Un nuevo año
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La semana se va rápidamente y escribir se complica en estos días de visitas, de reuniones familiares y de amigos, días de nostalgia, de cumplimientos, de compromisos, en los que siempre se come de más, la sobremesa se alarga y las rutinas se pierden. Días tan agradables como pocos del año, pero en los que es difícil encontrar un rato a solas para sentarse a escribir y, a veces, hasta para dar gracias.
¿De qué escribir? ¿Del año décimo sexto de este tercer milenio, que se fue tan de prisa como llegó? ¿De un año que dejó como marca indeleble en el mundo guerras de consecuencias inimaginables, provocadas a veces por fanatismos de identidad en las que unos siembran el terror en nombre de Dios y otros lo cosechan en nombre de una “justicia infinita”? ¿Escribir de guerras provocadas por delincuentes inmisericordes que siembran algo más que el terror con las desapariciones de personas y pueblos enteros, en las que muestran su enorme poder de destrucción? ¿De un año en el que el Gobierno ha hecho más profundas y más hondas las líneas divisorias de los tres hipotéticos territorios en que mantiene a los mexicanos? Cada día se ahonda la división: el primer territorio, iluminado pero pequeñísimo, es el de los ricos y poderosos; el segundo, mucho más grande y sumido en la penumbra, es en donde estamos los que aún tenemos trabajo y vivimos medianamente pero cada vez con más restricciones y dificultades; y finalmente el tercero, inmenso y muy oscuro, es el que se ensancha constantemente, aquél en donde reina la miseria, el hambre, la marginación, el analfabetismo… ¿Para qué hablar de un año próximo en el que Coahuila entrará a la recta final de un gobierno difícil, bajo un endeble y tambaleante escenario nacional con un panorama económico muy oscuro y en el que enfrentará una complicada problemática electoral para renovar cargos de Gobernador, alcaldes y diputados locales?
Todo el año se ha hablado de guerras, penumbras, obscuridades, daños ambientales, terrorismo, pobreza, gasolinazo, empresas fantasmas, futuro incierto, elecciones, candidatos… Yo prefiero otra cosa. Esta noche (escribo la tarde del sábado), para despedir el Año Viejo volveré a recordar “El Carretero de la Muerte”, novela de Selma Lagerloff, Premio Nobel de Literatura en 1909, donde recoge la leyenda sueca del último hombre que muere en el año. Quien entrega su alma precisamente al sonar la última campanada de las 12, en la Noche de San Silvestre, deberá servir en espíritu a la Muerte durante el año siguiente, como conductor de la carreta en la que acarrea a los muertos. En ese párrafo, el viejo carretero le dice al que debe sustituirlo: “Pronto será la mañana del primer día del año, y al despertarse, el primer pensamiento de los hombres será para el Año Nuevo. Repasarán en su mente cuanto esperan y cuanto desean de este nuevo año, pues pensarán en el porvenir. Entonces quisiera yo poder aconsejarles que no pidan ni la ventura, ni el amor, ni el éxito, ni la riqueza, ni la vida larga, ni aun la salud. No, sino únicamente que junten sus manos y concentren sus pensamientos en esta sola plegaria: ‘Señor, Dios mío, haz que mi alma llegue a su madurez antes de ser segada’”.
Palabras sabias las del carretero de la muerte. Las repetiré esta noche vieja, y en la mañana las repetiré de nuevo, recordando conjuntamente al místico poeta catalán Juan Maragall, quien llamó a la Navidad “La fiesta del eterno comienzo”, ya que el Año Nuevo es precisamente eso, un “eterno comienzo”, que se repite, como la Navidad, cada 365 días. Cierto es que el año se va tan rápido como llegó, pero igualmente vuelve siempre con múltiples sorpresas, sin importar circunstancias políticas o sociales, para darnos un nuevo comienzo, lleno de esperanza, bienestar, salud y prosperidad. Ojalá y esos dones nos traigan también la madurez del alma.