Sirenario para un ceviche II

Opinión
/ 5 mayo 2024

SIRENA NAIL’S

Lessly Michelle Yerena Cuadros

Ahí estaba yo a la mitad del pasillo, viendo qué productos llevar para comer, cuando recuerdo que me hace falta un maniquí como modelo de uñas. Quería algo nuevo, único y exclusivo, un muñeco que ninguna otra manicurista tuviera en su negocio. Estuve buscando por mucho tiempo entre las secciones de la tienda hasta que apareció una cosa brillante cruzando el corredor; era bastante familiar.

Me dio curiosidad y encontré bajo la ropa a un maniquí de sirena muy bonito. La mitad inferior de su cuerpo brillaba hasta casi dejarme ciega. Me hizo recordar buenos tiempos. Agarré a la ninfa de plástico y la llevé conmigo. La sirena me hizo sentir en casa y fue de gran ayuda para mi negocio, ya que sus escamas son un buen sustituto para las uñas de acrílico.

Cuenta el mito que Odiseo tuvo que amarrarse a un mástil para no caer en el embrujo de las hespérides y alardear de ser el único que pudo oír su canto; pero nunca contó la verdad. El marido de Penélope nos capturó a todas y nos quitó la voz, según él, para salvar a Grecia de monstruos marinos.

Desde entonces, nuestra especie vive en el exilio y en tierra firme, con el deseo de venganza latente. Por eso le dimos un giro a nuestro don. En mi caso, si el héroe griego estuviera en esta silla, se habría tenido que mochar las manos para no caer en mis garras, garras perfectamente cuidadas debido a mi trabajo excelso por el cual, a diferencia de Odiseo, mis víctimas siempre regresan por más.

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SIN DESPERDICIO

Fernanda Gómez Ramos

Pocas de nosotras seguíamos con nuestras extremidades en su lugar. Aquellos seres que se sentían superiores se llevaron, pieza por pieza, todas nuestras maravillas. Algunas de nosotras yacíamos por separado en pequeños frascos medicinales o hermosos chalecos confeccionados de escamas; incluso unas cuantas eran utilizadas para implantar sus voces en las hembras de la otra especie. Aquí no se desperdicia nada.

El resto de las cautivas como yo, las menos agraciadas en talento o belleza, estábamos resguardadas en cabinas de cristal desde donde podíamos mirar todo con horror. Éramos espectadoras de primera fila paralizadas por el miedo para que, sin barrotes ni bozales, no usáramos nuestros dones contra las criaturas de dos piernas.

De los hermosos cuerpos venerados por la mitología, sólo quedamos feos retazos con branquias. En el lugar había torsos colgando de ganchos, miembros remojándose en su jugo y cueros cabelludos afeitados minuciosamente para que no cayera ningún pelo en la sopa. La última fachada de la farmacéutica tenía menú y hora feliz.

“¿Está lista la orden?”, dijo el mesero.

El chef tomó el cuchillo, rebanó parte de una aleta y la colocó en el plato hondo. Todos sabemos, incluso nosotras, que la cola es lo que le da sabor al caldo.

LOTERÍA

Diana Monserrat Ruiz de León

En la lotería una sirena se encuentra entre cartas de fortuna. Su belleza resplandece incluso lejos de las tablas. Con su cabello de algas verdes y su cola de escamas brillantes seduce a todos los jugadores; con su voz les embruja para seguir apostando por la siguiente aparición en la baraja.

“Muévale bien”, hay un grito anónimo desde las filas, mofa de un participante a disgusto porque, a criterio suyo, la mujer del micrófono no agita rigurosamente la tómbola del sorteo. Los maridos demuestran lo contrario. Es la tercera noche que acompañan a sus esposas en vez de andar en las cantinas. Sus cónyuges no sospechan nada o disimulan sus celos. Están felices porque tienen otra oportunidad de ganar.

La náyade esconde secretos del mar en su mirada misteriosa y también dicen que la buena fortuna. Cuenta la leyenda que a aquéllos que les toque cubrir sus senos con corcholatas o un abrazo están destinados a triunfar.

Pero ten cuidado, viajero del azar, con su encanto de música y piel. No te dejes llevar por la melodía, pues la ninfa del mar puede estar entonando tu perdición.

Taparse los oídos no es suficiente. Había que sacarse los ojos como Edipo. La mujer que canta la jugada no sólo mueve bien el bote, sino hasta la risa. Una palabra suya bastaría para provocar varios divorcios y las esposas, la verdad, preferirían ganar el trastero de plástico que irse con las manos vacías frente a sus vecinas del pueblo.

OCHO DE MARZO

Abril Medina Martínez

Ahora sí, casi estamos todes. Recibí la invitación de mis hermanas hasta el fondo del mar y, aunque no puedo marchar, amo sentirme parte y segura entre las benditas manos que sostienen mi cola. Estoy en paz, gracias a ellas que demuestran su amor ante mi canto y las amo. Amo estar aquí.

Llegamos al lugar y me hicieron elegir si quería o no participar en el próximo espectáculo. Como era mi primera vez con ellas, decidí observar. Vi cómo acomodaban el plato principal, aún vivo retorciéndose y llorando en un círculo de figuras hermosas; él iba lleno de gritos y pintura. ¿Eso se iban a comer? No pude permitirlo, no les fuera a dar indigestión. Entonces decidí llamar su interés.

