Un contrato personal

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es aprender a vivir cumpliendo con nuestra razón de ser
Disfrutar de una vida plena exige desempeñar un papel protagónico en la propia existencia. Para gozar de la vida –de nuestra vida– debemos ser apasionados actores de ella y no meros espectadores. Sin embargo, las acciones humanas coinciden con innumerables escenarios que no dependen de la propia voluntad. Es más, la mayoría de las situaciones que suceden en nuestra vida ocurren al margen de nuestro querer, de nuestra voluntad y, casi siempre, son imprevisibles. Pero, en definitiva, estos acontecimientos exigen que tomemos una postura basada en convicciones personales y en el propósito de nuestra vida.
Miguel Ángel Martí, en su ensayo titulado “La admiración”, comenta: “todo hombre, por el mero hecho de serlo, se siente llamado a interpelarse y a interpelar la realidad que le rodea; y sin admiración, su vida se convierte en algo anodino, termina perdiendo sentido” y es cierto: “es la vida quien enseña, lo que realmente enseña es la lectura que nosotros hagamos de ella”; desgraciadamente, en la actualidad mucho de lo que se admira no solamente carece de valor sino, además, puede atentar en contra de nosotros mismos al erosionar nuestro proyecto existencial.
En este sentido, bastante razón tiene Alfonso Aguiló al afirmar: “las personas, desposeídas de su energía moral, acaban por ser extremadamente vulnerables. La falta de fuerza interior, esa debilidad que se contagia en el ambiente, que se alimenta de la falta de valores morales, ahoga la energía y la fortaleza que necesitamos para mantener, defender y llevar a la práctica nuestras convicciones y nuestros proyectos de vida”.
Creencias
Seamos honestos: una de las creencias más poderosas que hoy las personas tenemos es pensar que el fundamental propósito de la vida consiste en aumentar al máximo la capacidad de hacer dinero y, desde este enunciado, nos empeñamos a subordinar la vida al consumo y al lucro, a la comodidad, a lograr lo meramente utilitario, perdiendo la posibilidad de conquistar aspiraciones más elevadas.
Nos encanta pensar en el bienestar físico, el vernos bien, por eso odiamos la presencia del tiempo en nuestros rostros (la vejez es una realidad maligna); además, en general, se tiene la terca inclinación hacia el disfrute inmediato, lo cual adormece la autonomía y la capacidad de autorrealización al fomentar el conformismo.
Vivimos en la vorágine: el tiempo que nos gustaría dedicarle a la vida privada es hurtado por el trabajo que debemos emprender para poder “tener” esa vida privada. Las personas trabajamos tanto, intentando trepar jerarquías y ganar posiciones a cualquier precio con el fin de alcanzar desahogo material, que luego se extravía la salud por exceso de estrés. Así, pasado el tiempo gastamos lo ganado en la recuperación de la salud perdida. En resumen: nos gusta vivir “bien”, como si fuésemos seres inmortales, ¡inmenso absurdo!
Inconsciencia
Casi todas las personas compartimos la idea que una de las prioridades en la vida es dedicarle abundante atención a nuestros hijos, pareja y familia en general, pero al hacer el balance, frecuentemente, nos sentimos frustrados por lo retirado que andamos de ese camino.
Inclusive, es habitual observar a parejas jóvenes que se casan creyendo que el amor se da de “golpe”; y así, seguramente sin saberlo, sacrifican lo mejor de su tiempo por la ilusa idea de que la vida, fundamentalmente, consiste en trabajar hasta el cansancio para lograr un estatus social y construir una gran casa aún cuando en ella, más tarde, no exista un hogar verdadero.
La competencia provoca que muchos de ellos canjeen por dinero lo mejor de vivir en familia, que renuncien, por horas de oficina, a los encuentros cotidianos y a todo lo bueno que ofrece la vida familiar.
Es igualmente patético percatarse que cuando se habla de “nuestra” comunidad, empresa, escuela e inclusive familia, nos refiramos a “algo” que pareciera se encuentra aislado a nosotros mismos, como si fuesen una inmensa red de compromisos contractuales que tienen como esencia el mero intercambio de un bagaje económico; o bien, de posiciones que simbólicamente representan bienestar, pero que, en el fondo, por considerarlas de esta manera, conducen al aislamiento, la soledad y la tristeza.
