Todas las investigaciones sobre Alzheimer que no hicimos
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El énfasis exacerbado de una teoría para el tratamiento ha frenado el avance
Por Charles Piller, The New York Times.
¿Y si un absurdo tratamiento fallido para combatir el COVID-19 (el fármaco para la artritis hidroxicloroquina) pudiera tratar con éxito otra temida enfermedad, el alzhéimer?
Madhav Thambisetty, neurólogo del Instituto Nacional sobre el Envejecimiento, cree que el efecto antiinflamatorio del fármaco, que suele estar asociado a trastornos neurodegenerativos, podría aportar sorprendentes beneficios contra la demencia.
Es una idea interesante. Por desgracia, tardaremos bastante en saber si Thambisetty tiene razón. Esto se debe a que las ideas poco convencionales que no coinciden con el enfoque dominante para estudiar y tratar el alzhéimer, que se conoce como la hipótesis amiloide, a menudo se ven privadas de fondos y de apoyo científico.
Esta visión corta de miras puede haber frenado el avance hacia una cura, una tragedia para una enfermedad que, según las previsiones, afectará a más de once millones de personas en Estados Unidos en 2040.
La hipótesis amiloide sostiene que las placas pegajosas y otras proteínas denominadas beta-amiloides se acumulan en el cerebro y provocan cambios que causan el cruel declive de la enfermedad de Alzheimer, que va privando poco a poco a la persona el dominio de la vida cotidiana, sus recuerdos más preciados y, por último, el sentido de sí misma.
A principios de la década de 1990, un gran número de investigadores se sumó a la idea de que eliminar el amiloide del cerebro podría detener o invertir el proceso. Pero los fármacos antiamiloides fracasaron una y otra vez. Entonces, en 2006, un experimento con animales publicado en la revista Nature identificó un tipo específico de proteína amiloide como la primera sustancia hallada en el tejido cerebral que provocaba directamente los síntomas asociados al alzhéimer. Los principales científicos lo calificaron de gran avance que proporcionaba un objetivo clave para los tratamientos. El artículo se convirtió en uno de los más citados en este campo y se destinaron muchos fondos a la investigación de proteínas similares.
En 2023, la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA, por su sigla en inglés) autorizó Leqembi, una infusión de fármaco basada en trabajos inspirados en parte en esa investigación, que elimina algunos amiloides del cerebro. Las pruebas demostraron que el deterioro cognitivo disminuía poco en comparación con la experiencia de los pacientes a los que se administró un placebo. Los partidarios de la hipótesis amiloide, entre ellos eminentes científicos que han apostado sus carreras por demostrar su exactitud, declararon la victoria. El martes, la FDA también autorizó Kisunla, un fármaco parecido de otra farmacéutica.
Muchos científicos han dado el caso por cerrado, aunque los medicamentos que logran prevenir, detener o revertir los síntomas del alzhéimer siguen siendo solo hipótesis.
Y hay serias dudas sobre los nuevos fármacos. Cuestan decenas de miles de dólares anuales por persona, aunado a los costos de las exploraciones diagnósticas, y ofrecen beneficios tan leves que muchos neurólogos afirman que pueden ser imperceptibles para los pacientes y sus seres queridos.
Este tipo de fármacos pueden ocasionar inflamación y hemorragias cerebrales, que podrían ser graves. Por disposición de la FDA, estos medicamentos deben incluir etiquetas de advertencia sobre sus efectos secundarios mortales. Sin embargo, no se sabe por qué además disminuyen el tamaño del cerebro mucho más rápido que el mismo Alzheimer, aunado a que se desconocen las consecuencias a largo plazo de ello. A pesar de la fanfarria de la aprobación de Leqembi, pocos pacientes lo han tomado.
En 2022, mi investigación publicada en la revista Science mostró evidencias de que el famoso experimento de 2006 que ayudó a impulsar la hipótesis amiloide usó datos falsos. En junio de 24, después de que muchos de sus autores aceptaron que habían manipulado las imágenes técnicas, el artículo acabó por ser retirado. Días después, un científico de la Universidad de la Ciudad de Nueva York responsable de un controvertido y bien financiado medicamento para tratar el alzhéimer fue imputado de cometer fraude en la investigación.
Estos casos son extremos. No obstante, pocos de los muchos estudios honestos sobre el alzhéimer ofrecen muchas esperanzas a los pacientes.
