¿Qué fue de mi ciudad? ¿Dónde está el Saltillo que yo conocí?
Asusta la ignorancia. Asusta la falta de educación. Aterran las ideas y la conducta de las personas que viven sólo para su satisfacción y placer personal, sin tener la más mínima preocupación por su familia, sus vecinos, su comunidad, su ciudad. Asustan aquellas personas que creen tener derecho a destruir la banqueta, a maltratar los edificios públicos, a robarse lo que es de la comunidad, a usar y maltratar los espacios comunes porque piensan que el Gobierno tiene obligación de darles todo: de reedificar lo que tumbaron, de restaurar lo que maltrataron, de reponer lo robado, de satisfacer sus necesidades, brindarles espacios y lugares para lo que se les ocurra, sin costo, porque: “¿por qué no he de romperlo, robarlo, grafitearlo o destruirlo? Si es público es mío, yo lo uso y lo destruyo y que el Gobierno lo arregle”.
Dios me libre de negarme al progreso, crecimiento y desarrollo de una ciudad que he amado desde que nací, que la he amado por ella misma y porque es la ciudad de mis padres, mis abuelos, mis ancestros; porque es la que me da identidad, la raíz que me sostiene y a la que puedo asirme cuando lo necesite; porque conozco a Saltillo desde que vine al mundo, porque me ayudó a formarme y a mis padres y mi familia toda a hacer de mí lo que yo soy. Pero sucede que ya no sé si son la misma ciudad aquella en la que nací y crecí y ésta en la que vivo ahora.
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¡Qué lejos quedaron los barrios de la infancia y la juventud! Aquellos en que todos nos conocíamos, en los que la cancha y la pista eran la calle, y la calle era el Avión y la Rayuela, la roña y la cuerda; el zaguán era los jaquis, la matatena y los palillos chinos; el patio era las escondidas, “La rueda de San Miguel”, uno dos tres por mí, “Hilitos de Oro”; la cuneta era de las canicas y en la tierra brillaban las macalotas, las ágatas y las pericas, y donde la angustia botaba hasta que el contrincante decidía si tiraría de huesito o de uñita, y los gritos salían de muy adentro: “pinto mi raya”, “calacas”, “chanfleque”, “chiras pelas”... el peculiar vocabulario que las canicas le prestaron al lenguaje cotidiano, ese que un joven de hoy no conoce, porque sólo sabe decir “órale güey”, meterle la pata al acelerador del carro, tomar cerveza y ponerse hasta las cachas de jueves a domingo en los innumerables antros y en las casas de los vecindarios y fraccionamientos residenciales donde viven los amigos, o no amigos, pero en donde hay pachanga con música a todo volumen y hasta con banda contratada, y la música de escándalo suena toda la noche y hasta las ocho o más de la mañana, sin consideración alguna para los vecinos.
Y no hay policía que pueda: si un vecino se queja en el chat de seguridad, la patrulla asignada al barrio y a la colonia sí responde, se acerca y logra que le bajen al ruido, y le bajan al volumen... por un rato... y le suben de nuevo... Casas rentadas por empresas no sé si de a deveras o fantasmas, cuyos empleados viven en las mismas oficinas y les gusta la música a todo lo que da el volumen, y así, con la música a niveles escandalosos se pasan las noches y las madrugadas y las alargan hasta las tempranas horas de esos cuatro días que conforman hoy el nuevo “fin”, porque ya no es “fin de semana” ni es de dos días. ¿Qué nos pasó? ¿Dónde quedaron los valores, la buena vecindad, las buenas costumbres? ¿Dónde quedó la educación familiar, la crianza, las costumbres que se aprenden en el seno de la familia?
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¡Qué lejos quedó la vida de familia! Muy pocas quedan en Saltillo que hacen verdadera vida familiar. ¿Qué nos pasó? ¿Quién o qué nos socavó el alma saltillera? ¿Quién la rumió, quién la mordisqueó?
No sé qué debemos hacer para recuperarla. Quizás acercarnos a la cotidianeidad de los antepasados y conocer su vida, esa vida que construyó el futuro de las generaciones cercanas y que perdieron las que les siguieron, porque al parecer, los adultos jóvenes y los más jóvenes son los que se nos perdieron en el camino, o al menos los que perdieron un trozo de su calidad de saltillenses. No nos consolemos con pensar que no son todos porque muchos de los perdidos ni siquiera son saltillenses. Hagamos algo para recuperar lo perdido, para detener la pérdida de lo nuestro. ¿Qué haremos?