Mis bellas aliadas con piernas me ayudaron a llegar al centro de la plaza. Les pedí que lo soltaran, pues ya había filete para todas. Este momento era para enaltecer a lo femenino y mejor que nosotras nadie, mucho menos ellos. Ni siquiera encima de un plato.

Vaya banquete que se dieron por comer pescado en lugar de cerdo. Fue un honor. Me sentí parte de todas.

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SIRENA DE TOP TEN

Elisa Fernanda Saldaña

Nadaba tranquila en mar abierto. Su parte favorita era sumergirse en las aguas más alejadas de la orilla y después dejarse llevar por las olas para regresar con su familia. Nunca entendió la fobia a las profundidades del océano hasta ese día.

El sol brillaba con fuerza y secaba su piel en cada brazada; su cabello estaba suelto, disperso y endurecido por la sal; sus extremidades se esforzaban por nadar en contra de la corriente. Ésta era su rutina de ejercicio, le distraía; no pensaba en nada más, excepto a la hora de mirar hacia abajo entre los vericuetos azules del mar. Le daban escalofríos las aletas de peces presurosos que se movían a su lado. Sabía que no estaba sola, pero esta ocasión se sentía perturbadoramente vigilada y decidió nadar hacia la playa.

A varios metros vio de reojo sus rocas favoritas, aquellas a las que se aferraba cuando la marea intentaba arrastrarla más allá del límite seguro. Se acercó con prisa y el alivio le hizo bajar el ritmo de su nado. En el instante menos esperado, algo la tomó por las piernas y le sumergió por algunos segundos en medio de su retirada.

Luchando por su vida, ella se revolvió en las aguas, queriendo liberarse de aquella bestia, el monstruo cuya quijada se aferró a su carne y amenazaba con arrancarle las piernas. Ella hizo un esfuerzo por llegar a las rocas, aún con el pez adherido a sus muslos. A punta de brazadas subió lo más que pudo y se rompió las uñas cuando enterró sus desesperados dedos en la superficie porosa. Alcanzó a trepar en un costado de la piedra y respiró aliviada. Entonces pudo ver la horrenda faz del monstruo marino y uno de los ojos se clavó en su mirada.

No tenía voz para gritar por auxilio. Lucía extenuada. Miró hasta la cima del acantilado y vio a una familia que exploraba la orilla. Agitó sus brazos con fuerza, tratando de llamar su atención. Por un momento pensó que la habían visto y que con suerte contaban con los medios para llamar a la guardia costera o rescatistas. No se sorprendió cuando sacaron sus teléfonos y los apuntaron hacia ella. Incluso agradeció a Dios por el smartphone.

En medio de la conmoción, el dolor que le torturaba y la esperanza de rescate, ella relajó sus fuerzas. El pez tuvo la oportunidad de jalarla al agua y la arrastró hasta el fondo. La última burbuja de aire se le escapó por culpa de su propio sarcasmo. Imaginó que por la distancia del enfoque la gente la confundiría con una sirena real. Su muerte sería otra prueba difusa del Internet para comprobar la existencia de las ninfas acuáticas. Sin embargo, jamás pensó que su video estaría dentro del Top ten de sirenas captadas en cámara y mucho menos que se haría más famoso que el cartel de su desaparición.

EL DEUDOR ALIMENTICIO

Miguel García

Se sabe que por el asedio a Ilión y su viaje de regreso a Ítaca, Odiseo fue un papá ausente por veinte años. Aun así, su hijo Telémaco nunca tuvo reclamos hacia su padre y rey. Sin embargo, lo que no cuentan las historias es que el pasado del guerrero lo persiguió hasta su hogar.

Es famoso el relato de Odiseo y su ingenio para eludir el encanto de las sirenas, con el fin de escuchar su canción. Sin embargo, ¿nadie se preguntó si la melodía tenía letra? Y si tenía, ¿cuál era su contenido?

Un día una ninfa acuática resolvió esta duda y se puso de pie frente a la puerta del héroe griego. A rastras, la mujer de cola y aletas de pez recorrió Ítaca para atraparlo, ya que le estaba cazando desde su desembarco con Aquiles y Agamenón en la ciudad amurallada. Hace años tuvo suerte de verlo pasar por la isla de las sirenas, pero él no detuvo su navío, aunque ella le reveló toda la noticia en su canto.

Odiseo era brillante. La idea del caballo de Troya es la mínima prueba de su ingenio en comparación con esta otra. Hizo que toda su tripulación se tapara los oídos, no para salvarlos de las hespérides y su embrujo, sino para ocultar la verdad y evitar el reproche de su familia.

Aun así, pese a la astucia del rey, su esposa Penélope y Telémaco se enteraron semanas después cuando él ya había huido. La diosa Circe llegó con un bebé en brazos y el cíclope Polifemo exigió una explicación por el engendro que nació de sus cabras. Pronto Ítaca se quedó en la quiebra por la líbido de su rey, ya que con Odiseo en fuga éste perdió todas las demandas de pensión alimenticia. Su linaje fue variopinto, mezcla de arpías, demonios y semidioses. Por increíble que parezca, más legendaria fue su deuda por manutención.

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