¿Por qué no me respetan? Empieza por darlo primero tú

Opinión
/ 7 septiembre 2023

Escucho frecuentemente en mi consulta privada: “Mi esposa no me respeta. Me dice que siempre prometo y no cumplo”. “Mi familia no cree en mí. Siempre me dan ‘atole con el dedo’”. “Mi jefe prefiere darles mi trabajo a otras personas que a mí”. ¿Recuerdas este viejo dicho: “Las acciones hablan más que las palabras?”. Bueno, ¿adivina qué? Es viejo porque es verdad. Ahora, no estoy sugiriendo que suban al monte Everest o corran un maratón (aunque, ¡les quito el sombrero si lo hacen!). De lo que estoy hablando es de integridad –hacer que tus palabras se alineen con tus acciones–. ¿Eres una de esas personas que prometen la luna y las estrellas sólo para entregar un puñado de polvo? Si es así, ya has perdido la batalla por el respeto.

Imagina que estás trabajando. Te has comprometido a entregar un proyecto en una fecha específica. Llega el día, y en lugar de un proyecto terminado tienes un montón de excusas. Como maestro he escuchado cientos de excusas de mis alumnos al no entregar alguna tarea o proyecto que se encargó con semanas de anticipación: “Es que mis compañeros... Es que mi perro... Es que mi mamá... Es que el carro... Es que la luz...”, y decenas más.

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Ahora, cambiemos el guion. No sólo no entregan a tiempo, sino que el trabajo es mediocre y no cumple con el mínimo de las expectativas. Qué escenario crees que te ganará, ¿respeto? Esta es la simple verdad: si quieres que la gente te respete, necesitas respetar tus compromisos. La gente necesita saber que tu palabra no es sólo aire caliente –lleva peso–. Mi abuelo siempre decía que antes no había contratos que firmar, sino que la palabra era lo único que valía.

¿Quieres que te respeten? Primero necesitas respetar a los demás. El respeto es una calle de doble sentido. ¿Alguna vez ha intentado conducir por una calle de sentido único en la dirección equivocada? El resultado es, en el mejor de los casos, caótico, y en el peor, catastrófico. El mismo principio se aplica al respeto –es una calle de doble sentido–. ¿Quieres respeto? Empieza a darlo. El respeto no es un privilegio de rango, estatus o edad, es un derecho fundamental. Es fundamental empezar por escuchar a los demás y valorar sus contribuciones y reconocer su existencia.

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Al final del día se reduce a esto: si no te respetas a ti mismo, ¿cómo puedes esperar que otros lo hagan? El respeto por uno mismo no se trata de jactarse o darse aires, se trata de conocer tu valor y negarte a aceptar menos de lo que mereces. Se trata de establecer límites y apegarse a ellos. Se trata de tratarse a sí mismo con tolerancia, aceptación, amabilidad y comprensión. Ayudemos a nuestros hijos, especialmente a nuestras adolescentes, a aceptarse a ellos mismos por lo que son y saben, y no por lo que los demás amigos piensan de ellos. Hoy existe una gran presión en muchos de ellos en buscar su aprobación y cumplir con sus expectativas sin importar que vaya contra sus valores y principios. Significa no dejar que nadie los hagan sentir insignificantes o inferiores. Significa que entiendan que son valiosos, nadie tiene derecho de lastimarlos y deben respetarlos.

Ahora podemos entender por qué la gente podría no estar haciendo cola para saludarte. No es una conspiración cósmica misteriosa, se trata de acciones, actitudes y autopercepción. Comencemos a tratar a todos a nuestro alrededor con respeto genuino y observemos cómo cambia la marea. Y, por último, respétate a ti mismo. Establece tus límites y mantén tu valor a pesar de las presiones de los amigos. Recordemos que el respeto comienza en casa, en nuestro propio corazón y mente. Porque una vez que empieces a irradiar respeto, el mundo no tendrá más remedio que reflejarlo de nuevo a ti. Confía en mí en esto.

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