¡Oh, los gastos pendejos! Ese glorioso arte de vaciar nuestras carteras en la búsqueda insaciable de la nada misma. ¿Quién no ha experimentado el éxtasis de comprar algo que sabía que no necesitaba, pero que, por algún motivo místico, su corazón ansiaba con la intensidad de mil soles? Claro, ese jueguito de mesa para dos jugadores que terminó empolvándose en el rincón más oscuro del armario, o la quinta suscripción a un servicio de streaming que jamás ves porque siempre terminas en Netflix. ¡Salud por esos pesos bien gastados!
Comencemos con una confesión: todos hemos caído en la trampa del gasto pendejo, me incluyo totalmente. Tal vez fue esa máquina de hacer cupcakes que jurabas usar todos los fines de semana. O quizás, esa suscripción anual a un gimnasio al que nunca pusiste un pie, pero que te hacía sentir increíblemente saludable mientras comías una pizza entera en el sofá. Ah, la ironía.
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¿Y qué tal esas aplicaciones premium de meditación? Nada como gastar 300 varos al mes para escuchar a una voz zen decirte que no necesitas cosas materiales para ser feliz. Claro, mientras te cobran religiosamente cada mes.
Y es que los gastos pendejos son esa joya moderna que nos permite vaciar la billetera a la velocidad de la luz y llenar nuestras casas de cosas inútiles que sólo sirven para acumular polvo o, en su defecto, ser la burla de los amigos cuando nos visitan. ¡Para qué necesitamos un fondo de ahorro para emergencias cuando podemos tener una máquina de hacer helados que nunca usaremos porque preferimos comprarlos en la tienda de la esquina!
Imaginemos un típico sábado por la mañana. Se despierta y decide que hoy es el día perfecto para adquirir ese dispensador de jabón automático con luces LED y música incorporada. Porque claro, todos sabemos que lavarse las manos es mucho más divertido con un espectáculo de luces digno de Las Vegas y la canción de “Eye of the Tiger” de fondo.
¿Quién no ha gastado en artículos de decoración absurdos? Admitámoslo, esa lámpara de lava de neón era absolutamente necesaria para su “Zen office space”. Y no olvidemos esa plantita carnívora que prometía devorar todos los insectos de su casa y que terminó siendo comida gourmet para la mosca de la fruta más robusta del barrio.
Luego están las compras impulsivas en línea, esas que hacemos a las tres de la mañana cuando creemos que necesitamos urgentemente una colección de pelucas de colores o una réplica del anillo único de “El Señor de los Anillos”. Porque claro, todos sabemos que la mejor hora para tomar decisiones financieras es cuando apenas podemos mantener los ojos abiertos.
Ah, y no podemos olvidarnos de esos gadgets tecnológicos que jurábamos revolucionarían nuestra vida. Ese smartwatch que iba a hacer de nosotros todo un ser fitness, pero que ahora sólo usamos para ver la hora, ¿quién tiene tiempo para contar pasos? ¡Nadie! O la freidora de aire, que usamos una vez para hacer papas fritas (que, sorpresa, sabían a cartón) y que ahora ocupa el mismo espacio que antes reservabas para tus sueños de una vida saludable.
Aunque algunos gadgets de cocina merecen un lugar aparte. ¿Por qué conformarse con un cuchillo normal cuando puedes tener uno con GPS y Wi-Fi integrado? Seguro, porque todos hemos tenido ese problema de no saber dónde cortar el tomate y necesitamos urgentemente que un dispositivo nos diga exactamente dónde hacerlo, mientras se conecta a nuestra red doméstica para enviar los datos a la nube. ¡La tecnología es maravillosa! De una vez lo voy a agregar a mi carrito de compras.
¡Hablemos de la moda! La colección de gorras de edición limitada, las camisetas con frases pseudo-intelectuales y los jeans rotos de diseñador. Todos nos hemos dejado llevar por la tentación de lucir a la última moda, sólo para descubrir que la “última moda” tiene una vida útil más corta que la de un yogur sin refrigerar. Pero oiga, al menos tendrá fotos para demostrar que en algún momento intentó estar a la moda, aunque ahora luzca como un catálogo de tendencias fallidas.
