Símbolo y representación de la muerte

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Un repaso en la representación de la muerte como símbolo puede resultar interesante reflexión y recordatorio en estos días.
Los griegos pusieron en la arbitrariedad de la fortuna el destino humano. Por eso, las tres diosas llamadas Moiras, hijas del Erebo y de la Noche, son las encargadas de la duración de la vida. Cloto se encarga de hilar el hilo que representa la vida, mientras Láquesis distribuye las suertes y mide con una varilla la longitud del hilo; llegado el momento, Átropos, lo corta con sus tijeras y acaba de tajo con la vida.
También otras imágenes de la mitología griega tenían la representación de la muerte: el joven efebo hermano del Sueño, o la figura del genio que lleva una antorcha apagada. Los griegos también llamaban Parcas a las Moiras, aunque la denominación corresponde a los romanos, en cuya mitología esas diosas de los alumbramientos presidían el destino de los hombres y se llamaban Nona, Décima y Morta. Parcas o Moiras, representan un poder que vela sobre el destino del hombre desde que nace hasta que muere.
La muerte es un tema recurrente en la literatura. Lo mismo se encuentra en textos antiguos que en los más recientes y no sólo los religiosos lo toman una y otra vez. Cuando se quiere recordar que la muerte es hoy la misma que ayer y que nadie escapa de ella, se recurre a la frase famosa: “Quod es fui; quod sum eris” (Fui lo que eres; serás lo que soy), que juvenal, el obispo de Salusa, escribió sobre una calavera, compañera inseparable de sus meditaciones. Esa sentencia y la muy conocida del Génesis: “Pulvis est, et in pulverem reverteris” (polvo eres y en polvo te convertirás), indican las vertientes del tratamiento que el hombre le ha dado al tema: la propia terminación de la vida y la representación simbólica de la muerte.
La Ilíada tiene un bello pasaje en el que Homero señala hasta qué punto la muerte puede conmover en sus entrañas de padre a Zeus, el dios mayor del Olimpo. Cuando ve que Sárpedon, uno de sus hijos, está a punto de sucumbir bajo la espada de Patroclo en la guerra de Troya, le comunica a su esposa Hera su deseo de impedir la muerte. Hera le contesta: “¿Quieres arrancar por segunda vez a la sombría Parca un mortal destinado a sucumbir desde hace largo tiempo? Satisface este deseo tuyo y excitarás la murmuración de todos los dioses”. Zeus se inclina, impotente. Y Homero escribe: “El padre de los dioses y de los hombres deja de oponerse al curso del destino. En testimonio de su dolor, hace destilar de los cielos sangriento rocío”.
El tema de “El triunfo de la muerte”, de Petrarca, trascendió el siglo XIV y los posteriores al incorporarse a las artes plásticas, las letras, la pintura, la escultura, el grabado y hasta en la utilería de los escenarios. La imagen de la muerte que igual siega con su guadaña la vida del rey, del papa, cardenales y obispo, que la del más humilde de los mortales, fue utilizada por célebres maestros, y de ellos pasó a los diseñadores de barajas de tarot francés y cartas florentinas y venecianas, y otros juegos europeos de baraja grabados en madera y pintados a mano.
Para los poetas el tema es insoslayable como objeto de inspiración, ya en forma de lamento, ya de reclamo. En el siglo XV Jorge Manrique compone las famosas “Coplas” a la muerte de su padre: “Recuerde el alma dormida, / avive el seso y despierte, contemplando / cómo se pasa la vida, / cómo se viene la muerte, / tan callando...”. Y en el XX, el mexicano Miguel Guardia escribe a la muerte: “Te llevo en mí, profunda y misteriosa, / como a la suave y elocuente rosa / que habrá de florecer sobre mi fosa /... Pero ahora no tengo más que darte / que la dura conciencia de esperarte / sin poder evadirte ni llamarte...”.
edsota@yahoo.com.mx