Suicidio: ¿cómo evitar que siga ocurriendo?
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Cada vez que se difunde la noticia de que una persona decidió quitarse la vida todos nos estremecemos –o deberíamos hacerlo– porque ese hecho habla de la desesperanza, de la pérdida del impulso más relevante que tenemos los seres humanos. Hablamos de la pérdida de la expectativa de futuro, que es la promesa más importante para mantenernos en marcha.
Justo por eso, el fenómeno del suicidio constituye un campo de interés para múltiples disciplinas académicas y un motivo de preocupación para todos porque, estando involucrados o no en un episodio particular, nos interesa entender las razones que lo disparan.
A esta preocupación no escapan quienes, desde la representación popular, tienen la responsabilidad de diseñar el marco jurídico que regula las relaciones humanas y define las responsabilidades de quienes tienen la obligación de actuar en el campo de la salud pública.
El comentario viene al caso a propósito del reporte que publicamos en esta edición, relativo al pronunciamiento que ayer se formuló en el Congreso de Coahuila, para urgir a la implementación de programas que atiendan con eficacia la realidad actual.
Los datos son escalofriantes y deben movernos a preocupación: en promedio, cada 27 horas una persona se quita la vida en nuestra entidad. Cada una de esas personas –192 hasta el pasado 7 de agosto– es una historia truncada cuya ausencia afecta la vida de múltiples individuos.
Frente a esta realidad, representantes del PRI y Morena coincidieron ayer en presentar exhortos para que las autoridades municipales y estatales desarrollen programas que puedan resultar efectivos en la prevención del fenómeno.
Al respecto es necesario reconocer que estamos ante un escenario complejo que no puede modificarse simplemente con base en el voluntarismo. No es posible resolver un problema que no hemos logrado comprender y por ello el principal esfuerzo tendría que estar orientado a desentrañar las razones por las cuales una persona pierde el impulso de vivir.
No son pocos los estudios que al respecto se han realizado y ninguno de ellos ha logrado arribar a resultados concluyentes, esencialmente porque la fatalidad del resultado impide conocer las razones puntuales por las cuales una persona tomó la decisión de poner fin a su existencia.
No debemos, desde luego, rendirnos ante esta circunstancia, sino concentrarnos en la posibilidad de identificar a quienes se encuentran en los linderos de tal posibilidad, a fin de caracterizar el fenómeno y volvernos eficaces en la tarea de impedir su consumación.
Sobre todo, es necesario que tengamos claro que los pronunciamientos no son un fin en sí mismos, sino deben considerarse instrumentos para impulsar la realización de los estudios que demanda la necesidad de comprender el fenómeno para diseñar respuestas eficaces.
Y para lograrlo también es indispensable que se destinen a tal fin los recursos suficientes para el desarrollo de las investigaciones que nos aporten las respuestas que estamos buscando.