Una historia de futbol
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Estuve en Guadalajara alguna vez y mis amables anfitriones me invitaron a comer en un estupendo restorán, “La estancia gaucha”. El lector perspicaz habrá adivinado ya que se trata de una restorán argentino. Yo también lo presentí desde que supe el nombre del establecimiento.
Hay quienes dicen que es el mejor restorán de la ciudad tapatía. No sé si lo sea, pero puedo dar testimonio de que es el más concurrido. Si mis invitadores no hubiesen tenido el buen cuidado de reservar una mesa habríamos tenido que esperar lo que -supongo- tendré que aguardar yo antes de entrar en la mansión de la eterna bienaventuranza: casi una eternidad.
En virtud de que “La estancia gaucha” es sitio de carnes argentinas me sentí obligado a pedir un churrasco.
-No -me corrigió ante el mesero el organizador de mi visita-. Al licenciado tráigale un cuadrado.
¿Qué corte será ese? -pensé. He conocido cortes de carne que ahora están de moda: el vacío, el cowboy, la cabrería, el tomahawk... Pero ¿el cuadrado? Me lo trajeron; un suculento trozo que adopta la forma de un cuadrado de iguales ángulos y lados; de ahí el nombre. No tiene hueso, y apenas una mínima porción de grasa. Pero el sabor y la textura son indescriptibles. Si la carne es pecado -que no lo debe ser en ninguna de sus formas- en este caso ese pecado tiene forma cuadrangular.
Ahora bien: contrariamente a lo que muchos piensan, el mejor aderezo de una buena comida no es una buena salsa, así sea chimichurri, sino una buena conversación. ¿De qué se habló en la mesa? De futbol, naturalmente. En Guadalajara sólo hay dos temas de conversación: uno es el futbol, el otro también. Tres equipos se disputaban en ese tiempo la preferencia de una afición vehemente: las Chivas del Guadalajara, los rojinegros del Atlas y los Estudiantes de la U. A. de G. Éste último equipo no tenía muchos seguidores, pero los partidarios de los otros dos llegaban al fanatismo. Las Chivas son un equipo popular, de clases medias y proletariado. Dicen los malquerientes del Guadalajara que para vaciar el estadio donde las Chivas juegan lo único que hay que hacer es decir por el sistema de sonido: “Al propietario de una bicicleta se le avisa que se la están robando”. No queda una sola alma en el estadio.
El Atlas, en cambio, es el equipo de la alta sociedad. En sus filas milita la aristocracia citadina, tanto la económica como la intelectual, y aun la clerical. Digo que también la clerical porque una vez fui invitado a conocer la biblioteca del padre Jiménez que -me dijeron- era la mejor de Guadalajara. La visita hubo de suspenderse por un motivo muy atendible: la víspera de la visita el padre Jiménez se murió. Su muerte fue súbita e inesperada. Asistió el sacerdote, como siempre, a ver jugar al Atlas. En el minuto 89 le anotaron al equipo rojinegro el gol con que perdía el juego, y al padre Jiménez le dio un infarto que ahí mismo en el estadio lo mató.
Ese penoso incidente da idea de la devoción de los atlistas por su equipo. En los años en que jamás ganaba el Atlas el grito de guerra de sus partidarios era éste: “¡Con el Atlas, aunque gane!”. Venido a ver que hoy por hoy aquel equipo siempre perdedor está en busca del bicampeonato.