La educación como política y como responsabilidad
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Escuchamos con frecuencia que la educación es un derecho que el orden constitucional nos confiere, en cuya concretización se obliga al Estado a brindar servicios educativos, lo cual, nos confiere la posibilidad de recibir adiestramiento para la profesión que hemos elegido dentro de instituciones educativas públicas y privadas instituidas para ese propósito.
Estas dos caras de la educación no dejan de esconder retos en su desarrollo cotidiano, en donde se instala, por ejemplo, el tipo de educación que se dispensa, sobre todo en instituciones de deriva religiosa cuyos contenidos parecen enfrentarse a los postulados del Estado laico, o en aquellos en que se cuestiona si dicha potestad es suficiente para exigir acceso a la educación en instituciones privadas, aun cuando no se cubra el pago de la colegiatura.
Menos explorada es la política educativa, que sirve para que el Estado despliegue la concepción del tipo de educación que busca impulsar para el desenvolvimiento individual de los educandos y para progreso nacional, mediante el impulso de leyes en la materia y la implementación de las correspondientes estrategias educativas.
La elaboración de dicha política, para ser integral, necesita asentarse en estándares que funcionen como faros que puntualicen los objetivos y finalidades a alcanzar y comprometan la acción solidaria de todos los actores políticos y sociales. En dichos estándares se juega el tipo y la calidad de la educación que se busca ofrecer, ya que pueden orientarla hacía el campo de la técnica, las humanidades o la innovación y conducirla por los derroteros de la excelencia o de la mediocridad.
Ninguna política de esta naturaleza podrá ser exitosa si no es incluyente, si carece de especificidad y si no está proyectada para nuestras necesidades de futuro. Incluyente porque reclama acciones para albergar en las aulas a todos aquellos que hoy se encuentran excluidos de la posibilidad de educarse y de los beneficios que para ellos y su entorno tendría la movilidad y el ascenso social; porque requiere previsiones para equilibrar el acceso de hombres y mujeres, de niños, adolescentes y adultos mayores a las mismas posibilidades educativas, y exige dar cabida a las personas indígenas en sus aulas y hacer concurrir a ellas a quienes tengan alguna discapacidad o enfermedad que repercuta en el ingreso a su desarrollo profesional y académico.
Las necesidades no son las mismas a lo largo y ancho del país, lo que sugiere la construcción de opciones educativas orientadas al tipo de profesionales que demanda cada entidad, y con carreras renovadas que preparen a sus alumnos con una perspectiva multidisciplinaria. Así como el siglo XX la medicina, el derecho, la arquitectura y la administración fueron las licenciaturas más socorridas, hoy debemos pensar en la formación que requiere el presente, pero pensando en el futuro, tales como la ciencia de datos, la ingeniería en computación, las ciencias de la tierra o las matemáticas aplicadas.
La responsabilidad de la educación presupone, a su vez, una educación responsable que orilla a sus participantes a asumir la parte que les corresponde con altura de miras. Se sustraen a dicha responsabilidad quienes desde el Estado no combaten las prácticas que erosionan la calidad educativa, manteniendo los defectos de antaño en donde se ubican las prebendas magisteriales; la eluden quienes desde las instituciones educativas se resisten a renovar sus planes y programas de estudio y a rejuvenecer su propia plantilla académica; la desprecian los que desde los sindicatos magisteriales no quieren renunciar a la venta de plazas, se resisten a capacitarse y evaluarse en beneficio del estudiantado; la desdeñan los padres de familia y las asociaciones civiles que dejan sin reproche a quienes no se toman con seriedad las implicaciones de la educación, sin comprender que su silencio compromete la preparación de las generaciones actuales y futuras.
Educar es, ciertamente un derecho, una obligación y una responsabilidad, pero sobre todo, un gran privilegio para quienes asumen con vocación esa noble tarea.