Representar o re-presentar, diferencias irreconciliables
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“Todo tutor, padre o madre, está inevitablemente destinado a padecer una vez que ese ser del que tanto ha cuidado le confiesa que quiere ser artista”. Acabo de inventar esa frase, pero muchos padres desesperados podrían concordar conmigo. La verdad es que la idea de lo que es un artista escénico y el prestigio de éstos ha variado a lo largo de la historia, sin embargo, me parece curioso y un poco cómico que dos de los primeros registros que tenemos en la historia de pensadores del “arte de la representación”, sean dos filósofos, a su vez tutor y pupilo, cuya opinión acerca del mismo tema es totalmente diferente. Por supuesto, hablo de Platón y Aristóteles.
La semana pasada comencé una serie de artículos que se enfocarán en el papel y la importancia del artista escénico en la sociedad. Establecidas mis fuentes en el artículo anterior, pasaré a intentar resumir el pensamiento de los dos filósofos griegos al respecto. Ya sabemos que Platón no concuerda con que el arte tiene alguna utilidad dentro de su sociedad utópica, pero hablemos un poco más del por qué:
El problema es que, para Platón, la mímesis es inherente al acto de representar y es prácticamente el equivalente a una mentira, una simple imitación que nunca llegará a ser aquello que representa, porque el objeto representado y la “copia” siempre serán cosas separadas. Por otro lado, para Aristóteles la mímesis es re-presentar, ósea, volver a presentar una acción en la cual figura y objeto representado se confunden. La de Aristóteles es una mímesis no imitativa por más raro que suene el concepto, y eso explica, por ejemplo, porqué en toda la Poética no se menciona nunca el papel del actor, pues para existir, tendría que existir primero en el pensamiento la idea de que actor y personaje son dos cosas separadas y, sobre todo, que existe una diferencia entre la acción ficticia y la acción representada.
De todas formas, para Aristóteles no todos los artistas eran iguales y si realmente querías llegar al campo de lo sublime, entonces tendrías que ser un “artista creador”. Pero ¿qué es un artista creador? De ese concepto habrá innumerables interpretaciones a lo largo de la historia del teatro occidental. Para Aristóteles, el artista de la tragedia –y probablemente de la comedia– era creador porque el contemplar su arte producía conocimiento, luego, la contemplación del teatro no era una actividad necesariamente pasiva, pues llevaba a la reflexión y al gozo al mismo tiempo. Así, también era una actividad útil, pues contribuía al crecimiento del ser humano.
Aristóteles establece que el observar genera aprendizaje y a la vez genera placer. Al observar las cosas las conocemos y las entendemos. La mímesis, que implica mostrar para que se observe, es productora de conocimiento, por más que a Platón no le guste. Aún más, Aristóteles plantea que la mímesis es capaz de acceder a la esencia de las cosas. Al observar, el espectador puede llegar a entender el eje interno que mueve a la tragedia y es ese revelamiento, esa adquisición de conocimiento lo que genera placer porque es el placer del descubrimiento. Además, el conocimiento adquirido es un conocimiento nuevo, por lo que la tragedia se vuelve productora y no apenas representativa.
Posteriormente y a partir de los romanos, la idea de representado y representante se separan a la manera en que Platón lo concebía, sin embargo, quizás ustedes ya sepan que las cosas tienden a ser cíclicas en muchos aspectos. Como Denis Guénoun nos recuerda en su libro ¿El teatro es necesario?, Stanislavski en sus últimos años dirigió sus intentos de creación de una técnica actoral a algo muy parecido a lo que Aristóteles mencionaba; luego Grotowski continuará el camino hasta cambiar la figura del actor por el “actuante” que una vez más se vuelve una figura indiferenciada. Esa especie de “actor” que no es personaje, sino artista que muestra a secas; una figura que se revela contra el dominio de la ficción y que ya no embelesa al espectador, sino que lo invita a entrar en su juego.
Seguimos...