jesus50@hotmail.com

Jesús H. González de León
ECOS DE MI CIUDAD

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