Servicio al cliente: El arte de no trabajar

Opinión
/ 24 mayo 2024

¿Recuerda aquellos días lejanos en los que la gente se esmeraba en su trabajo? ¡Yo tampoco! Hoy en día, ir de compras es como entrar en una dimensión paralela donde el cliente no es el rey, sino más bien el bufón del reino. Pides algo y te miran como si hubieras pedido la fórmula secreta de la Coca-Cola. ¡Es un verdadero espectáculo!

Primero, aclaremos algo: la idea de que la gente no quiere trabajar es una sucia calumnia. Claro, hay algunas almas desdichadas que se ven obligadas a pasar ocho horas de su vida en un lugar donde todo su ser indica que odian ese lugar a más no poder, pero ellos no están ahí para trabajar. ¡No, señor! Ellos están ahí para... bueno, realmente no sabemos para qué están ahí, pero seguro que no es para atenderlo.

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Algo sorprendente es que aún se cree que el servicio al cliente debe ser una prioridad y no una fantasía como lo es ahora. ¿Mito o realidad? ¿Podemos confiar en tales leyendas? Es difícil imaginar un tiempo donde los empleados no te atendían como si estuvieras interrumpiendo su valiosa existencia. ¿Acaso es posible que antes la gente tuviera ganas de trabajar? Qué idea tan descabellada.

Imagínese esto: entra a una tienda, busca con desesperación ese producto esencial para su supervivencia (o al menos para su cena), y se acerca a un empleado que está tan ocupado revisando su Instagram que parece estar resolviendo una ecuación de física cuántica. Se atreve a interrumpir su importantísima tarea para preguntar dónde están los productos lácteos, y obtiene una mirada que claramente dice: “¿Por qué no se va a ordeñar una vaca usted mismo?”.

A esto yo lo llamo la magia del desprecio. Ese momento en el que pregunta algo y el empleado, con un profundo suspiro digno de un poema romántico del siglo 19, le responde con un “no sé” que suena más a “no me importa ni un reverendo pepino metido en ya sabe dónde, pero gracias por arruinarme el día”. Y ni se le ocurra pedir una bolsa o, peor aún, ¡una devolución! Eso es prácticamente declarar la guerra.

También existe otro caso, el “empleado perfecto”. Lo llamaremos El Fantasma. Este ser mítico tiene la capacidad increíble de desaparecer justo cuando más lo necesita. ¿Quiere preguntar dónde están los productos en oferta? ¡Puf! Desaparece en un segundo. ¿Necesita ayuda con el tamaño de una prenda? ¡Zas! Se desintegra en el aire. Al parecer, el arte de ser invisible es una habilidad muy valorada en el currículum moderno.

Pero supongamos que, contra todo pronóstico, logra atrapar a uno de estos seres evasivos. Aquí entra en juego la técnica más refinada que poseen: el suspiro mortal. Usted hace una pregunta simple y le responden con un suspiro tan profundo y dramático que le hacen preguntarse si acaso acaba de pedirles que donen un riñón. Pedir una talla diferente de zapatos puede parecer una solicitud razonable, pero a ellos les suena como “por favor, reconstruye la Gran Muralla China con tus propias manos”.

Y luego aparece otro tipo más, el maestro zen del sarcasmo. Este empleado no sólo domina el suspiro mortal, sino que ha perfeccionado el arte de responder con el máximo nivel de ironía. Pregunta si tienen una prenda en otro color y le responden: “No, claro, tenemos un almacén lleno de ropa sólo para usted”. Ah, el toque delicado del sarcasmo, una habilidad que sólo los mejores pueden manejar con tal destreza.

Y claro, no podemos olvidar la joya de la corona: el descanso eterno. Está en la tienda y ve a un empleado dirigiéndose a la trastienda. Una esperanza brilla en sus ojos. Pero no, amigo, esa puerta es un portal hacia otra dimensión, una donde el tiempo se dilata y los minutos se convierten en horas. A veces, incluso, se pregunta si algún día volverán o si han sido absorbidos para siempre por el descanso eterno.

Finalmente, después de superar todos estos obstáculos, decide probar suerte y hacer su petición con un tono zen y sereno. ¿La respuesta? Una mirada perdida al horizonte, como si contemplaran los misterios del universo. No sabe si le han escuchado o si están meditando sobre la impermanencia de la vida. Al final, simplemente se rinde y acepta que, en el fondo, ser ignorado es parte del encanto de la experiencia de compra moderna.

Pero tenemos que ser comprensivos, ellos hacen un gran esfuerzo todos los días, su trabajo no es fácil, son verdaderos héroes modernos... del esfuerzo mínimo. Estos valientes trabajadores modernos llevan el concepto de “hacer lo mínimo indispensable” a niveles artísticos. Y es que poner una sonrisa falsa y decir “buenos días” cuando puedes gruñir algo ininteligible mientras juegas con tu teléfono es todo un arte. ¡Eso sí que es eficiencia, damas y caballeros!

No podemos sino aplaudir a estos pioneros del desgano, estos campeones de la indiferencia. En este mundo que siempre pide más, ellos han encontrado la manera de dar menos. Mucho menos. Y al final del día, no podemos más que admirar su dedicación a no tener ninguna dedicación.

Pero detrás del humor y la crítica hay una oportunidad de mejora. Aunque todo esto puede parecer como de caricaturas, demasiado extremas, en realidad reflejan situaciones que muchos consumidores hemos experimentado. Esta sátira sirve para resaltar un problema real: la desconexión entre los empleados y los clientes, y cómo esta afecta negativamente la percepción de la atención al cliente.

El verdadero problema no radica en la falta de voluntad para trabajar, sino en una cultura laboral que valora la evasión y la apatía más que la eficiencia y el compromiso. Esto debería ser un llamado a las empresas y a los líderes del sector para reexaminar sus prácticas de formación y motivación del personal, buscando formas de crear entornos laborales más positivos y productivos.

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El reto está en encontrar un equilibrio donde los empleados se sientan valorados y motivados, y los clientes reciban la atención y el respeto que merecen. Al reconocer y abordar estos desafíos, se puede transformar la experiencia de compra de una batalla épica a una interacción gratificante para todos los involucrados.

Así, en lugar de resignarnos al “arte de no trabajar”, podríamos aspirar al arte de ofrecer un servicio al cliente excepcional, convirtiendo cada interacción en una oportunidad para sorprender y deleitar a los clientes, fomentando un ambiente de respeto y profesionalismo que beneficie a toda la comunidad.

Así que la próxima vez que entre a una tienda y le reciban con una mirada que podría matar, recuerde: está siendo testigo de una verdadera revolución. Una donde el cliente siempre tiene la razón... para irse a otra tienda. Pero al fin y al cabo, esta es solamente mi siempre y nunca jamás humilde opinión. Y usted... ¿qué opina?

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