Trump y los aranceles: el problema es, sobre todo, la incertidumbre

Opinión
/ 12 febrero 2025

No existe certeza sobre cómo actuará Donald Trump mañana o la semana próxima. Por ello, lo mejor que podemos hacer es prepararnos a lidiar con la incertidumbre permanente

Suele decirse que la incertidumbre es peor que las malas noticias y el acierto de tal expresión es algo que los mexicanos estamos experimentando, sin lugar a dudas, desde el 20 de enero pasado, a partir del retorno de Donald Trump a la Presidencia de los Estados Unidos.

Y es que si de algo se encuentra inundado el ambiente es de especulaciones relacionadas con un aspecto puntual: la magnitud del golpe que recibiríamos en caso de que el neoyorkino cumpla sus amenazas en materia arancelaria.

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Múltiples son las voces de quienes advierten que “no es sensato” lo que dice Trump; o que imponer aranceles a las exportaciones de vehículos manufacturados en México implicaría “un balazo en el pie”; o que tal medida “violaría el T-MEC” y, por tanto, México podría acudir a instancias internacionales en busca de protección.

Todos los argumentos anteriores son correctos y, en estricto sentido, tendrían que bastar para que en la Casa Blanca se disiparan las dudas de una buena vez y se dejara claro que la interdependencia económica creada en América del Norte entre Canadá, Estados Unidos y México es de una complejidad tal, que no solamente ha sido benéfica para todos, sino que su modificación demanda actuar con cuidado.

El problema es que tales razonamientos solamente operan en un mundo “normal”, es decir, en uno en el cual las naciones −y sus líderes− honran la palabra que han empeñado, entienden que las cifras macroeconómicas no son lo único que debe considerarse al momento de tomar decisiones y, sobre todo, asumen que las relaciones internacionales deben basarse en el respeto.

Pero Trump no es un “político normal”. Lejos de tal posibilidad, se trata de un individuo para quien, según se ve, lo importante es moldear la realidad a partir de sus concepciones personalísimas y actuar en ella sólo en el sentido de su voluntad individual.

Para decirlo más claro: Trump no es un demócrata en el sentido clásico del término, sino un autócrata en sentido estricto. Su personalidad está más cerca de la de un monarca de la Edad Media que del ideal construido a partir de la Declaración de Independencia de su propio país, en el siglo 18.

Por ello considera que es su derecho renombrar los mares, como ocurre con el Golfo de México; anexarse territorios, como pretende hacerlo con Groenlandia; o decidir quién es ciudadano de su país y quién no, al margen de lo que diga su propia Constitución.

Lo complejo en todo ello es que Trump regresó al poder a partir de un proceso democrático, que tiene un amplísimo respaldo popular entre sus conciudadanos y que tiene el control de prácticamente todo el entramado legal de los Estados Unidos, lo cual le refuerza la idea de que su voluntad es suficiente para transformar la realidad.

No existe manual para lidiar con una personalidad como esa ni, mucho menos, para contrarrestar con eficacia sus acciones. Habrá que aprender a lidiar con la incertidumbre durante los próximos cuatro años y esperar a que los cimientos del arreglo construido hasta ahora resistan los arrebatos de Trump.

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