Santiago, Nuevo León: Un Pueblo Mágico de tradiciones y su modernidad

Opinión
/ 12 marzo 2025

Guardaré en la memoria para siempre la bondad de las generosas damas de Santiago; las palabras de su alcalde y su señora esposa, así como el abrazo de Marthita y Mario

Santiago, Nuevo León −la antigua Villa de Santiago−, es un verdadero Pueblo Mágico. Ciudad hermana de la mía, que otrora se llamó Santiago del Saltillo, posee un sinfín de bellezas naturales y sobrenaturales. Las primeras son las que al paso del tiempo han ido creando sus laboriosos habitantes; las sobrenaturales son las que en su alrededor puso el mejor arquitecto del mundo, aquel que tiene su estudio por encima de todos los estudios. Ir a Santiago es disfrutar al mismo tiempo sus antañonas tradiciones y su modernidad. Yo conservo ahí familia queridísima que me cayó del cielo por obra y gracia de la amada eterna, cuyas raíces llegaban a la Villa desde el Potrero de Ábrego y Saltillo. Hay en Santiago más Peñas que las que tienen los Picos de Europa que cantó Pereda. Quisiera poner aquí los nombres de todos, ellos y ellas, pero son tantos que llenarían la totalidad de las páginas de la edición de hoy de este periódico, y se necesitaría la de mañana para acabar la relación. Esta última vez que fui allá –quiera el Misterio que no sea la vez última– gocé el gratísimo encuentro con esa ejemplar pareja que forman mis primos Martha y Mario; ella hermosa dama de bondadoso corazón: él hombre de calidad humana extraordinaria. Los dos son excepcionales cultivadores de la comida buena; saben de todas las sabrosuras de la cocina regional. Cuando ellos hacen de comer –los huevitos en salsa de piquín del monte; el cabrito al pastor– la gula deja de ser pecado y se convierte en virtud. Nos dimos cita en el restorán más emblemático de la comarca, “El Charro”, que está a distancia corta de Santiago, sobre la Carretera Nacional. Su recinto tiene la forma de un sombrero mexicano, de ahí el nombre de ese benemérito establecimiento que desde hace más de ocho décadas –ganas me dan de decir que desde siempre– ha ofrecido a propios y extraños las delicias de la gastronomía norestense y la calidez de su hospitalidad. En “El Charro” la familia Tolentino me confirió uno de los más grandes honores que en mi vida he recibido: bautizó con mi nombre uno de sus riquísimos platillos, el piernil de Catón. No “pernil”, si me hace usted favor; “piernil”, en la más pura y auténtica forma del habla popular de la región. Servido al natural o al estilo ranchero, ese portentoso guiso hecho a base de pierna de cerdo hace que valga la pena viajar desde la Patagonia o desde Alaska nada más para probarlo. Agradezco al maestro Tolentino y su familia que sigan inscribiendo mi nombre en su menú. Es como darme todos los días un doctorado honoris causa. Y a todo esto ¿a qué fui en esta ocasión a Santiago? Fui a perorar con motivo del Día de la Mujer, fecha que el joven alcalde David de la Peña Marroquín y su gentil esposa celebraron por todo lo alto. ¡Qué público hermoso –mil mujeres de todas las edades– el que me escuchó en el vasto auditorio de la comunidad, y qué emoción sentí cuando las asistentes me recibieron con un aplauso que parecía interminable, y luego me despidieron al terminar mi participación puestas de pie y con una ovación que me conmovió profundamente! Guardaré en la memoria para siempre la bondad de las generosas damas de Santiago; las palabras de su alcalde y su señora esposa; el abrazo de Marthita y Mario, en quienes siguen estando aquí quienes ya no están aquí, y que al regresarme a Saltillo me llenaron el vehículo con todos los dones de su tierra: los sabrosos turcos, las ricas hojarascas, las jugosas y dulces naranjas de oro y miel que por allá se dan. Hago ahora una formal promesa: me esforzaré en ser bueno, para que Diosito me premie enviándome otra vez a Santiago, mágico Pueblo Mágico de Nuevo León... FIN.

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