Por supuesto, también están esas compras de supermercado impulsivas. ¿Recuerda esa vez que fue por leche y pan y salió con tres tipos de queso gourmet, un vino caro y una planta de albahaca que murió al tercer día? Claro, en el momento parecía una idea brillante. Una cena sofisticada en casa. Spoiler: la cena terminó siendo pizza congelada porque, sinceramente, ¿quién tiene tiempo de hacer una tabla de quesos después de un día de trabajo?
O qué tal los cursos en línea que compró con la firme convicción de que se transformaría en un experto en programación o kung-fu. Claro, la única cosa en la que realmente se volvió experto fue en ignorar los correos recordatorios sobre las clases que nunca tomó.
Y así seguimos, coleccionando cosas que no necesitamos, como esos auriculares con cancelación de ruido que compramos para meditar, pero nunca usamos porque preferimos el silencio natural del parque, o la suscripción al gimnasio que compramos en enero y que sigue sin ser usada a pesar de estar ya en junio.
¿Pero sabe qué es lo más delicioso de todo esto? La sabiduría popular que acompaña a cada gasto pendejo: “Es mejor arrepentirse de lo que hiciste que de lo que no hiciste”. ¡Ah, qué bella filosofía! Así que sigamos acumulando esas experiencias y objetos inútiles, porque al final del día, ellos son los verdaderos arquitectos de nuestras anécdotas más hilarantes y vergonzosas.
El verdadero genio detrás del gasto pendejo es nuestra capacidad de autoengaño. Ese momento glorioso cuando justificamos la compra de una aspiradora robot porque, evidentemente, necesitamos más tiempo para... no hacer absolutamente nada. Porque lo mejor de esta vida es poder tener un robot que se atasque en la alfombra el 90 por ciento del tiempo.
Ahora, entre risa y risa, detengámonos un momento. ¿Qué nos dice este comportamiento? ¿Acaso estamos llenando un vacío con cosas materiales? ¿Intentamos comprarnos un poquito de felicidad con cada gasto inútil? Quizás es momento de replantearnos nuestras prioridades, de entender que la verdadera felicidad no se encuentra en un objeto con luces LED y sonido envolvente. Tal vez, sólo tal vez, sea hora de invertir en experiencias, en tiempo con seres queridos, en aprender algo nuevo o en ahorrar para el futuro.
Al final del día, los gastos pendejos son una forma de llenar vacíos o quizás una manera de buscar esa chispa de felicidad momentánea. No es raro que busquemos placer instantáneo en las compras, especialmente en un mundo que constantemente nos bombardea con la idea de que necesitamos más para ser felices. Sin embargo, lo importante es recordar que la verdadera satisfacción no viene de las cosas que compramos, sino de las experiencias que vivimos y las conexiones que construimos.
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Y es que en esta inesperada curva en el camino del despilfarro, nos damos cuenta de que tal vez, sólo tal vez, estos gastos pendejos no sean tan pendejos después de todo. Cada compra absurda, cada objeto innecesario, nos enseña algo. Nos recuerda la importancia de valorar lo esencial, de entender que la felicidad no se encuentra en la acumulación de cosas, sino en las experiencias y en el tiempo que compartimos con los demás.
Quizás la próxima vez que estemos a punto de comprar ese penúltimo gadget que promete cambiar nuestra vida o alguna otra cosa, debemos preguntarnos: ¿realmente lo necesito o estoy llenando un carrito virtual para vaciar un poco mi corazón? Porque al final del día, el mejor gasto no es el que vacía tu billetera, sino el que llena tu alma.
Lo más importante en esta vida, no debería ser gastar, sino invertir. Aprendamos eso, aprendamos a invertir tiempo con nuestra familia, con nuestros seres queridos y sobre todo con nosotros mismos, porque eso no tiene precio, pero sí un valor incalculable. Pero al fin y al cabo, esta es solamente mi siempre y nunca jamás humilde opinión. Y usted... ¿Qué opina?
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