¿Quién?

Opinión
/ 14 enero 2025

Séneca, en sus Cartas a Lucilio, escribe con profunda sensibilidad sobre la gratitud como una virtud esencial para el alma humana. La describe no solo como un sentimiento que embellece la vida, sino como una práctica que define el carácter y ennoblece el espíritu. Para él, la gratitud no es una reacción efímera, sino un deber moral que nos vincula de manera significativa con quienes nos rodean.

Séneca destaca que la gratitud no solo beneficia al receptor de un gesto amable, sino también al que lo otorga. Es un acto que construye relaciones basadas en el respeto mutuo y el reconocimiento, convirtiéndose en el pilar de una sociedad armónica. Según él, el alma agradecida es un reflejo de la sabiduría estoica, pues sabe valorar los bienes recibidos y encuentra en ellos motivos para la serenidad y la felicidad.

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Cada acto de bondad merece ser recordado y correspondido, pues la gratitud es, en esencia, una afirmación de justicia y nobleza. En sus palabras, “el hombre agradecido vive en paz con el universo, pues reconoce que nada le es debido y, sin embargo, todo le ha sido dado”. La gratitud, es un camino hacia la plenitud y una vida bien vivida.

Agradecer pareciera un acto pequeño, inclusive insignificante, pero al ser una cualidad del alma guarda un inmenso sentido, como lo comentó Geroges Bernanos: “las cosas pequeñas, que parecen de ningún valor, son las que dan la paz. La pequeña llave del detalle abre más corazones de lo que imaginamos”.

RECIPROCIDAD

Pareciera que se confunden los medios con los fines como la historia que comenta el dramaturgo alemán Christian Friedrich Hebbel refiriendo a ese náufrago que, estando a punto de ahogarse, recibe ayuda de un desconocido que le lanza una tabla para que pudiera salvar su vida y que luego, ya seguro, el náufrago se dirige a su benefactor para preguntarle el precio de la tabla porque se encontraba muy agradecido y deseaba pagársela, olvidando que su bienhechor no le había regalado un trozo de madera, sino la vida misma.

La confusión del náufrago nos invita a reflexionar sobre la verdadera naturaleza del agradecimiento. El náufrago olvidó que existe una categoría superior de servicios, los cuales, no pueden saldarse salvo devolviendo lo mismo o algo similar, o bien, reconociendo y valorando, desde el corazón, la generosidad y el afecto recibido sabiendo que, sencillamente, hay actitudes de grandeza para las cuales no existe ningún valor monetario que pueda pagarlos, como es el caso de lo que a continuación se narra.

SORPRESA

El legendario capitán estadounidense Charlie Plumb voló el jet Phantom F-4 en 74 misiones de combate en Vietnam. Sin embargo, en su misión número 75, a tan solo cinco días de regresar a casa, fue derribado, capturado, torturado y encarcelado durante 2 mil 103 días, casi seis años.

Plumb relata una historia que transformó su percepción de la vida: “Estaba sentado en un restaurante en Kansas cuando noté que un hombre, a dos mesas de distancia, me observaba fijamente. No lo reconocí, pero su mirada era persistente. Finalmente, se levantó, se acercó a mi mesa y, señalándome con su dedo, dijo con firmeza: ‘Usted es el capitán Plumb’.

Lo miré sorprendido y respondí: ‘Sí, señor, soy el capitán Plumb’.

Él continuó: ‘Usted voló aviones de combate en Vietnam. Estaba asignado al portaaviones Kitty Hawk. Lo derribaron, saltó en paracaídas y cayó en manos del enemigo. Pasó seis años como prisionero de guerra en una prisión comunista’.

Asombrado, le pregunté: ‘¿Cómo sabe todo eso?’. A lo que respondió con sencillez: ‘Porque fui yo quien plegó y empacó su paracaídas’.

Me quedé sin palabras. Me puse de pie, le tendí la mano en un gesto de agradecimiento y él, sonriendo, la estrechó diciendo: ‘Creo que su paracaídas funcionó’.

‘Sí, señor, de hecho, lo hizo’, le respondí emocionado. ‘Y ahora que lo veo, debo decirle que he elevado innumerables oraciones de gratitud por sus hábiles manos, pero jamás imaginé que tendría la oportunidad de expresárselo personalmente’.

