Lo que hemos perdido en el camino…
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Hoy estamos viviendo el predominio del interés y el beneficio personal por encima del colectivo. Cada día vamos perdiendo nuestro sentido de humanidad y nos vamos hundiendo en la vorágine de un individualismo insano. Yo pertenezco a una generación en la que se nos inculcaba amor al prójimo, a la patria, al espacio común. A mí me tocó la hermosa experiencia de que en mi niñez tuve muchos papás y mamás, los vecinos asumían ese papel con todos los chiquillos del barrio, nos cuidaban, nos reprendían, se interesaban en cada uno de nosotros. Una vinculación de esa naturaleza fue enriquecedora en nuestras vidas, crecimos rodeados de solidaridad, de interés genuino por las personas con las que compartíamos espacio y tiempo. Hoy eso ya no existe. La escuela también tenía un papel preponderante en nuestra formación, la colaboración entre padres y maestros en ese objetivo era sustantiva. De modo que se generaba un círculo virtuoso en torno a cada uno de nosotros. Hoy eso tampoco existe. Se van perdiendo talentos, se eclipsan inteligencias, se va menguando el desarrollo integral de las personas. No hay cultura ciudadana y se explica, las fuentes que la alimentan están descuidadas. El civismo fue arrancado de tajo de las asignaturas escolares. El civismo nace de la relación entre el hombre o ciudadano con su ciudad o nación. El origen etimológico de la palabra civismo es el latín, de civis, ciudadano y civitas, ciudad. Partir de este significado es esencial para comprender la utilidad de la cultura ciudadana, ese enroque es clave para destacar el papel de la ciudadanía en la transformación de la sociedad para vivir mejor. Ejemplos, tristes ejemplos que retratan la ausencia de esa empatía los tenemos a la vista. Desde el automovilista que es incapaz de darle el paso al peatón, como si en ello le fuera la vida, o los frescos que tiran basura en la vía pública, o los que rayan muros en detrimento del patrimonio del afectado, o de los que no usan cubrebocas en plena pandemia importándoles una pura y dos con sal la salud de los demás, hasta presentarse a elegir gobernantes, desinformados y sin conciencia de la trascendencia que eso conlleva.
Sin duda que la globalización, los medios de comunicación y la evolución del mundo en términos tecnológicos han contribuido también con largueza a que creamos que con dinero se puede comprar todo. La superficialidad es la reina de la escena, lo baladí se va apropiando de nuestras vidas. Hoy se vale hacer de todo para alcanzar el propósito, aunque con ello te lleves entre las extremidades inferiores a quien se te atraviese en el camino. Y eso va haciendo del mundo un lugar más frío e inhóspito para el ser gregario que habita en nuestro interior. Y si toda esta ausencia la trasladamos a la ciudad, al país, los efectos son letales. Mire en qué hemos ido convirtiendo el espacio en el que “vivimos”, cada día hay más crímenes de sangre, más inseguridad, más abandonos y desintegración familiar, más deserción escolar, más adicciones a las drogas -aumentando de manera alarmante los consumidores menores de edad-, más niñas embarazadas, entre otras “perlas”. Ser honesto en nuestro país es sinónimo de estupidez desde la óptica de millones de compatriotas, aquí a quienes se festina y se apoya es a quienes no lo son.
Es urgente reaccionar. Necesitamos recuperar los valores que le dan sentido a la vida, fortaleza al espíritu, temple a la voluntad, amor por el mundo del que somos parte. La escuela tiene que traer de nuevo la dimensión ética y social a la educación y no centrarse nada más en lo académico –que también deja mucho que desear– y en casa, los padres tienen que reafirmar conceptos con el ejemplo… hay tantos huérfanos con padres vivos. Y también hay responsabilidad en los medios de comunicación que se prestan a la distorsión de la realidad, y en los gobernantes, en sus conductas, en sus acciones. Ya basta de esa infame y nefasta práctica de usar a los pobres para permanecer ad perpetuam en el gobierno y no hacer nada para volverlos autosuficientes, acabando de una vez por todas con la nefasta cadena de la dependencia. Ya basta de la complicidad de los pudientes y de la indiferencia de millones de mexicanos. Nomás vean a donde nos ha conducido tanto desaire por la cosa común. Debiera de caérsenos la cara de vergüenza.
¿Hasta cuándo vamos a despertar del letargo?