El santo pecador

Opinión
/ 25 diciembre 2025

A ese santo debemos las palabras que decimos en el rezo del Rosario al referirnos a la Madre de Dios: ‘...Virgen purísima antes del parto, durante el parto y después del parto’

“No hay sermón sin San Agustín”, decía un refrán antiguo. Con esa frase era ponderada la sabiduría del Obispo de Hipona, gran santo porque fue gran pecador. En otros dichos populares aparece también su nombre: “Más puede un burro negando que San Agustín afirmando”.

A ese santo debemos las palabras que decimos en el rezo del Rosario al referirnos a la Madre de Dios: “...Virgen purísima antes del parto, durante el parto y después del parto”. He contado que a mamá Lata, mi abuela, le parecía impropio decir la palabra “parto” cuando rezaba el Rosario y había señoritas presentes. Decía: “Antes del éste, durante el éste y después del éste”.

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La idea de la virginidad de la Madre de Jesús estuvo presente siempre en el alma popular. En la literatura argentina se encuentra el nombre de un famoso repentista. Con ese nombre, “repentistas”, eran conocidos los payadores, capaces de componer sus versos en un instante, improvisándolos con inspiración. El Negrito Poeta de la Nueva España, llamado José Vasconcelos, como el filósofo, fue también famoso repentista.

Pues bien: un cierto doctor Mateo le propuso al coplero argentino Santos Flores la ardua cuestión relacionada con la virginidad de María. Lo desafió a que de improviso, y en verso, explicara el nacimiento virginal de Jesús. El intercambio de versos entre los dos personajes merece figurar en una obra apologética o de teología.

Planteó el doctor Mateo el desafío:

“Escúchame, Santos Flores,

que te voy a preguntar:

¿Cómo, pariendo, la Virgen

doncella pudo quedar?”.

Respondió al momento, sin pensar siquiera, el payador:

“Óigame, doctor Mateo,

que le voy a contestar.

Tire una piedra en el agua.

Se abre, y vuelve a cerrar.

Así, pariendo, la Virgen

doncella pudo quedar.

Gente que sabe de teología me dice que este razonamiento es cabal y valedero. Se parece a aquella otra explicación de la virginidad de María, donde se habla del Espíritu Santo como de un rayo de sol que penetra en un vaso de agua clara y llega hasta su fondo sin rasgar la superficie, sin turbar el sosiego del agua ni manchar su límpida pureza.

En la víspera de la Navidad, en Nochebuena, San Francisco de Asís hacía que sus frailes cantaran reunidos frente a la escena de la Natividad. Al Poverello, magnífico escenógrafo, debemos la invención de los nacimientos. Esa noche San Francisco ordenaba que se diera doble ración de paja a las mulitas y bueyes del convento.

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Por su parte –y esto es poco sabido– Santa Teresa de Ávila, la docta Doctora de la Iglesia, bailaba con sus monjas en Nochebuena, y tocaba para ellas, con gracia singular, las castañuelas. Quizá fue en una de aquellas ocasiones cuando la reverenda cocinó para sus hijas aquel famosísimo guiso que sabía hacer tan bien, llamado “pisto”, hecho con carne, huevos y legumbres, y las invitó a comerlo diciéndoles:

–¡Venga, hermanas! Cuando Cristo, Cristo. Y cuando pisto, ¡pisto!

Recordé esas palabras en la Nochebuena; cuando nos sentamos en familia a la mesa. Di las gracias, y gocé luego los manjares sabrosísimos. Y otra vez le agradecí al Misterio una Nochebuena más.

Escritor y Periodista mexicano nacido en Saltillo, Coahuila Su labor periodística se extiende a más de 150 diarios mexicanos, destacando Reforma, El Norte y Mural, donde publica sus columnas “Mirador”, “De política y cosas peores”.

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