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Con un toque de humor, él preguntó: ‘¿Estaban todos los paneles de la campana en su lugar?’. ‘Bueno’, le dije, ‘debo ser honesto. De los dieciocho paneles, quince funcionaron. Tres se desgarraron, pero no fue culpa suya. Salté del avión a gran velocidad y demasiado cerca del suelo, lo que provocó que las costuras se rompieran. Insisto, no fue la manera en que usted lo plegó’. Luego, le pregunté: ‘¿Lleva usted la cuenta de todos los paracaídas que ha plegado?’. ‘No’, respondió, ‘para mí es suficiente satisfacción saber que he servido bien’.

INSOMNIO

Esa noche no pude dormir. Me quedé pensando en ese hombre. Me preguntaba cómo luciría con su uniforme de marina, cuántas veces habré pasado a su lado sin siquiera saludarlo, sin decirle un simple “buenos días”. Todo porque yo era un piloto de combate y él, apenas un marinero de menor rango.

Me pregunté cuántas horas pasó en las entrañas del navío, laborando en una larga mesa de madera, inspeccionando, reparando y plegando cuidadosamente paracaídas de seda, actividad tal vez humilde, pero de la cual dependían vidas, como la mía. Personas que probablemente nunca llegaría a conocer. Su presencia pudo haberme pasado desapercibida... hasta que un día ese marinero plegó y empacó mi paracaídas.

Entonces, surge la reflexión inevitable: ¿cómo está plegado y empacado tu paracaídas hoy? ¿Quién te brinda fuerza en los momentos de necesidad? Y quizá lo más importante: ¿quiénes son esas personas que te sostienen en los días oscuros, que pliegan tu paracaídas emocional o espiritual sin esperar reconocimiento alguno?

Tal vez este sea el momento de detenerse, levantar el teléfono y agradecer a quienes, de forma silenciosa pero vital, han plegado y empacado tu paracaídas”.

(Vea un video sobre el tema aquí)

SI LO HUBIESE...

Esta historia nos invita a reflexionar profundamente sobre la necesidad de reconocer y agradecer a quienes, en silencio y muchas veces invisibles, realizan trabajos o actividades que, desde una mirada superficial, podrían parecer “menores”. Sin embargo, como bien señala Viktor Frankl, el trabajo siempre tiene un sentido, porque está ligado a quien lo realiza. Es una expresión del ser humano, un espacio donde se afianza la identidad y se abre la posibilidad de trascender. A través del trabajo, cada persona ofrece algo de sí misma al mundo: valores de creación, generosidad, solidaridad y fraternidad.

Y no solo eso. Cada actividad, por sencilla que parezca, conlleva una responsabilidad inevitable. Toda labor tiene consecuencias, implicaciones y desenlaces que trascienden al acto mismo. Así lo ilustra el marinero que plegó el paracaídas de Plumb. Si hubiese fallado en su tarea, las consecuencias habrían sido irreparables. Su trabajo, humilde pero vital, marcó la diferencia entre la vida y la muerte.

BUENO...

Bueno sería que hoy, y cada día, reconociéramos a quienes pliegan nuestros paracaídas personales. Un gesto de gratitud basta. No se necesitan palabras rebuscadas, sino simplemente un acto genuino que logre que esa persona se sienta apreciada. Valorada.

Bueno sería detenernos a cuestionarnos si hemos sido agradecidos con quienes forman parte de nuestra vida: las personas que amamos y nos aman, los amigos, los colegas, los maestros, los jefes, y también con aquellos cuya labor, por humilde que parezca, deja una huella silenciosa en nuestro día a día.

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Bueno sería comprender que esos pequeños gestos de gratitud, que van más allá de cualquier valor material, son para muchas personas como “tablas salvavidas”, pues podrían ser la chispa que les permita recuperar lo perdido, salir de la desesperanza, renovar el sentido de su trabajo e, incluso, reencontrarse con el valor de su existencia.

Bueno sería, además, imitar a quienes saben servir sin esperar nada a cambio. Detenernos un instante para abrir una puerta, ayudar a quien se encuentra perdido, reemplazar un neumático, acomodar una silla, servir un café, regar una flor o, simplemente, ofrecer un saludo.

PREGUNTA

La gratitud nace en el momento en que abrazamos la actitud de la generosidad y, desde lo más profundo del corazón, pronunciamos una palabra mágica. Una palabra sencilla que lleva alegría a quien la escucha y paz a quien la pronuncia: ¡Gracias!

¿Quién pliega hoy tu paracaídas? Esa es la pregunta que debemos responder cotidianamente si aspiramos a vivir, trabajar y trascender sin remordimientos. Porque el verdadero agradecimiento no es un gesto ocasional, sino una forma de vida que reconoce, honra y dignifica la labor y la presencia de las personas con las cuales nos encontramos en nuestra personal existencia.

cgutierrez_a@outlook.com

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