Tradiciones navideñas: Recuerdos de estos días

Opinión
/ 27 diciembre 2024

Cambian los tiempos, y las cosas cambian. Lo que no debe cambiar es el amor por nuestras cosas. Las tradiciones son también criaturas en vías de extinción

El actor que hacía la parte de Luzbel en aquella pastorela recitaba los iniciales versos con magnílocuo acento:

-¡Mando el Sol! ¡Mando la Luna! ¡Mando este cielo estrellado!

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Y nunca faltaba alguien que lo interrumpiera con el mismo grito:

-¡Lo que debes mandar es el diario a tu casa, cabrón!

Toda la concurrencia rompía en carcajadas, y el demonio quedaba corrido y enojado, como deben quedar los diablos verdaderos cuando los hombres −y las mujeres− hacen burla de ellos.

En una de sus más traviesas narraciones, don José García Rodríguez recuerda la ocasión en que el director de una pastorela ideó que el arcángel San Miguel descendiera de lo alto a combatir contra el espíritu maligno. Para eso hizo poner una carrucha en la alta rama de un copudo nogal, y amarró de una cuerda al actor que iba a representar el papel del celeste gladiador. Llegado el momento descendería el personaje merced a un ingenioso mecanismo que lo haría ir bajando suavemente hasta llegar a tierra. Pero falló el artilugio malhadado y San Miguel se precipitó al suelo con la velocidad del rayo. Mientras caía gritó un “¡Ah cabrón!”, impropio por demás en labios de un arcángel.

Una de las mejores cosas que se hicieron durante el sexenio de don Óscar Flores Tapia fue revivir las tradiciones navideñas en Saltillo. Esa bella tarea fue iniciada por doña Isabel Amalia Dávila de Flores Tapia, primera dama del Estado, y la eficiente organización estuvo a cargo del profesor Jesús Alfonso Arreola Pérez, de grata memoria, entonces director de Educación Pública en el Estado. Se ofrecieron premios de consideración a quienes pusieran en su casa los más hermosos nacimientos. Fui parte del jurado calificador de ese concurso, y todavía recuerdo los prodigios de arte y de fe que vimos tanto en magníficas residencias de potentados como en las humildes viviendas de la gente pobre.

También, lo recuerdo, hubo concurso de pastorelas en diciembre de 1977. Se presentaron 12 grupos, principalmente formados por campesinos y habitantes de los barrios citadinos, y resultó ganador el grupo del ejido Palma Gorda, por la fidelidad guardada a las tradiciones y por la calidad de su trabajo. Ese grupo traía consigo un rarísimo instrumento que nunca había yo visto, y que jamás he vuelto a ver. Consistía en una caja sonora provista de un grueso cordel embreado que al pasar por un par de agujeros hechos en la caja producía un ronco bramido que se podía escuchar a varias cuadras de distancia. Ese terrorífico instrumento se hacía sonar cuando Luzbel entraba a escena con su cohorte de diablos, y ponía espantos en los niños que asistían a la representación.

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Otro grande cultivador de pastorelas fue Sergio Recio Flores, inolvidable amigo, Cronista antecesor mío. Sólo por conservar la tradición patrocinaba cada diciembre una pastorela. La escenificación tenía lugar en el patio de su Instituto Internacional de Cultura, donde hoy funciona el Museo de la Revolución. La representación duraba toda la noche, y quienes asistíamos a ella acompañábamos la prolongada vigilia con asiduos tragos de un mezcal curado por Sergio, sabio curador.

Cambian los tiempos, y las cosas cambian. Lo que no debe cambiar es el amor por nuestras cosas. Las tradiciones son también criaturas en vías de extinción. Ahora que la ecología está tan de moda debería haber también una ecología espiritual que nos moviera a conservar las cosas de antes, para que no lleguen a ser cosas de nunca jamás.

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