Una niña de Saltillo y el Saltillo de los niños
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“Vamos a los corazones”, expresa una pequeña de 10 años a sus papás. Ellos saben a qué se refiere. Desde hace un par de años, la familia se ha propuesto llevar tapas de plástico a los contenedores con forma de corazón que se instalaron en varios puntos de la ciudad.
La niña junta las tapas de los botes de leche de cada dos días y de los del agua. Ya tiene previsto su propio contenedor en casa y, así como este, ha dispuesto uno nuevo del que le han hablado en la escuela: el de composta. Insta a sus papás y a sus dos hermanos a colaborar en él, llevando los desechos orgánicos derivados de la preparación de alimentos.
A esto no están acostumbrados los hermanos, así que es fácil que se les olvide. Los padres rigurosamente atienden la petición de la niña, que además trae una nueva idea: decidir en común, mediante una encuesta, algunas cosas: si ir al parque o a la Alameda; si quedarse en casa o ir a comer fuera.
Se empieza a notar algo distinto en ella: es la preadolescencia y a los inherentes cambios que comienza a dar por ellos, se agregan otros más acerca de su responsabilidad y conciencia sobre el entorno que habita.
Piensa en los animales vulnerables de la calle; piensa en las plantas y al ver una de ellas en la calle, teniendo un bote de agua, no duda en dejarle algo del transparente líquido, pensando en la sed que tendrá por el calor de los últimos días.
Cuando niños, en nuestra época, hubo momentos ciertamente parecidos que invitaban a pensar en la importancia de las plantas, como fue cuando se invitaba a llevar frasco, algodón y un frijol. La fascinación por la forma en que el frijol germinaba no he de olvidarla nunca.
Hay esfuerzos que se realizan en las escuelas para lograr introducir en los estudiantes sentido de amor y conciencia por el lugar que se habita. En la colaboración anterior me refería a la importancia de consolidar una mayor cultura cívica y de respeto por la naturaleza.
Cerca nuestro, los incendios forestales que afectaron la flora y fauna han de ser un acicate para insistir
en los contenidos de las escuelas
y el objetivo en la planeación de los maestros.
El crecimiento demográfico en las ciudades, incluyendo en ella la nuestra, favorece condiciones que directamente afectan al medio ambiente si no se toman medidas. En ello debe estar presente la autoridad y en ello la sociedad. Como muy bien lo apuntó Antonio Castro en su trabajo para este medio titulado “Zapalinamé: lo que el incendio nos dejó”: “Ahora, más que nunca, nuestra majestuosa sierra de Zapalinamé nos necesita”.
La niña de esta historia ha tomado con seriedad lo que se le ha dicho en el salón de clase. Muchos van igualmente en este sentido. Aprovechemos el momento para insistir, para tomar medidas, para que la basura se deba separar adecuadamente desde el hogar, para que las autoridades hagan en esto su parte, para que la ciudad se mantenga limpia.
Si desde los hogares es posible favorecer el espíritu de limpieza, el sentido de pertenencia y amor por la ciudad que se habita, nuestro Saltillo puede convertirse en mejor lugar de bienestar y seguridad.
FUENTES
Saltillo fue descrita por contar con cientos de manantiales. Ahora es posible destacar en ella fuentes de agua que son atractivas. Una de ellas está en la Alameda, quizá la más antigua de la ciudad, frente a la biblioteca Manuel Múzquiz Blanco. Si, entre las cosas que se puedan hacer sea restaurarlas y ponerlas en marcha de forma regular, podría embellecerse nuestro espacio de manera exponencial. Se ven arrumbadas y sin pátina algunas; sucias otras y sin funcionar. Están en pleno centro de Saltillo y les falta sólo el mantenimiento para que aparezcan en su esplendor.