¿Qué nos pasa, Mi ‘Flanagan’?
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En cuatro periodos que van de 1986 a 2000, el genio crítico y satírico de Héctor Suárez agitó las consciencias de los mexicanos para reflexionar sobre su idiosincrasia política y cultural.
Su exitoso programa, “¿Qué nos pasa...?”, integró icónicos personajes representados por el mismo Suárez. Por eso hoy, abrazado a don Héctor en su papel de “El Flanagan”, con su corte “tomajauk punketo”, lente oscuro, chamarra de cuero con estoperoles, camiseta de rayas desteñidas, pantalones raídos, calcetines blancos sucios y tenis viejos, me atrevo a preguntarle: ¿Qué nos pasa, mi Flanagan?
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Él me responde así: “primero, carnal, déjame poner mi canción favorita de fondo musical para inspirarme (suena la canción “Kiss”, de Prince, en su radiograbadora portátil puesta en el piso).
“Ahora, te invito por un momento a no pensar sobre las razones en general por las cuales ganaron la Clau en Mexicalpan y el Donaldo en el Gabacho.
“Hay razones más profundas todavía. La humanidad vive una transición hacia una era no definida todavía. Las instituciones sociales básicas, como la familia, la educación, la religión, la política y la economía han perdido −de manera progresiva e irreversible− su capacidad para generar los valores que permitieran dar cohesión y equilibrio mínimos a la sociedad actual.
“El flujo de cambio es torrencial e imparable y, muchas veces, incomprensible, por ello, genera angustia e incertidumbre y, a la par, un deseo desesperado por abrazar la nostalgia de un pasado idílico que imaginamos mejor o, al menos, más seguro.
“Pero es imposible vivir en el siglo 21 con reglas aprendidas en el siglo 20 porque éstas, simplemente, dejaron de existir. Con esas reglas desaparecidas, tuvimos que mirar desnuda a nuestra sociedad en su violencia contra sí misma y los demás.
“¿Cuál era nuestra varita mágica para darle un cauce mínimo al caos y la anarquía propios de ese cambio de época? La democracia, la cual demostró ser insuficiente para capturar esa transformación de la humanidad con una visión civilizatoria y progresista; un Estado de derecho sólido; una defensa irrestricta de los derechos humanos; unas minorías, niños, mujeres y ancianos, blindadas; un trabajo digno con salarios justos; un acceso a educación, salud y vivienda de calidad; una sociedad respetuosa y tolerante a la diversidad sexual y la multiculturalidad étnica y racial, etcétera.
“Sin embargo, hoy la satisfacción global con la democracia está por los suelos: de 26 países distribuidos en cinco continentes, sólo 9 de ellos: Alemania, Australia, Canadá, Filipinas, Malasia, India, Países Bajos, Singapur y Tailandia, están satisfechos. La varita mágica no fue la de Harry Potter.
“Y te preguntarás, carnalito, ¿por qué la democracia no tuvo la capacidad de enrumbar y fortalecer la mejor versión de la humanidad en este cambio de época? Por una simple razón: el modelo económico neoliberal está divorciado de la democracia. De hecho, es su peor enemigo. (Pelo los ojos).
“Tranquilo, mi valedor, que todavía no llego a la peor parte. Pues mientras el modelo económico neoliberal profundiza −con una lógica depredadora y rapaz− las desigualdades sociales y económicas de la sociedad, la democracia intenta −sin éxito− reducirlas a través de la participación electoral de los ciudadanos de todas las clases sociales que aspiran −con justicia− a un mejor presente y futuro para ellos y sus hijos.
“¿Qué ocurre cuando estos electores observan que su voto es inútil para cambiar su situación personal, familiar y la del país? O, peor aún, cuando ellos descubren que los políticos están asociados con la élite del gran capital neoliberal. Y, que no existe castigo alguno contra ninguno de ellos.
“Más allá de la decepción con la democracia, ¿cuál es su reacción colectiva? Refugiarse en la nostalgia y regresar al pasado en el cual, sin florituras progresistas, existían reglas fijadas por un orden y una autoridad estrictas, incuestionables y unipersonales.
“Por ello, la Clau y el Donaldo representan, en este momento de transformación de la humanidad, su versión más oscura, siniestra y violenta”.
De repente, la música cambia. “El Flanagan”, sin decir nada, hace el “moonwalk” de Michael Jackson, mientras yo, lacrimoso, me alejo sin saber a dónde ir.