Trump, un bully impredecible
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Para México, Trump representa un problema mayor. Muchos le reconocen a la presidenta Sheinbaum haberlo manejado con habilidad... Sin embargo, el comedimiento no implica que México reciba buen trato
De Donald Trump, sus detractores –no pocos ni irrelevantes– han dicho muchas cosas poco amables. Se habla de su deficiente salud mental, de su incontenible inmoralidad, de su misoginia y racismo, de su pasado complicado por su estrecha amistad con el depredador sexual Jeffrey Epstein, de favorecer venalmente a sus negocios familiares y otras tantas más. No sólo es lo que se dice, sino lo que ha hecho, así como las acusaciones y condenas por las que ha sido sentenciado. Un personaje de época, seguramente transitorio, aunque trascendente; su arribo al poder se explica por la degradación moral de las élites norteamericanas.
El mundo no sabe qué hacer con Trump, tampoco sus connacionales y, ahora, ni sus correligionarios. Fue el todopoderoso porque su retórica ganaba votos y de eso viven los partidos; pero en la medida en que, ya en el poder, se convierte en un factor de derrota, sus aliados lo abandonan y los republicanos se fracturan. El hombre más poderoso del mundo, el presidente más disruptivo en la historia de Estados Unidos, tiene tempranamente lastimada su base de apoyo y eso significa que todos apuesten a la conclusión de su ciclo, al que ven como una pesadilla.
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El mayor problema de Trump es Trump. Conspira contra sí mismo una y otra vez. Carece de contención, lo que le lleva a equivocarse en temas importantes, perder el más elemental sentido de la decencia y caer en deslices que muestran que algo muy malo lo invade. El apoyo de importantes capitales empieza a condicionarse porque los resultados de su gobierno son preocupantes. Sus logros no dan para mucho, sobre todo haber contenido la migración de personas ilegales a territorio norteamericano, producto de la colaboración de la presidenta Claudia Sheinbaum. Sin embargo, su respuesta represiva y brutal contra los migrantes recibe el rechazo mayoritario.
Para México, Trump representa un problema mayor. Muchos le reconocen a la presidenta Sheinbaum haberlo manejado con habilidad, más en comparación con el trato a quien gobierna Canadá. Sin embargo, el comedimiento no implica que México reciba buen trato, ni que lo mucho que ha hecho Sheinbaum sea correspondido. A la Presidenta se le dispensan muchas cosas: una diplomacia afín a Cuba, Venezuela y Nicaragua, así como la deriva autoritaria que padece el país. México no aparece entre los países señalados por la destrucción de la democracia y del régimen de derechos y libertades. Sin embargo, también en eso el vecino empieza a exigir un cambio.
Al gobierno de Trump no le interesa la democracia. Queda cada vez más claro, por ejemplo, que en Venezuela importa más el petróleo que el régimen autoritario. La lucha contra las drogas es un pretexto para acabar con Nicolás Maduro y recuperar dominio sobre la enorme riqueza petrolera. México se ve entrampado por su postura a favor de Maduro y por su apoyo al régimen cubano, que sobrepasa a la diplomacia, como se denuncia en EU. Para Marco Rubio esto es fundamental, la presión a México irá en aumento.
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A las empresas de EU que invierten en México les preocupa la deriva autoritaria por sus propios intereses. Queda claro que el estatismo del régimen obradorista, además de la falta de certeza de derechos por el colapso de un sistema de justicia razonablemente confiable e independiente, vuelve al tema de la mayor importancia en la relación, justo en el momento en que se negocia la revisión del acuerdo comercial. México ya dio pasos importantes para corregir la permisividad y el abuso en la importación de productos de China, decisión importante, pero insuficiente. Van por la apertura energética, por un esquema de solución de controversias fuera del sistema de justicia mexicano y por reglas de control aduanal funcionales al interés norteamericano.
Las expresiones de Trump hacia México son contradictorias. Hay reconocimiento a la Presidenta, a su política de seguridad y a quienes la operan, pero enseguida vienen exigencias que comprometen la soberanía nacional; mientras, las autoridades se envuelven en la bandera nacional. El envío de connacionales –probados o presuntos narcotraficantes–, al margen del tratado de extradición, es un ominoso ejemplo, indicativo de que el sistema de justicia penal mexicano no es confiable, reconocido por las mismas autoridades mexicanas para justificar la entrega de prisioneros. La ampliación de servicios de inteligencia es parte de la nueva realidad; algunos se emprenden de manera compartida; otros, subrepticiamente.
De Trump todo se puede esperar, incluso que pretenda recuperar terreno a costa de México.