Una sangría cultural y creativa
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Algunas regiones y zonas metropolitanas del mundo parecían estar emergiendo del largo túnel de la pandemia de Covid hasta que la variante ómicron emboscó el retorno a ciertos visos de normalidad social y económica. Con el acelerado repunte de casos y fallecimientos causados por esta nueva variante del coronavirus, la profunda dislocación que hemos vivido podría alargarse aún más, con nuevos cierres de la economía, de fronteras y la reinstauración de medidas de control epidemiológico. De ser este el caso, el invierno que está comenzando podría ser poco halagüeño —es más, amenaza con ser devastador— para un sector de nuestras economías del cual se ha hablado y escrito relativamente poco: las industrias culturales y creativas.
El efecto de la pandemia en la economía global, las cadenas de suministro y para sectores esenciales es incuestionable. Pero el saldo de la pandemia también se ha sentido especialmente en actividades como el teatro, la música en vivo, las muestras y ferias del libro y de arte, así como en festivales, cines y museos. En todo el mundo, artistas, creadores y trabajadores de la cultura se han visto profundamente afectados por los encierros y las medidas de distanciamiento físico, lo que ha agravado las ya precarias condiciones de muchas de estas actividades y de muchos de sus talentos y trabajadores. Estudios recientes apuntan a que la disrupción económica de la pandemia es brutal. Se estima que de 2020 a 2021 se experimentó una contracción general de 850 mil millones de dólares del valor agregado bruto de las industrias culturales y creativas a nivel mundial. Las pérdidas de ingresos en éstas a nivel mundial también han sido particularmente significativas, y oscilan aproximadamente entre el 20 y el 40 por ciento en diferentes países, registrándose pérdidas masivas de puestos de trabajo en el sector estimadas en más de 10 millones. Todos estos datos demuestran la imperiosa necesidad de defender y reforzar los derechos sociales y económicos de los artistas y profesionales de la cultura en todo el mundo. Y México, que es una superpotencia cultural global, no es ni debiera ser la excepción. A un sector ya de por sí diezmado por los recortes presupuestales y el ninguneo del actual gobierno, así como por las restricciones económicas —incluyendo la embestida gubernamental a fideicomisos público-privados— que enfrentan fundaciones y filantropía de empresas que apoyan al arte y la cultura, la pandemia le ha pasado —y le sigue pasando, sobre todo si la ola expansiva del ómicron genera nuevos cierres de actividades— una onerosa factura a nuestros artistas, creadores y los millones de empleos que directa o indirectamente dependen de ellos.
Las tímidas medidas provisionales o la política de curitas presupuestales no repararán el daño a las industrias creativas y culturales a lo largo de estos casi dos años. Se requiere de una estrategia de rescate y recuperación integral de la economía creativa nacional, sustancial y sostenida. Las artes son parte integral del bienestar social, cívico y económico y la vitalidad de toda nación. Si las tendencias actuales de paulatina reapertura de cines, teatros, museos o salas de concierto no continúan e incluso experimentan un paso hacia atrás, entonces la pérdida de producción artística y creativa de México puede resultar incalculable.