Maestros, no autómatas

Politicón
/ 12 enero 2016
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Las cinco y media de la mañana y en muchos hogares inicia el cotidiano arranque de la jornada (si es que no empezó antes de esa hora). Luego del descanso para maestros y estudiantes, llega otro año y con él su nuevo curso escolar. Los padres se enfrentan de nuevo a las prisas y carreras de todos los días, pero también a la que se refiere directamente a los gastos que se originarán con motivo de preinscripciones, inscripciones y útiles escolares.

Luego de los festejos, llegan los compromisos para cubrir las colegiaturas: igualmente los referidos a las contribuciones y pagos de inicio de año.

Los padres se enfrentan a los gastos escolares tratando de hacer un apartado del presupuesto familiar. La escuela es una apuesta por el futuro de los hijos.

Mucho esperamos de la educación en México, pero sigue siendo este un asunto pendiente que no se resolverá en lo exclusivo con las evaluaciones docentes y las presiones a que han sido sometidos en los últimos años los maestros. De ser un referente, ahora se han convertido en un chivo expiatorio. El chivo expiatorio al que se culpa de aquello que el país entero no ha sido capaz de hacer.

El problema de la educación en México, que se quiere resolver con exámenes a los profesores, tiene mucho más en su seno que explorarse.

Desde la perspectiva global, pareciera olvidarse que cada estado, cada ciudad, cada comunidad y cada escuela poseen particularidades que no comparten con otras. Y la generalización parece ser la única oferta para subsanar los problemas que son particulares. Problema inherente al centralismo.

¿Cómo dejar de lado las condiciones económicas de las regiones? No se puede tratar a un niño estudiante de Oaxaca como a otro de una comunidad rural de Coahuila. Las condiciones son diferentes, aunque en algunos puntos coincidan.

Pero si bien en estos casos puede haber coincidencias, definitivamente no las hay entre niños donde la situación económica es boyante y otros donde el entorno es humilde y en otros muchos casos hasta paupérrimo. 

Belinda Contreras, quien realizó una investigación en la sierra de la Zongolica, en Veracruz, compartía hace poco que cuando se quiso “alfabetizar” a los niños de la sierra el sistema se instaló con una línea de trabajo: Los niños que hablaran náhuatl serían severamente castigados. El sistema diseñó así una manera de trabajar y después de los errores, buscó a quiénes responsabilizar de las cuentas que salieron mal luego de aberraciones como la de la Zongolica.

Los maestros del País están siendo observados como los malos de la película. Se mide con la misma vara: No trabajan. No asisten a clases. No desean prepararse, etc., etc.

Aunque sin duda en este sector, como en todos, existe por desgracia este tipo de profesores, no debe juzgárseles igual en todas partes. Hay en nuestro país, miles de maestros comprometidos con sus clases y sus estudiantes. Miles de maestros que hoy por hoy están siendo sometidos a una fuerte presión. Esos maestros también son padres de familia; también son madres de familia, que también, antes de llegar a su centro de trabajo dejan a sus hijos en las guarderías o con los abuelos, para poder recibir a sus propios estudiantes a las 7:00 de la mañana. ¿No merecen respeto?

El País necesita fortalecer infraestructuras, adecuarse a las necesidades de cada población, de cada escuela, de los propios maestros y estudiantes, de cada aula.

Que no sean los maestros los chivos expiatorios de un problema que está en otras manos resolver. Es un hecho que la humanización se está perdiendo. Y en el caso que nos ocupa se observa claramente, al percibir que los sistemas buscan que se trabaje como robots y no como seres humanos.

No tienes derecho a enfermarte. No tienes derecho a descansar. No tienes derecho a disfrutar a tu familia. ¿Hacemos robots hasta en uno de los puntos más sensibles de la sociedad, como es la educación, la formación del ser humano?

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