México en la encrucijada
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Hace años, recuerdo que cuando alguien preguntaba “¿Cómo te pinta el año?”, la respuesta solía ser: “Como pinta Diego, de la fregada”. Tal aseveración podríamos, con toda razón actualizarla, dadas las circunstancias prevalecientes.
Ni terminó bien 2016, ni tampoco empezó bien 2017. Quedaron muchos cuestiones sin resolver del todo: Ayotzinapa, las numerosas muertes de periodistas; la violencia y la inseguridad, los secuestros que no cejan, la corrupción generalizada y la grosera impunidad; el caso de los exgobernadores corruptos de varios partidos políticos; las fuerzas militares que deberían ya haber vuelto a sus cuarteles y el megagasolinazo que levantó ámpula en todas las clases sociales.
En lo económico, las cosas se complicaron: la tasa de crecimiento del Producto Interno Bruto, PIB, fue ajustada varias veces a la baja; la economía informal de subsistencia sigue predominando y esconde el subempleo y el desempleo real, y la terca pobreza que se ensaña con la mitad de los mexicanos y su correlativa, la enorme desigualdad social.
El mundo de la política está fragmentado y, tanto los partidos como los políticos, pasan por su peor momento de descrédito y desconfianza. Los partidos, algunos de ellos empresas familiares, gastan en conjunto una barbaridad de dinero y si sumamos los presupuestos de ambas Cámaras del Congreso de la Unión, lo que gastan los Ministros de la Suprema Corte de Justicia y lo que nos cuesta todo el aparato electoral nacional, nos damos cuenta de lo que a México le cuesta su sistema político, cuyas instituciones no responden a los anhelos y expectativas populares. Si hubiera un concurso internacional sobre el País de peores prioridades presupuestales, México lo ganaría sin duda alguna. Veamos ahora por qué el 2017 pinta de la “fregada”.
En primer lugar, este mismo mes, el 20 para ser precisos, asume la Presidencia en Estados Unidos el peor enemigo que México haya tenido en la silla presidencial norteamericana, el multimillonario, engallado e imprevisible, Donald Trump. Este señor figura en el lugar 405 en la lista de los millonarios de Forbes, y se ha caracterizado desde siempre como racista y enemigo acérrimo de los migrantes mexicanos, a quienes como candidato calificó de violadores y narcotraficantes.
Trump, sin conocimiento administrativo gubernamental, carente de experiencia política e ignorante de las complejidades de la geopolítica, es aún más peligroso pues a veces pareciera no darse cuenta de los verdaderos alcances de algunas de sus expresiones o de sus acciones. Sus discursos en campaña fueron estridentes, cismáticos y racistas. Y si juzgamos por las personas que ha invitado a trabajar con él, seguramente que su gobierno continuará en esa misma línea.
Dentro y fuera de su país, el nuevo Presidente de Estados Unidos se presenta como un activista retador en contra de todo lo establecido, sin reparar que de tal establishment dependen muchos equilibrios políticos y económicos, internos e internacionales. Se ha pronunciado despectivamente de la Organización de las Naciones Unidas, acusándola de no resolver los graves problemas internacionales y de que sus funcionarios se la pasan en el confort. Ha dicho que a la Organización del Tratado del Atlántico Norte, Estados Unidos debiera reducir sus aportaciones y elevar las de las naciones europeas. Acusa a China de manipular ventajosamente la tasa de cambio de su moneda y se pronunció por tratar a Taiwán (Formosa) como nación independiente, lo que molestó profundamente al gobierno chino, pues lo consideró como una agresión a su soberanía. A pesar del probado “hackeo” ruso que contaminó todo el proceso electoral, Trump se ha negado a reconocerlo y en cambio se expresa con la mayor simpatía de Rusia y de su líder, el señor Putin, olvidando que desde siempre su país y Rusia han sido eternos rivales.
En cuanto a México, el señor Trump va a provocarnos tremendos dolores de cabeza. Por lo pronto ya está boqueando inversiones norteamericanas que venían a México y está decidido a obligar a las empresas norteamericanas y de otras naciones establecidas en nuestro País y que exportan sus productos a Estados Unidos, a que cancelen proyectos de inversión en México y se instalen en su país.
Además, está el problema de los migrantes mexicanos indocumentados amenazados de deportación. Ellos viven momentos de angustia y el Gobierno no encuentra la forma de apoyarlos. Por último, está su proyecto de construir un muro para evitar que pasen a su país más migrantes indocumentados, cuyo costo de construcción se lo cargaría eventualmente a México.
