Óscar Chávez, una figura relevante de nuestra época
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Lo que voy a narrar sucedió en 1967. Publiqué en mi columna una parodia a propósito de la corrupción de la llamada familia revolucionaria, con aquellas “comaladas sexenales de millonarios”, aquellos súbitos enriquecimientos que luego se nombrarían “inexplicables” y que fueron siempre muy explicables. No era un tiempo propicio para hacer una crítica así: se vivía el sexenio de Díaz Ordaz. En aquel tiempo, sin embargo, yo era dueño del desparpajo de la juventud, y también de su inconsciencia, y aunque mi padre, preocupado, me pedía una y otra vez que me midiera, que me cuidara, yo no hacía ni una cosa ni la otra. Pondré aquí la letra de esa parodia como se publicó: “¿Que de dónde amigo vengo? De una casita que tengo por allá en el Pedregal. De una casita chiquita, con frontones, alberquita y calefacción central. Ver un garage tú puedes donde caben tres Mercedes, cuatro Mustangs y un Jaguar, y en el piso que está encima hay gimnasio, ring, esgrima y un salón para bailar. Me dirás muy asombrado que de dónde habré sacado coches, dinero y mansión. A las claras te lo dice este letrero que hice: ‘¡Viva la Revolución!’. Si tú quieres al momento, casa, vestido y sustento y una vida cual no hay dos, ya no seas reaccionario: hazte robolucionario y que te bendiga Dios”. En el artículo anotaba yo que los versos de la parodia debían cantarse con la música de “La casita”, canción de Felipe Llera. Pocos días después recibí en mi casa de Saltillo una llamada telefónica. Quien llamaba era Óscar Chávez. Había leído mi columna, me dijo, y le había encantado. Me pedía permiso de grabar la parodia, dándome el crédito correspondiente, claro. “Me gusta cantar buenas letras –añadió–, y la tuya es estupenda”. Habría que añadirle algunos versos, sugirió. Desde luego le di la autorización junto con mi agradecimiento. Para mí aquello fue un honor, pues ya entonces Óscar gozaba de esa popularidad que luego iría creciendo más y más. Grabó la canción, y fue un exitazo, uno de los primeros grandes hits –así se dice– de la canción de protesta en México. Después me llamaba de tiempo en tiempo para decirme cómo aplaudía el público cada una de las estrofas de “La casita”. Al paso de los años fue a Saltillo, y antes del recital le pedí que cantara la canción. “¿Cómo puedo dejar de cantarla? –respondió. La gente siempre me la pide”. Haber hecho esa parodia cuando criticar al Gobierno, al PRI y a los políticos no era cosa usual es una de las mayores satisfacciones de mi vida de escritor, y más haberla visto popularizada por un artista de la talla de Óscar Chávez, sin lugar a dudas uno de los más grandes cantantes y compositores de este tiempo. Su canción “Por ti”, tan bella y tan bellamente cantada por él mismo, basta para dar perennidad a cualquier cantautor. Los esfuerzos que hizo para rescatar el rico acervo de la antigua canción mexicana, la generosidad con que apoyó siempre a intérpretes de nuevo cuño, sus participaciones en el cine, sus inolvidables recitales en el Auditorio Nacional, su postura política a favor de las causas populares, todo eso hace de Óscar Chávez una figura relevante de nuestra época. Me entristeció su muerte. La noticia me llegó dolorosa e inesperada, pues teníamos él y yo una cita para cuando pasara esto del confinamiento. La había concertado ya un amigo común, Jorge Cuéllar, hombre bueno y talentoso que sabe de la canción y la amistad. Él estaría con nosotros junto con Pepe Cárdenas, otro querido amigo de siempre. Compartiríamos el vino y el pan y haríamos recuerdos. La muerte se nos adelantó. La muerte siempre se adelanta… FIN.