TLCAN: permanece, pero será renegociado
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Tras una larga cadena de especulaciones, la Casa Blanca confirmó ayer por la tarde que el presidente Donald Trump no firmará la presunta orden ejecutiva que su equipo preparaba para sacar a los Estados Unidos del Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Sin embargo, también se aclaró que el Mandatario estadounidense promoverá una “revisión” del acuerdo.
Se trata, sin duda, de una buena noticia, sobre todo a la luz de los estropicios que causó a la paridad cambiaria entre el peso y el dólar la ola especulativa alimentada desde la oficina oval.
Pero es —o podría ser— una buena noticia sólo en principio, pues la renegociación del acuerdo implica un riesgo que bien puede ser considerado equivalente a la salida de cualquiera de los tres países del acuerdo, a menos que las negociaciones queden claramente acotadas desde el principio.
En otras palabras, antes de tener claro el impacto que una eventual renegociación del TLCAN puede tener en nuestra economía sería bueno saber qué implica la “revisión” de los términos que el magnate neoyokino ha planteado desde su campaña.
¿Estaría cada término del acuerdo sujeto a discusión? Es decir, ¿podría ser un “borrón y cuenta nueva” que implicara la necesidad de negociar en realidad un nuevo acuerdo “desde cero”?
Desde luego, no es lo mismo negociar un nuevo acuerdo mientras mantienes vigente el que entró en vigor en 1994, pero plantearse la posibilidad de que el Tratado esté sujeto a discusión de forma integral podría implicar abrirle la puerta a un período de turbulencia económica pues cada ajuste que se discutiera implicaría posibles impactos en sectores de la economía que han surgido, crecido y consolidado con base en dichas reglas.
No se trata de plantear la imposibilidad de renegociar el acuerdo, desde luego. El TLCAN no puede ser considerado una “camisa de fuerza” o un pacto inamovible, pues ello implicaría ignorar su propia naturaleza: se trata de un acuerdo de voluntades.
Pero si la idea no es cancelarlo, sino sólo someterlo a escrutinio, tal idea tendría que ser implementada desde la perspectiva de que las partes obtengan mayores beneficios que los actualmente implicados en la existencia del acuerdo trilateral.
Y para que eso sea posible, seguramente resultará útil que los gobiernos de México, Estados Unidos y Canadá se dieran el tiempo necesario para acordar cuidadosamente los términos de la negociación, de tal suerte que dicho proceso no genere turbulencias como las que hemos padecido en los días anteriores, cuando la incertidumbre respecto de la suerte del acuerdo provocó inestabilidad en los mercados.
En síntesis, el hecho de sentarse a la mesa de negociaciones para “ajustar” el TLCAN tendría que ser visto como un proceso en el que, al final, todo mundo gane y nadie pierda. Si no se plantea de esa forma desde el principio, se corre el riesgo de que el resultado sea igual de malo que el hecho de abandonarlo.