Una casa de los espantos como hay muchas en Saltillo

Opinión
/ 13 enero 2024

Saltillo es una ciudad que cuenta con sus leyendas propias. Mito o realidad, esas narraciones perviven a través de las generaciones y llegan a formar parte de esa otra historia de los pueblos, la más entrañable y cercana en el acontecer citadino. Casi siempre contadas por los días en que se recuerda a los difuntos en noviembre, hoy recordamos esta porque forma parte del céntrico paisaje urbano.

A espaldas de la Catedral, en la calle de Bravo, antigua calle del Cerrito, hay una vieja casona de dos pisos a la que se conoce como “La casa de los espantos”. Así la llama don José García Rodríguez, conocido educador, emblemático escritor y poeta saltillense, que brilló en la primera mitad del siglo 20. Don José dejó una bellísima narración de la leyenda de esa casa, que se publicó en sus “Obras Completas”, editadas por la UAdeC en 1983, y también en un pequeño opúsculo publicado por sus descendientes en 1998 para conmemorar el cincuentenario de su fallecimiento.

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Cuenta el escritor que en una de las viejas vigas del techo de la casa había grabada una frase que decía: “Se acabó el año del Señor de 1627”, y que posteriormente dos amigos presenciaron los hechos que dieron pie a la leyenda que puso nombre a la casa. Uno de ellos intentaba rentarla, pero no acababa de decidirse debido a los rumores del vecindario, referidos a ruidos y vientos extraños y fantasmales, como del otro mundo, que sucedían en la vieja y destartalada vivienda, abandonada por ese motivo desde hacía tiempo.

Ante la escasez de casas de renta y la necesidad apremiante que tenía uno de los amigos y las serias dudas de rentar precisamente esa, el otro, que era bastante escéptico en los menesteres relativos al más allá, propuso dormir en la casa vacía por algunas noches para confirmar por sí mismos la verdad o la mentira de los rumores.

La primera noche se instalaron en uno de los aposentos del segundo piso y se pusieron a jugar ajedrez. A las 12 de la noche, oyeron el fuerte golpe de una ventana interior que se azotó, un espantoso crujir de maderas rotas, el aullido largo y lastimero de un perro y sintieron una ráfaga de aire helado que les caló hasta los huesos, no obstante que todas las puertas y ventanas estaban cerradas. Muertos de miedo, se acercaron a otro de los aposentos en el que se veía luz. Allí vieron la siguiente escena: una estancia amueblada con la severidad del lujo antiguo, y una joven y bella mujer, doña Leonor, que escribía silenciosamente sobre un escritorio, y de vez en cuando, mecía la cuna que tenía a su lado. Sigilosamente apareció un mozo de gallarda presencia, don Gonzalo, quien aseguró a la dama que no tenía más intención que verla durante un instante antes de partir muy lejos y para siempre. Sorprendida, ella le reclama su presencia en su habitación, cuando llega don Pedro, el celoso esposo. Los dos caballeros se baten a duelo. Don Pedro mata a don Gonzalo, luego apuñala a su hijo y a su mujer, y con ayuda de un criado, los emparedó, es decir, levantó una falsa pared sobre otra y dejó adentro los cuerpos. Al día siguiente, el par de amigos tiró el muro, encontró los cadáveres y los sepultó cristianamente. También la carta que escribía la dama en aquel momento, que según el texto, dejaba totalmente clara la inocencia de doña Leonor.

Arnoldo Hernández Torres, cuya familia habitó esa casa por mucho tiempo, hace un sabroso relato de la misma en un artículo intitulado “Entre los santos, el incienso y los altos muros de la Catedral”, publicado en el libro “Catedral de Saltillo ...por los siglos de los siglos”, compilado por María Elena Santoscoy y una servidora en el 2001.

Es siempre importante conocer, comparar y sentir las diferencias en los modos de vivir y concebir la vida, la muerte, el honor y otros sentimientos en las distintas épocas. La narración de don José García Rodríguez nos permite atisbar los de 1600 y 1900 para conocerlos y poder compararlos con los modos de vida que tenemos hoy en día, en los que no se conserva ni asomo del honor o de la vida de hace casi 400 años, cuando se terminó de construir la Casa de los espantos atrás de la Catedral, que entonces no era catedral sino un humilde templo parroquial.

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