Un pequeño niño, pero gigante a la vez

Opinión
/ 29 agosto 2024

Veamos la escena que para eso existe el YouTube. Él es Nkosi, quien aparenta ser un niño como todos los de su humilde barrio de Sudáfrica. Es muy pequeño y le encanta jugar a los policías y ladrones, especialmente cuando a él le toca ser el jefe de la fuerza del orden. Sin embargo, hay algo que hace que Nkosi sea diferente a sus compañeros de juego. Él tiene sida y los otros niños lo único que tienen es una vida por delante.

Nkosi nació en un barrio pobre de los suburbios de Johanesburgo y fue su madre quien le transmitió el virus aun antes de que éste naciera. Fue así como se convirtió en uno de los 70 mil niños nacidos seropositivos cada año en Sudáfrica. Pero muy pronto Nkosi demostró ser un niño distinto a los que, como él, habían nacido ya con el HIV en sus cuerpos, pues su amor a la vida lo llevó a convertirse en uno de los pocos pequeños infectados en sobrevivir a su segundo cumpleaños.

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Llegó el día en que su madre murió y Nkosi fue adoptado por una voluntaria que estaba especialmente encariñada con el pequeño. Nkosi fue creciendo y los sufrimientos siguieron desfilando ante él. Cuando su madre adoptiva intentó inscribirlo en un colegio, algunos padres de familia se opusieron terminantemente porque era seropositivo.

Después de una batalla emprendida por el pequeño Nkosi y por su madre adoptiva, el niño por fin fue a la escuela. Esta batalla convirtió a Nkosi en un personaje de relevancia mundial en la lucha contra la estigmatización causada por el sida, y él, consciente de su oportunidad de cambiar el mundo, vivió cada una de sus horas con el deseo de viajar a distintas latitudes para llevar su mensaje y lograr que todos nos preocupemos más por los niños con sida. Y lo logró. Reuniendo todas sus fuerzas estuvo en distintos foros internacionales y con su imagen diminuta, pero a la vez enorme, emitía sus mensajes pidiendo la inclusión y la atención de los niños con sida.

Hace días me topé por casualidad con él. Veía la red de YouTube y de pronto la pantalla de mi teléfono se llenó con la imagen de Nkosi Johnson, y mis ojos con las lágrimas provocadas por el mensaje que el pequeño dirigió en la Conferencia Internacional sobre el Sida, en Atlanta. Con su figura frágil y vestido con un traje oscuro y con tenis, habló ante más de 10 mil delegados de todo el mundo quienes escucharon conmovidos su discurso: “Nosotros somos personas normales. Como todos, tenemos derechos humanos, podemos caminar y podemos hablar. Tenemos necesidades como cualquier otro, en realidad, tú y yo somos iguales. ¿Entonces porqué hacer la diferencia? Por favor ayuden a los enfermos de sida”, dijo, “apóyenlos, ámenlos, cuídenlos. Es triste ver a tanta gente enferma. Ojalá todo el mundo pudiera estar sano”.

Después de esta intensa gira en la que había conmovido a tantos corazones, Nkosi regresó a Sudáfrica y cayó enfermo. Los médicos le diagnosticaron un fallo cerebral, sufrió varios ataques y tras aferrarse a la vida con todas las fuerzas que le quedaban, Nkosi murió. Pero eso es sólo entre comillas, pues su mensaje queda vivo, y con éste, la esperanza del mundo mejor con el que soñaba este pequeño héroe.

Pero Nkosi no murió en vano. Dos asilos para el cuidado de los niños con sida llevan su nombre. En éstos se atiende a aquellos niños que, como Nkosi, nacieron con los días contados. Por la ejemplar lucha por la vida que mantuvo durante su breve existencia, su nombre, que en zulú significa Señor o Rey de Reyes, quedó grabado en la memoria de cientos de miles de personas y ahora brilla su recuerdo en la misma dimensión de personajes como Mandela, Gandhi o Martin Luther King.

Nosotros tenemos que aprender muchas cosas de ese pequeño de 12 años. He contado esta triste historia porque muchas veces nos olvidamos que a nuestro alrededor hay miles de niños que nos necesitan. Nkosi fue capaz de mantener una lucha por sí mismo y por todos los que sufrían su misma condición. Hoy cientos de niños con HIV pueden ser inscritos en las escuelas de Sudáfrica, y todo gracias a ese gran héroe de nuestros tiempos, que no importándole que sus días se agotaban, recorrió el mundo con su mensaje de amor y cambió los corazones y la historia de cientos de miles de seres humanos.

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