Rusia: Navalny, un auténtico mártir de la democracia en pleno siglo 21
Siempre me he interesado por la política rusa. Me llama la atención que México suele ir una década atrás de Rusia en lo relativo a democracia, autoritarismo o cambio de régimen.
La revolución rusa se consolidó justo una década antes que la revolución mexicana. El régimen soviético cayó justo una década antes de que el PRI se desmoronara en México.
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La naciente democracia rusa fue abiertamente atacada, una vez terminado el segundo gobierno que aspiró a consolidarla. Para salir a flote, Boris Yeltsin se vio obligado a establecer alianza con Vladimir Putin, un gris exagente de la KGB soviética; como hiciera en su momento Calderón al aliarse con Elba Esther o con el PRI peñanietista, en el segundo gobierno de la democracia en México. La regresión autoritaria es ya un hecho en el régimen ruso ¿Se repetirá en México?
Tuve la oportunidad de visitar Rusia en dos ocasiones. La primera vez, en 2001, fui como asesor de la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados, encargado de asuntos internacionales. Tras la toma de protesta de Vicente Fox, México era noticia, le llovían invitaciones de todo el mundo a Ricardo García Cervantes, presidente del Congreso. Regresé en 2003 como turista y estudiante. En esas dos visitas pude constatar que Putin era muy querido por el pueblo. El mundo entero lo veía con buenos ojos. Parecía ser parte de una nueva generación con nuevos y mejores planes para Rusia. ¿Sucedió algo parecido en los primeros años de Peña Nieto?
El pasado viernes despertamos con la trágica noticia de la muerte del líder opositor, Alexei Navalny, un auténtico mártir de la democracia en pleno siglo 21. Sentenciado a 19 años de prisión, en agosto de 2023, después de su regreso voluntario a Rusia para enfrentarse al régimen de Putin. Había salido a Alemania un año antes, tras ser envenenado por el régimen con un agente nervioso llamado Novichok que fue desarrollado en la URSS en los años setenta y ochenta.
Después de recibir sentencia y de ser recluido en una cárcel cercana a Moscú, desapareció sin dejar rastro. Como parte de los juegos perversos que Putin suele jugar, en la Navidad de 2023 apareció repentinamente en una cárcel que se encuentra al norte del círculo ártico.
Nunca se vio que su ánimo cediera a la desesperanza. Siempre que tenía oportunidad, en juicio, buscaba proyectar una imagen de tranquilidad y valor a sus familiares y seguidores. Bromeaba y los invitaba a protestar, a no tener miedo. El pasado 16 de febrero murió a los 47 años. Su madre y esposa han querido recuperar su cuerpo, pero al momento no hay noticias de su paradero. La respuesta oficial es que no tienen el cuerpo. Es el etilo de Putin, jugando a la perversión, su deporte favorito.
Resulta que aquel joven exagente de la KGB se convirtió en un dictador frío, calculador y sin escrúpulo alguno, que se sintió amenazado por un abogado convertido en periodista. Navalny, mediante un canal de YouTube, puso a temblar a Putin al documentar la corrupción del régimen. Este respondió como sabe hacerlo, con la represión sin límites.
Putin sabe que el arsenal nuclear ruso tiene un gran poder disuasor, sabe también que Europa necesita el gas ruso, sabe que eso es más que suficiente para que Occidente no vaya más allá de declaraciones pro derechos humanos. El romanticismo no pasará de los discursos. Lo demás dependerá del pueblo Ruso.
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El mundo entero levantó la voz y señaló a Putin. Las dictaduras y el gobierno de México hicieron como el avestruz: callados y agachados. Un caso más de la vieja política exterior del viejo PRI, hoy llamado Morena. Resulta curiosa esta pseudoizquierda mexicana alineándose con Putin por ser un contrincante visible del gobierno de Estados Unidos. Putin no tiene nada de socialista, su régimen es más un experimento neofascista. Se trata, por tanto, un desnudo juego de intereses.
Quedan dos alternativas al pueblo ruso: o el miedo se enseñorea y toda oposición desaparece o el grano de trigo que sembró Navalny muere, germina y da fruto en abundancia.