¿Se mueve la aguja con el juicio de destitución?
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Después de dos semanas de extraordinarias sesiones públicas, doce testigos, mucho grito, sombrerazo y decenas de tuits furibundos del presidente, las siete audiencias de investigación para un juicio político de destitución contra Donald Trump concluyeron el jueves pasado con tres saldos notorios. El primero son las pruebas contundentes e irrefutables acerca del uso faccioso del poder y la diplomacia por parte del presidente en el caso de Ucrania. Segundo, se ha ahondado la determinación de los Demócratas de proceder con la destitución. Y tercero, y quizá el más palmario e inequívoco de ellos, es la construcción de un muro Republicano tan imponente como infranqueable alrededor del presidente, y cuyos cimientos son –en esencia– que la realidad se joda, no importa cuán condenatorias sean las evidencias, y que Trump tiene el poder de hacer lo que quiera, incluso si parece inapropiado e incorrecto o es llana y sencillamente ilegal.
Los datos de encuestas recientes se ciñen mucho a la radiografía que emana de las audiencias. La encuesta ABC/Ipsos muestra que una mayoría de estadounidenses –70 por ciento– considera que la petición de Trump a su homólogo ucraniano de investigar a Joe Biden y a su hijo estuvo mal, y 51 por ciento opina que debería ser destituido, un porcentaje que no se ha movido gran cosa a lo largo del otoño. Pero en paralelo, la aprobación de Trump recuperó algo del terreno perdido desde que Pelosi (quien se dilató en acceder a iniciar el proceso precisamente por estas razones) anunciara que la Cámara iniciaría la investigación. En una encuesta de Gallup del miércoles pasado, 43 por ciento aprueba la gestión de Trump, dos puntos porcentuales más que la misma encuesta a fines de octubre; su desaprobación cayó de 57 a 54 por cienti. A pesar de estos números, 69 por ciento dice no haber tomado una determinación de si el presidente debe ser removido del cargo o no.
Esto explica por qué el liderazgo Demócrata recurrió a la televisión para aportar transparencia y dignidad a la investigación de un juicio político. Pero los datos sobre el proceso de audiencias públicas también evidencian el reto que tendrá en mover la aguja de las percepciones del votante, sobre todo porque la apuesta fue que éstas inclinasen la balanza de la opinión pública inequívocamente a favor del proceso de destitución. El primer día generó menos interés que otras audiencias relevantes en lo que va de la administración Trump, generando 13.8 millones de televidentes en vivo, contra los 19.5 millones que vieron, por ejemplo, el testimonio del exdirector del FBI, James Comey, en 2017; los 16 millones de la audiencia del exabogado de Trump, Michael Cohen; o los 20 millones de la audiencia sobre el juez Brett Kavanaugh. Fox fue la cadena más popular tanto durante el primer día como en los momentos más álgidos de las audiencias, con 2.9 millones de televidentes (57% más de lo que registró CNN), los cuales además escucharon opiniones muy distintas a las prevalecientes en todos los demás canales.
El apoyo del GOP a Richard Nixon con Watergate se colapsó porque la mayoría de los estadounidenses compartían básicamente las mismas fuentes de noticias y habitaban un entorno político similar, con traslape ideológico. Y los hechos sí importaban entonces. A diferencia de Nixon, o de Bill Clinton, Trump tendrá frente a sí –y después del voto de destitución y su previsible exoneración en el Senado– una campaña de reelección. Para los Demócratas, el peligro es que los votantes concluyan que están tan centrados en las presuntas fechorías del presidente que han perdido de vista los problemas más apremiantes para el país. Y para Trump, el peligro es que estas semanas –y las que vienen– propicien que votantes independientes que le dieron el beneficio de la duda en 2016 decidan que realmente hay fondo en las acusaciones formuladas contra él. No cabe duda que con la apuesta Demócrata por la destitución, se viene un camino largo, incierto y potencialmente traicionero.
Arturo Sarukhán
Opinión Invitada