Trino de esperanza

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Son parte del paisaje, y su trinar, cotidiana presencia. Distinguible su sonido. Ligeros vuelos que sacuden el aire. Aleteos inconcebibles, distinguibles entre una y otra ave. Y si esta es la conocida como “saltapatrás”, entonces gira de un lado a otro con determinación y fuerza. En donde pareciera trotar es en un árbol aún seco, en los albores de la Primavera, estos estertores de Invierno. Los gorriones comunes le observan y se mantienen a prudente distancia de su revoloteo. Impávidos, inescrutables. El colibrí, de su lado, se mantiene fantásticamente en el aire y con su alegre y sostenido vuelo agrega tornasoladas inscripciones de color a estos ya de por sí iluminados días.
Frágiles figuras que han inspirado grandes historias. Gustavo Adolfo Bécquer puso en ellas notas de delicada melancolía: “Volverán las oscuras golondrinas/ de tu balcón sus nidos a colgar, / y otra vez con el ala a tus cristales, / jugando, llamarán. / Pero aquéllas que el vuelo refrenaban / tu hermosura y mi dicha a contemplar, / aquéllas que aprendieron nuestros nombres / ésas… ¡no volverán!”.
Aquí, las golondrinas hacen un paisaje común. Pero no por común, deja de sorprendernos. Su habilidad para construir nidos y mantenerlos, es vista con admiración, y su canto continuo y melodioso, oído con deleite. “El zaguán de las golondrinas”, así se llamaba aquél que para siempre quedó oculto en un rincón de la infancia.
Los ruiseñores… ah, los ruiseñores. Dos autores traigo aquí al recuerdo; dos autores que eligieron esta hermosa ave para dotar de símbolo de gracia, amor y esperanza. Óscar Wilde, con “El ruiseñor y la rosa”. El ruiseñor, que entiende el auténtico sentido del amor y ofrenda su vida por el “verdadero enamorado”, a cambio de esta súplica: “Lo único que te pido, en cambio, es que seas un verdadero enamorado, porque el amor es más sabio que la filosofía, aunque ésta sea sabia; más fuerte que el poder, por fuerte que éste lo sea. Sus alas son color de fuego y su cuerpo color de llama; sus labios son dulces como la miel y su hálito es como el incienso”.
El canto, su bello canto, es lo que inspiró a la recientemente fallecida gran escritora Harper Lee, en “Matar a un ruiseñor”, cuando en la historia se aconseja al pequeño protagonista, el jovencito Jem: “Dispara a todos los grajos que quieras, si puedes acertarles, pero recuerda que es pecado matar a un ruiseñor”. Porque el ruiseñor, a diferencia de todos los demás, no arrasaría con los trigales. El ruiseñor está dispuesto únicamente a cantar, a ofrecer lo mejor de sí con su alegre trino.
Los cisnes también son representados en su majestuosidad: ya con los Hermanos Grimm, y el hermoso cisne en que se convirtió aquel compadecible patito feo; ya con las majestuosas notas de Tchaicovsky con su “Lago de los Cisnes”, en una historia de amor e intriga con sublime final.
Las aves acompañan nuestro cotidiano andar. Miles que pueblan nuestros cielos, se recogen en las copas de los árboles y se acogen en las sombras de nuestras plazas y edificios. Las migratorias que han de cruzar continentes; las que se quedan: aquellas que permanecen aun en el invierno y lo enfrentan entonando dulces melodías. Es así el Chickadee: dulce voz en medio de las tormentas invernales en el norte de Estados Unidos.
Muchas lecciones tenemos en estas frágiles criaturas. Su canto en la mañana, sus hábiles desplazamientos, sus coordinados y mágicos vuelos en parvadas. En muchos sentidos, son las aves un canto, diría literal, de esperanza, de ternura, de asideros ante la desventura, el desaliento o la tristeza.
Sierras blancas
Finalmente la nieve llenó de blancura las sierras que circundan a Saltillo, dotándole de un maravilloso espectáculo muy poco común. “Nunca me había tocado ver que la nieve quedara atrapada tantos días en la cumbre”, comentaba un saltillense que cruza los treinta años.
Los abuelos sí llevaban toda la razón con respecto a la presencia de estas inopinadas heladas de marzo en nuestras norteñas ciudades. Aun ahora, en los albores de esta esquiva Primavera.