¿Por qué los gobiernos ‘entierran’ los estudios por los que pagan?

Opinión
/ 24 septiembre 2023

Un problema de la relación de la ciencia con los gobiernos es que normalmente se hacen cosas para el momento, pero nunca con una visión a largo plazo. Nunca con interés de incidencia. Sólo para el anuncio, la foto o el aplauso.

Esta semana publiqué en Semanario un reportaje titulado “¿Qué aire respiramos?”, un trabajo sobre la contaminación atmosférica en Coahuila, particularmente de metales pesados; el rezago en estaciones de monitoreo y, sobre todo, un estudio realizado por la UNAM sobre las concentraciones de metales pesados en la entidad, que nunca fue dado a conocer.

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El proyecto “de evaluación y difusión de la calidad del aire en tiempo real y su impacto ambiental por metales en zonas urbanas del estado de Coahuila” fue un estudio que el Consejo Estatal de Ciencia y Tecnología (Coecyt) mandó hacer con el dinero que le transfieren de las multas electorales.

A través de solicitudes de información obtuve el reporte final que entregó el Instituto de Geofísica de la UNAM al Coecyt. En él advierten concentraciones de ciertos metales pesados en el aire de Saltillo, Ramos Arizpe, Monclova así como en la zona urbana de la región Carbonífera, y altas concentraciones de plomo y arsénico en Torreón.

El estudio refiere, por ejemplo, que en Saltillo hay concentraciones de 13 de 17 metales analizados, principalmente el hierro, cromo y zinc.

En Ramos Arizpe hay presencia de mercurio, sobre todo cercano a los basureros industriales. En Barroterán, municipio de Múzquiz, también se halló mercurio. En Monclova también se encontraron concentraciones en 12 de 17 metales analizados; los que más: cobre, zinc y plomo. El principal “hot spot”: la empresa Altos Hornos de México.

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En la zona urbana de Sabinas, Nueva Rosita, Cloete y Agujita se detectó que 16 de 17 metales analizados presentan valores de enriquecimiento mayores a 10.

Mientras que en Torreón se encontró que el plomo y el arsénico presentan “concentraciones muy elevadas en comparación con otras zonas urbanas de México”, sin embargo, el reporte aclara que las muestras fueron colectadas únicamente en dos puntos urbanos.

Es obvio que la UNAM, al ser contratada, entregó los resultados al Coecyt, instancia con la que firmó el convenio y que le pagó. Mario Valdés, su director, me aseguró que el reporte fue entregado a la Secretaría de Medio Ambiente estatal.

Entonces, ¿qué demonios pasó después del estudio? La respuesta es evidente: nada.

En este país se gasta en estudios, proyectos y diagnósticos esperando que no pase nada. Que se mueva lo que una tortuga en una carrera.

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AL TIRO

Uno hubiera esperado que después del estudio y, sobre todo, de los resultados, hubiera habido un seguimiento, acciones, hacerlo público, informar a la sociedad. No se hizo nada. ¿Por qué? Porque se lastiman intereses muy fuertes.

¿Entonces? ¿De qué sirve mandar a hacer un estudio si no vas a hacer nada con él?

Alguna vez un investigador del INIFAP me dijo “los gobiernos mandan a hacer estudios, y después vuelven a hacer otros para decir que el pasado está mal”.

No se trata de hacer por hacer, de gastar por gastar, sino de buscar un impacto con lo que se hace, sobre todo una instancia como el Coecyt.

Que no se les olvide que son empleados de la gente, no de las empresas.

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