Mirador 24/01/20

Politicón
/ 24 enero 2020
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El padre Soárez charlaba con el Cristo de su iglesia.

—Señor –le preguntó. El infierno ¿existe?

—Claro que existe –respondió él. Y no sólo uno: muchos. Ustedes los hombres los han hecho. Cada guerra que han combatido es un infierno. Cada perversidad que han consumado es un infierno. Cada injusticia que han cometido es un infierno.

—Es cierto, Señor –dijo el padre Soárez. Pero yo te preguntaba por el infierno de las llamas, ése al que el Padre Ripalda se refirió en su Catecismo.

Habló Jesús:

—No quiero contradecir a don Jerónimo, pero la idea de un castigo eterno me contradice a mí y contradice mi amor, contradice mi infinita misericordia. Digamos entonces que el infierno existe, pero está vacío. Yo doy mi amor aún al que no lo merece y perdono incluso lo que no se puede perdonar. Cuando ustedes aprendan a hacer lo que yo hago dejará de haber infiernos en la tierra.

El padre Soárez meditó en las palabras de Jesús y pensó que quizás el Padre Ripalda había cargado demasiado la tinta al escribir acerca del infierno.

¡Hasta mañana!...

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