Mientras escribía mi libro próximo a salir la venta sobre la preocupante situación de la investigación del alzhéimer, hablé con muchos científicos que buscan alternativas. Thambisetty, por ejemplo, compara tejidos cerebrales de personas que murieron a los 30 o 40 años con y sin factores genéticos de riesgo de alzhéimer. Luego compara estos resultados con tejidos de pacientes de alzhéimer fallecidos y de personas sanas. Cuando los cambios coinciden, pueden surgir dianas farmacológicas. En lugar de desarrollar nuevos fármacos mediante pruebas de laboratorio y con animales, seguidas de ensayos clínicos muy costosos —un proceso que puede durar décadas— este investigador analiza los tratamientos ya aprobados por ser razonablemente seguros y efectos para otras enfermedades. La protección de las patentes ha caducado para muchos de ellos, por lo que resultan baratos.
Asimismo, se han iniciado experimentos para poner a prueba semaglutida (comercializado como Wegovy, entre otras marcas), un medicamento para adelgazar. Los investigadores esperan que los resultados previstos para 2026 demuestren que sus efectos antiinflamatorios ralentizan el deterioro cognitivo, lo cual coincide con la hipótesis de Thambisetty sobre la hidroxicloroquina.
Ruth Itzhaki, investigadora científica de la Universidad de Oxford, despertó la curiosidad en la década de 1990 cuando compartió pruebas que relacionaban el alzhéimer con el virus del herpes, una plaga que se propaga por contacto oral o genital y que suele provocar dolorosas infecciones. Itzhaki afirmó con exasperación que, durante años, los poderosos promotores de la hipótesis amiloide ignoraron o descartaron la hipótesis de la infección en el alzhéimer, haciéndola invisible. Las investigaciones sugieren que los virus pueden ocultarse en órganos, incluido el cerebro, durante años sin ser detectados, causando síntomas divergentes de la infección original.
Pero puede que sus ideas por fin estén empezando a cobrar importancia. Se han escrito casi 5,000 artículos sobre infecciones y alzhéimer desde que Itzhaki empezó a trabajar en el tema. Los fondos de los Institutos Nacionales de Salud destinados en parte a examinar tales vínculos pasaron de unos pocos millones de dólares a casi 250 millones anuales en 2023. Se está llevando a cabo un ensayo clínico para tratar el herpes latente entre los pacientes de alzhéimer con un fármaco antivírico y se esperan resultados tan pronto como el próximo año.
Ninguno de nosotros puede evitar envejecer ni que cambien nuestros genes. Pero sí se pueden combatir factores de riesgo como la diabetes, la hipertensión y el colesterol, la obesidad, la depresión, la pérdida de audición, el sedentarismo, la mala alimentación y la discriminación racial. Miguel Arce Rentería, neuropsicólogo de la Universidad de Columbia, sostiene que un tratamiento más accesible que también aborde los problemas sociales podría evitar durante años las peores secuelas del alzhéimer. Aunque la inmensa mayoría de las investigaciones buscan un remedio inalcanzable, el ánimo está cambiando. Desde hace poco han aumentado los fondos federales destinados a estudiar la atención y la prevención, como algunas de las investigaciones de Arce Rentería.
En ocasiones, una enfermedad tiene un origen claro, como las mutaciones genéticas que causan la anemia falciforme, que puede causar la muerte. “Pero muy pocas enfermedades del envejecimiento tienen una sola causa. No es lógico”, afirmó Matthew Schrag, neurólogo del Centro Médico de la Universidad de Vanderbilt, quien, trabajando de forma independiente en su universidad, descubrió las manipulaciones de imágenes de la investigación de 2006.
Como la mayoría de los escépticos de la hipótesis amiloide, Schrag está de acuerdo en que las proteínas beta-amiloides tienen algo que ver en el complejo misterio del alzhéimer, pero no son la única clave de la cura que tantos científicos imaginan. Si hubiera un origen universal del alzhéimer, aparecería antes en la vida y sería más evidente en todas las personas que padecen la enfermedad.
En última instancia, las soluciones para el alzhéimer podrían llegar mucho más rápido si la hipótesis amiloide no fuera reforzada con celo casi religioso por muchos de los estudiosos más poderosos del campo.
“Hay una cámara de eco muy consolidada que incluye a muchos grandes nombres”, comentó Schrag. “Es hora de que el campo avance”. c.2024 The New York Times Company.