Con una actitud proteccionista propia del siglo pasado, Trump plantea el aislamiento de Estados Unidos: rechaza el Acuerdo Transpacífico (TPP) y se propone denunciar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, TLCAN, lo que podría provocar un grave daño no solo a la economía mexicana sino también a la estadounidense. Recordemos que gracias a dicho tratado el comercio mexicano-norteamericano ha ascendido anualmente a más de 500 mil millones de dólares anuales y que, por primera vez en su historia, México tiene superávit en su balanza comercial con Norteamérica. Si Trump persiste en este empeño, ya podremos imaginarnos la debacle que le espera a nuestra ya de por sí débil economía.
Ante situación tan complicada todavía no se sabe la forma como el Gobierno mexicano le va a hacer frente. Se ha afirmado que negociemos sin arrogancia ni prepotencia. El problema es que la arrogancia y la prepotencia están del otro lado, ante lo cual pareciera que México se achica. Si bien es cierto que a estas alturas todavía no toma posesión el nuevo Presidente, la demora en la reacción mexicana comienza a interpretarse o como un momento de pasmo y confusión, o como un verdadero temor a enfrentarse a tan agresivo como poderoso personaje.
Cualquiera que sea la causa de esta actitud, hay que superarla, dado que Trump ya demostró que para imponer sus condiciones, suele asumir una posición de ventaja y plantea sus argumentos de modo agresivo y amenazante. Hay que enfrentarlo de manera respetuosa pero firme, con argumentos contundentes que exhiban la sinrazón de sus planteamientos y expresen la forma en que México podría responder, dentro del marco legal, cuando sean afectados de manera arbitraria sus intereses.
Para evitar confrontaciones que podrán provocar reacciones riesgosas, algún sector sindical o empresarial podría proponer públicamente al Gobierno mexicano, que revisara la relación de productos que importamos de Estados Unidos y que, dado el trato injusto y parcial que México está recibiendo, se busquen otros países proveedores de productos del campo y agroindustriales: maíz, frijol, trigo, oleaginosas, aceites comestibles, etc. En cuanto al tema del Tratado de Libre Comercio, México tiene sólidos argumentos para demostrar que los beneficios han sido compartidos ampliamente por los tres firmantes, pero en especial por Estados Unidos y México. Si nuestros vecinos se empeñan en continuar actuando por su cuenta –como ya lo demostraron– México habría de revisar todas y cada una de las fracciones arancelarias con el objeto de reorientar su comercio internacional hacia otras naciones menos agresivas.
Está por demás insistir en la búsqueda de nuevos países compradores de nuestros productos. La diversificación comercial, que desde siempre se ha venido promulgando, ahora es ya una necesidad impostergable y para lograrla habrá que aplicar cuanto esfuerzo y recurso sea necesario.
Es tiempo de diseñar una auténtica política de fomento industrial, mejor integrada y acorde a los cánones de la competitividad que impone la globalidad. Habrá que crear en el seno del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), con recursos gubernamentales y empresariales, verdaderos laboratorios científicos y tecnológicos en apoyo de la innovación y mejora de la productividad para ciertos productos donde podamos tener ventajas comparativas.
Por último, así como a los inversionistas extranjeros se les otorgan numerosas y valiosas canonjías para establecerse en México, del mismo modo habría de diseñarse un amplio y generoso programa de apoyos y privilegios a nuevos inversionistas nacionales, en materia fiscal, otorgamiento de terrenos, infraestructura eléctrica, de caminos o ferrocarrilera (espuelas, por ejemplo), etcétera.
Sería conveniente que esta estrategia se consensara con todos los sectores del País, en especial con la clase empresarial, a efecto de unificar criterios y fuerzas y asegurar el mejor de los resultados.
Seguramente en esta cruzada México va a encontrar muchos e importantes aliados dentro y fuera del País, ya que contamos con una clase empresarial de calidad global, un sindicalismo responsable y nacionalista, un amplio y diversificado inventario de recursos naturales y un importante y promisorio mercado interno.
Todo, a condición de que el Gobierno se decida a tomar la batuta del fomento económico con compromiso nacionalista y socialmente igualitario. Y, ante los embates del exterior, actuar con audacia, sagacidad y firmeza. Pero sobre todas las cosas, asumir una actitud de gallardía y dignidad.
*El autor es exgobernador de Coahuila.