Cotidianidad
Olvidamos que las relaciones son siempre más importantes que las cosas, pero sospecho que en nosotros habita la miopía de intentar mejorar nuestro bienestar personal por medio del mejoramiento independiente de las actividades que realizamos, en lugar de ver que lo significativo no se encuentra en la productividad de nuestros parcelados roles, sino que es nuestra “gran” totalidad –el bienestar personal integral– más importante que esas tareas que fragmentariamente desarrollamos; es decir, que el fin del oficio de la vida es uno, solamente uno: aprender a vivir cumpliendo con nuestra personal razón de ser, al tiempo de hacer vivir gozosamente a nuestros semejantes mediante encuentros enriquecedores.
La existencia se alimenta de la alegría de vivir, la cual surge cuando somos conscientes de lo bueno y lo malo que la vida ofrece, de las causas, como son el amor, el sentido personal de la vida y la real esperanza de trascender, pero también de saber sentir que vivimos, de poder asombrarnos por la luz del sol que anuncia un día más. Si supiéramos disfrutar de estas realidades cotidianas sabríamos que no se requiere tanto para ser auténticamente felices.
El lado luminoso
¿Cuál será la razón por la cual nos gusta caminar por el lado sombrío de la vida, ese que nos mantiene entesados y adormecidos, ese que adormece la posibilidad de sabernos vivos?
Sería conveniente descender a las profundidades de nuestra alma para, próximos a ella, afilar los cinceles, conseguir dirección, inspiración y el ánimo necesario para transformarnos en pacientes escultores, dispuestos a modelar cuidadosamente la piedra de nuestra existencia, para hacer que “quepa”, a plenitud, en la ilimitada eternidad.
Ante la rapidez del mundo actual, la incertidumbre, los dilemas, la alharaca y los problemas que continuamente avizoramos, requerimos “aquietarnos”. Nuestra tarea sería descubrir o redescubrir el gozo de ser y de existir. Sería bueno reagrupar los cachos del alma que se nos han desperdigado a causa de las sensaciones de esta época, de las exigencias materiales de estos tiempos y de las actividades superficiales que emprendemos y supuestamente conducen al éxito.
En las profundidades del alma se encuentra el por qué y para qué de la vida, y el cómo se debe vivirla; sumergirnos en esta realidad no es fácil, pero decidirnos a hacerlo representa la mejor victoria que podremos alcanzar aún cuando este triunfo resulte silencioso.
La grandeza de esta conquista se encuentra en llegar a comprender que todos estamos llamados para la vida, para encontrar en su caminar motivos de felicidad, que nuestro oficio es colmarla y gozarla a plenitud con responsabilidad y conciencia. Y que esa conquista es posible porque la vida siempre contiene su lado luminoso.
Urge empezar hoy mismo, ¿para qué esperar una sorpresa, una desafortunada discontinuidad, para luego darnos cuenta del tiempo que hemos perdido en tonterías y trivialidades?
Propósitos
Sería conveniente hacer propósitos basados en valores y convicciones personales, para ello requerimos acuerdos personales que permitan renovar el espíritu, que sirvan de guía, de camino, para arribar a un fin enorme: cumplir con la misión y vocación a la que cada ser humano es convocado desde el momento de su concepción.
Sería útil desarrollar un contrato personal para obligarnos, voluntariamente, a cumplir con excelsas metas que se relacionen con los demás y, obviamente, con la razón de nuestro propio ser. Un convenio que nos comprometa y responsabilice de nuestros actos, que nos inspire a cumplir con esos principios de orden superior: los universales. Que también nos auxilie a encontrar el camino en los momentos difíciles o tristes. Un acuerdo que trascienda lo inmediato y material.
Un sencillo pacto con nosotros mismos, con la vida, que nos permita admirar y gozar lo que realmente es valioso de nuestra efímera existencia.
cgutierrez@tec.mx
Programa Emprendedor Tec de Monterrey
Campus Saltillo